Toy de Okupa - Marian Muñoz

                                        


Un golpe de suerte me facilitó lograr varios de mis sueños, entre ellos una pequeña casa en la costa mediterránea, concretamente en La Carihuela, donde la brisa marina acaricia y tuesta mi cuerpo blancuzco.
No era nada exigente, al salir por la portilla me daba de bruces con el paseo marítimo, que a su vez daba acceso a una arena ardiente, la cual invitaba apresuradamente a zambullirse en aquel mar tranquilo aunque frío.
Mi cama situada en frente mismo de la ventana, me permitía divisar cada mañana un mar y un cielo azul sin nubes, como nunca había visto. A lo lejos siempre había bandadas de gaviotas intentando pillar bocado en los innumerables barcos que regresaban a puerto tras larga noche de pesca.
Lo que más disfrutaba de aquella casa, era la sensación de estar en eternas vacaciones, la libertad de movimientos, sin prisa, deleitándome en cada segundo de aquellos cálidos días, éste hecho me hacía reafirmar que ella era la casa de mis sueños, pequeña, coqueta, sencilla, cálida, aportándome una sensación tan placentera, que ni en invierno quería alejarme, a pesar de que el ambiente tornaba solitario y bucólico sin el ajetreo de veraneantes.
En cuanto la primavera asomaba y el sol animaba los días, pintaba los muros de blanco y sembraba las innumerables macetas y tiestos, con plantas de rápida floración, para que dieran color y vistosidad a las sencillas paredes de la casa. Un pequeño patio acogía un cenador de tela que aportaba sombra y frescor en las tórridas tardes de verano, lugar preferido para el descanso de mi perrita Juana, una foxterrier de pelo duro, cariñosa, juguetona y obediente, compañera de mis largos paseos y cómplice de mis anhelos.
Mi existencia era cuasi perfecta, no era un modo de vida jipi, ya que gracias a mi vida laboral, disponía de suficiente pensión para vivir sin grandes dispendios, pero tampoco con privaciones. Las charlas con los comerciantes cercanos o con los colegas del club social, me entretenían cuando andaba necesitada de contacto humano.
Lo que tantos urbanitas deseaban y añoraban, ya lo tenía, y sólo envidiaba encontrar a alguien con quien compartirlo y que me hiciera sentir aún más feliz y dichosa. Mi placentera existencia no era nada rutinaria, pues si bien intentaba seguir un horario de comidas, el resto de la jornada lo dedicaba a pasear, comprar o viajar a poblaciones cercanas, a las que tenía acceso gracias al tren o al autobús, cuyas paradas estaban próximas a casa.
Durante un largo tiempo mi relación con la ansiada casa fue idílica, hasta que la vida te enseña que nada es eterno, menos cuando te hallas tan próximo a la naturaleza y tienes ocasión de percibir su fuerza y agresividad cuando menos lo esperas.
El invierno pasado ha sido de los más duros climatológicamente hablando, y las grandes pleamares al juntarse con fuerte temporal de lluvias y viento, destrozó toda la línea de costa, locales comerciales, hoteles, viviendas, entre ellas la mía, toda la planta baja fue penetrada por el mar, no pude salvar nada más que a mi perrita, los muebles y enseres que había terminaron flotando a lo largo de la sumergida playa. Bueno, los míos y los del resto de vecinos que como yo vivían en primera línea. Por fortuna guardaba siempre las cosas de valor en la primera planta, y fue en ella donde nos refugiamos Juana y yo, deseando que el temporal no rompiese los cimientos y pudiéramos sobrevivir ilesas.
Tras la tempestad no viene la calma, porque el disgusto y los destrozos sufridos, pusieron los nervios a flor de piel, creando tensión en el vecindario que casi llega a la histeria colectiva. No paraban de quejarse de todo, que si la culpa la tiene el cambio climático, que si los políticos, que si el Gobierno de turno por no prever o avisar de lo que se venía encima, en fin, el desaguisado ya estaba hecho, y quejándome no iba a solucionar nada, así que comencé a pensar en cómo iba a arreglar todo ello.
Por desgracia no me dio mucho tiempo a planificar, vinieron los mandamases de Fomento y prohibieron edificaciones en aquella zona hasta tercera línea de playa, por lo que mí destartalada casa y las demás medio derruidas por el temporal, había que demoler lo que hubiera quedado en pie y dejar un espacio amplio para adentrar la acera del paseo. Esa fue la solución que dieron los políticos de turno.
Manifestaciones, paros, boicot a actos culturales, un sinfín de movilizaciones que los comerciantes y vecinos propusieron y llevaron a cabo con tal de hacer notar la discrepancia de ideas y soluciones. Mientras tanto permanecíamos sin agua ni luz eléctrica, aquello parecía un campamento bereber, con toldos y hamacas por todos lados y cocinando o lavándonos al aire libre. Todo era para hacernos notar y avergonzar al Alcalde y sus ediles. Pero como esa gente tiene la cara de cartón piedra por no hablar ya de sentimientos, no se consiguió nada, y todas las casitas coquetas, blancas y coloridas, que con tanto orgullo aparecían en los folletos turísticos, terminaron por desaparecer bajo el polvo y los escombros que una voraz excavadora derribó.
No hay mal que por bien no venga y aquella eclosión de protestas, fue el origen de una asociación civil muy bien organizada, echamos solicitudes al Ayuntamiento para que nos realojaran en viviendas de propiedad municipal o que estuvieran tuteladas por ellos, y mientras tanto nos fuimos de okupas al cortijo del señor alcalde y apartamentos vacacionales de los ediles, donde todavía seguimos, porque ya se sabe, las cosas de palacio van despacio, y como nuestros políticos son muy caritativos, a través de las redes sociales hemos agradecido a los mismos la buena acogida que nos han dado en sus propiedades, teniendo luz y agua pagadas por el ayuntamiento, pues los enganches, por supuesto, no estaban privatizados.
Ahora vivo en un pequeño apartamento con Colas y Lola, dos amigos jubilados, son muy majos y ya no me siento tan sola. Como no tengo gastos ocasionados por la casa, mi pensión me da para mucho más, y en cuanto veo un viaje apañadito, para allá que me voy, y mis colegas cuidan de Juana, que les tiene mucho cariño.
¡La vida de okupa es la vida mejor!





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