Daños colaterales - Marian Muñoz

Image result for bombonas de butano



Si estás leyendo esta carta es que estoy muerta.
No quiero irme al olvido sin que sepas la verdad de mis razones, seguramente no las apruebes pero el daño está hecho, y como ellos decían, daños colaterales nada más.
Viví quince años bonitos, mi infancia fue francamente feliz hasta donde recuerdo y sigo maldiciendo el día que pedí como regalo de cumpleaños viajar a un parque de atracciones. Todos mis amigos habían visitado alguno y hablaban maravillas, nos ilusionaba divertirnos juntos, justo antes de comenzar con fuerza los estudios que me llevarían a la universidad.
Todo ocurrió muy rápido, tras un día ajetreado de subir y bajar por las montañas rusas, toboganes, escaladas y diferentes diversiones, mientras cenábamos, se presentó la policía en nuestra mesa, fue la última vez que pude estar con ellos. Voy a llamarles padres porque son la única referencia que tengo como tales, y sobre todo, porque siempre se portaron como si lo fueran.
No entendía qué pasaba, me sentía perdida, aislada de mi única familia. Los servicios sociales me secuestraron, esa es la palabra, me encerraron en uno de sus centros, junto con delincuentes y chicas difíciles, sin dejarme hablar con ellos, sin contarme cual era el problema, sin importarles mis sentimientos o mi opinión, como menor no era más que un cacho carne con ojos que debía obedecer.
Seguí el consejo de la compañera de habitación: “sé dócil, obedece y espera el momento apropiado”. Comencé a colaborar y la relación se fue relajando, tras un juicio en el que no pude participar ni asistir, les declararon culpables de secuestro con pena de prisión. Mi tutela se la dieron a una mujer, al parecer tía mía que fue la encargada de explicarme mi situación. Craso error, porque ya conocía toda la historia a través del abogado. La cizaña y datos atroces que ella inventó, me demostraron rápidamente la clase de persona que era y lo difícil de nuestra futura relación.
Al parecer, cuando tenía tres años, mientras ayudaba a mi madre a tender la ropa en una casa de campo vacacional, corrí en pos de una prenda que el aire había arrebatado de la cuerda, para recuperarla me adentré en el bosque cercano, donde me perdí. Ella no se dio cuenta a tiempo de mi desaparición, y cuando empezó a buscarme fue demasiado tarde. Durante semanas intentaron localizarme policías, voluntarios y mis verdaderos padres que no se daban por vencidos hasta que apareciera.
Pasados unos meses, mi madre se suicidó al sentirse culpable de mi perdida, y mi padre murió poco después en accidente de coche al conducir borracho. Todos lloraron las tres muertes y siguieron con sus vidas, hasta aquel día, en que tras publicar una foto mía en el tablón del parque, mi tía me reconoció, soy igualita a mi abuela, incluso tengo un lunar en el mismo sitio que ella. Llamó a la policía y ahí mi suplicio tuvo su comienzo.
Mi falso padre me encontró dormida en la sentina de su barco, había hecho diferentes paradas a lo largo del río, y por más que puso fotos con mi imagen, no logró averiguar nada de mi procedencia, por lo que decidió adoptarme, criándome como si fuera su hija. Nunca me contaron la verdad, por temor a perderme o a culparles de mi extravío, intentaban suplir con su amor incondicional la falta de mis verdaderos padres.
Mi tía era mayor y mis primas tenían su vida ya montada, no siendo más que una extraña en aquella casa. Me miraban mal, me importunaban en cuanto podían, nunca podía dar mi opinión porque se abalanzaban sobre mí con una falta de respeto e intransigencia desconocida. No permitían que fuese diferente o pensase por mí misma, siempre su machacona forma hipócrita de pretender mostrarme la vida. Porque una cosa era lo que decían y otra muy distinta lo que hacían. Mostraban preocupación por los más desfavorecidos, por los extranjeros que buscaban un hueco en este país tan distinto al suyo, pero de puertas adentro vejaban en cuanto podían a la asistenta ucraniana o trataban desconsideradamente al muchacho sudamericano que traía el pedido a casa.
A pesar de mis pocos años, tuve que madurar de repente. Empecé a comprender que hay personas buenas y otras que no, en el reparto no había salido favorecida. Deseaba volver con mis padres “secuestradores”, al menos con ellos no tenía que preocuparme nada más que de estudiar en vez de sentirme la cenicienta del cuento. Y todo porque la familia me culpaba de las muertes de mis padres y mis abuelos, ya que murieron uno tras otro debido a mi desaparición.
Me sentí tan desgraciada con aquella gente que empecé a planear el evadirme, debía desaparecer de nuevo sin dejar rastro, dudaba que pudiera haber más muertes por mi culpa en esta ocasión.
Mi fecha de nacimiento había cambiado y también mi edad, ahora tenía un año más, algo que me descolocó totalmente, pero mira por donde me venía bien para mis ganas de huir. Justo el día de mi dieciocho cumpleaños salí bien temprano de casa, me dirigí a la playa, una pequeña cala que a primera hora siempre está desierta. El sol comenzaba a calentar y al descalzarme, sentí placer con el roce de la arena en mis pies. Me fui acercando a la orilla, donde la mar lamía suavemente la costa e inicié lentamente la entrada en el agua.
El frío me hizo retroceder unos pasos, me armé de valor y seguí avanzando mar adentro. Mis pies ya se habían acostumbrado a la sensación helada y al hundirse en la arena, bajo las olas, mi cuerpo vibraba al ritmo del vaivén marino. Primero las rodillas, luego la cintura, cuando el agua ya mojaba mis hombros, sentí la fuerza de la corriente, la llamada de las profundidades, alcanzando una serenidad y una paz hacía tiempo anhelada.
Sin miedo y sin prisa, seguí caminando mar adentro, quería sentirme rodeada de su suave baile. Cuando ya no pude abrir la boca sin tragar agua, y llegó a la altura de mi nariz, fue entonces, como si un resorte me impulsara, brinqué hacia arriba, alcé mis brazos y corrí hacia la orilla todo lo que pude, porque mi mente, por fin, había encontrado la solución a mis pesadillas.
Antes de que pudieran conmigo, acabaría yo con ellas. Madrugué el domingo, abrí las espitas de las tres bombonas de butano que había en la casa y me marché. Dos horas más tarde todo voló por los aires, su hipocresía, su intransigencia, su odio y su mala educación habían terminado, tal vez me buscasen, pero sabía dónde ir, a un bosque cerca de un río donde una vez me perdí y nunca jamás investigarán allí.
El resto de la historia ya la conoces. No importa lo que has hecho antes, lo que vale de verdad es lo que haces ahora, en el presente, y eso, como he dicho, tú lo sabes bien.






Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario