Hacía un calor inusual aquella noche. Dio vueltas entre sueños, intentando coger la postura de nuevo. Pero notaba el colchón muy duro. Abrió un ojo, luego el otro. Aún somnoliento, se desperezó. Su pie derecho chocó con algo metálico. Su mano izquierda también. Intentó enderezarse y su cabeza dio con un techo bajo de madera.
¿Dónde
estaba? Aquella no era su cama, ni su habitación. Una bombilla de
escasa potencia iluminaba la estancia.
Se
fijó bien. Barrotes metálicos a su alrededor. Un techo de madera
encima. Una camilla dura, brillante y fría, en lugar de su cama.
Se
miró, se tocó. No estaba herido. No le dolía nada. No llevaba su
pijama de rayas azules, sino una especie de camisola blanca de
hospital, con una abertura trasera por la que asomaba su culo blanco.
– ¿Hola?
-Se atrevió a preguntar-. ¿Hay alguien ahí?
Empujó
los barrotes, pero eran demasiado gruesos. No podía salir de allí.
Palpó despacio hasta que encontró un pesado candado. No había
llave.
Estaba
atrapado. Se quedó paralizado, intentando entender qué hacía allí.
Casi dejó de respirar.
Unos
pasos resonaron fuera de la habitación. Se acercaban a él. Quizá
le dieran una respuesta. Escuchó cómo una llave se introducía en
la cerradura, abriendo la puerta con un chasquido. Una luz blanca le
cegó. Haciendo visera con las manos, logró entrever dos altas
figuras con aspecto reptiliano que se comunicaban entre sí.
Una
tercera figura, portando un maletín y vestida con bata blanca, entró
detrás. Por más que les miraba, ellos parecían ignorarle.
Por
fin, uno de ellos le habló. Su voz sonaba entrecortada, como la de
una grabación manipulada.
– Bienvenido,
aamiiigooo,..., nooo te... preocupesss,... , no te hareemosss
daañooo... Sooolooo necesitamooosss... hacerrrtte unasss...
pequeñaass prueeebasss...
Un
sudor frío le recorrió su espalda. Intentó alejarse lo más
posible de sus captores pero no tenía escapatoria dentro de aquella
jaula estrecha.
– ¡No
me hagan daño! ¡¡No soy nadie importante!! ¡¡¡Déjenme salir!!!
Sus
gritos histéricos hicieron ecos en la habitación, asustándole aún
más. Se hizo un ovillo y se tapó los oídos con sus manos.
Los
tres seres reptilianos volvieron a consultar entre ellos. Uno de
ellos se acercó a la jaula empuñando lo que parecía una pistola.
La dirigió a su frente, disparó y un conjunto de luces azules lo
rodearon, dejándole como en trance.
El
reptiliano del maletín abrió la jaula y entró. Le inyectó un
líquido verde de aspecto viscoso en el brazo derecho. A
continuación, dándole la vuelta, presionando su cuello, le
introdujo un diminuto tubo metálico bajo su piel.
Despacio,
lo tendió boca arriba dentro de la jaula y salió.
Dejó
paso a los otros dos reptilianos, que desmontaron la jaula, dejando
el armazón alrededor de la camilla metálica.
Uno
de ellos pulsó un botón de un aparato que sacó de una cartuchera
de su cinturón. Y una abertura cenital se abrió en el techo.
Pulsando otro botón, logró que la camilla se elevara hacia arriba.
Cuando
despertó, sintió la boca pastosa, un dolor de cabeza martilleante y
ganas de vomitar. Intentó levantarse pero se sentía muy mareado.
Y
hacía calor. Mucho calor.
Miró
alrededor: un vasto desierto se extendía hasta donde alcanzaba la
vista. Rocas, mucho sol, más arena, algún cactus. Él parecía el
único ser vivo.
Se
levantó como pudo. Caminó hasta lo que parecía una carretera de
grava. Divisó un cartel desteñido por el sol.
ROSWELL
NUEVO
MÉXICO
A
5 MILLAS
BIENVENIDOS
Y
otro más allá:
ATENCIÓN
SERPIENTES
PELIGROSAS
CARRETERA
CLAUSURADA
¿Cómo
había llegado desde su casa, desde su cama, hasta aquel desierto
inhóspito en territorio supuestamente americano?
Fue
su último pensamiento antes de desmayarse entre las dos señales de
la carretera.
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