Dicen que la venganza es un plato que se suele servir frío. Pero con estos calores hay que idear el plan y dejarlo reposar en la nevera un tiempo. Como los cubitos de hielo. Y así se aplacaría nuestra sed de justicia. Haciéndonos un mojito con los cubitos después de consumados los hechos.
También
dicen que algunas experiencias son como dardos envenenados, que se te
vuelven en contra. Y una vez disfrutadas y pasado el efecto que se
pretendía benéfico, su recuerdo se retuerce y lo vivido se vuelve
desastroso.
La
idea a principios de verano todavía resultaba de lo más prometedor.
Quince días de vacaciones en un precioso hotel en mitad de las
montañas asturianas. Sin ruidos, sin prisas, en plena naturaleza,
comiendo sano y disfrutando de tiempo y en buena compañía.
Antes
del viaje se les ocurrió celebrar una reunión pre-vacacional.
Cervezas, tapas, risas. Y Lotería de Navidad. Sin saber cómo
acabaron a las tantas de la mañana sentados en el portal de una
administración de loterías. A las nueve en punto, como cada día,
el lotero abrió su persiana y vendió un décimo a cuatro talluditos
y resacosos que se contaban el cuento de la lechera unos a otros.
El
décimo quedó firmado por cuadruplicado y guardado en el cajón de
la ropa interior de una de las parejas. Que pronto se olvidaron de
él, ya que comenzaba el frenesí de sacar, hacer y recolocar
maletas. Esto sí, esto no, esto por si… ¿Paraguas? Paraguas.
La
salida del Túnel del Negrón les recibió haciendo honor a su
nombre. Una niebla oscura y una lluvia menuda ocultaban el paisaje. A
la bajada saldrá el Sol, la esperanza era toda una promesa.
Pero
a la bajada del valle, el Sol siguió sin brillar. Y las nubes se
instalaron encima de los ánimos de todos.
Pronto,
la rutina de ver llover, descansar, jugar al parchís y no hacer nada
más pudo con la sección masculina. Que decidió coger el coche y
buscar un bar concurrido en el pueblo más cercano. Con tele bien
grande para ver el fútbol, a ser posible.
Ellas
siguieron con sus vacaciones de naturaleza y relax. Y programaron, a
pesar de la lluvia, sus rutas por las ‘sendas de cabra’ que
ribeteaban el valle.
El
fútbol y unas cuantas cervezas animaron los espíritus de los
veraneantes masculinos. Tanto que se les hizo de noche. Y al salir
casi no recordaban dónde habían dejado el coche.
‒No
podemos conducir así.
‒Así,
¿Cómo? ¿Sin coche? Pues no.
‒No,
así con esta moña. Ahí está el coche, pero ¿Tú has visto esas
curvas?
‒
¿Entonces? ¿Dormimos dentro? Pues llama
tú a tu chica y le cuentas. Que yo paso.
‒Cobarde.
Por una tajada. Ya ves. Anda venga, que llamo yo. Que seguro que
bajan por nosotros.
Al
otro lado de la línea, tras comunicar con la cabaña rural, se oyó
un grito que retumbó en todo el valle.
‒Pues
ahora no pretenderás que vaya a por ti. Si quieres, duerme en el
coche. Ya hablamos mañana. Si estás sereno, claro.
Una
pena que los móviles no tengan auricular para estamparlo y descargar
la furia acumulada.
‒No,
si, ya lo sabía yo. Todos los hombres son iguales.
‒
¿Les pasó algo?
‒Pues
qué va a pasar. Lo de siempre. Fútbol, cervezas, coche. Y nadie
sobrio para conducir.
‒Pues
yo no bajo. Con esta lluvia y esta carretera…
‒Eso
le he dicho. Que a ver cómo se las apañan.
El
apaño fue de película. Entre cómica y grotesca. Ambos no cabían
en el coche y se daban patadas sin querer mientras cogían la
postura. Después, los ronquidos de uno despertaban al otro.
Y
cuando ya estaban cogiendo el sueño…
‒A
ver, ustedes, Policía. ¿Qué hacen aquí?
Y
los dos hombres, largos como un día sin pan y más arrugados que
garbanzos a remojo abandonaron el ‘coche-cama’ y acabaron en el
cuartelillo para terminar de pasar la resaca.
La
llamada que les ofrecieron fue complicada de hacer. Por la resaca,
por las excusas, por lo que les esperaba al llegar al hotel…
El
viaje de regreso en coche hacia el hotel fue el más incómodo de la
historia.
‒Si
hubiésemos escogido una playa…
‒
¿No te habrías emborrachado con tu amigo,
no?
‒No…
Sí… No… Pero…
‒Yo
esperaba que hiciera sol todos los días...
‒Esto
es Asturias chaval. ¿No ves los telediarios?
‒…
me aburría tanto…
‒Espero
que eso sea efecto de la resaca. Ya estoy harta de excusas de niño
de preescolar.
‒Si
no te hubiera hecho caso… tanto querer subir al monte…
La
discusión fue subiendo de tono según hacían de nuevo las maletas.
Hasta el punto de que ellas decidieron que mejor era volver a casa y
reorganizarse solas. Y ellos que reordenaran sus cabezas.
Pagaron
por la estancia completa. Ellas volvieron en un coche. Ellos en otro.
La
ruptura fue definitiva. Y el camión de mudanza se llevó lo poco que
quedaba de sus vidas en común.
En
un cajón de la ropa interior quedó un décimo de lotería que una
de ellas había guardado. El día 22 de diciembre el recuerdo del
décimo revivió. Solo una recordaba el número. Ellos se habían
olvidado de aquella etapa de sus vidas. Y estaban dando tumbos para
reencontrarse a sí mismos de vuelta en casa de sus respectivas
familias.
Y
el número salió del bombo. Y una llamada sonó en la otra punta de
la ciudad. Y comenzaron a hacerse planes para disfrutar de unas
largas vacaciones de solteras divinas en el Caribe.
Así
que lo mejor para vengarse es vivir bien y tomarse un mojito para
celebrar la vida.
Aunque
llueva.
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