Durante
unos segundos todo se volvió negro, como si le envolviera una densa
nube que lo cegara. ¿Estaba muerto? ¿Se había desmayado? ¿O
simplemente se habían apagado todas las luces del cielo? ¿O sus
sentidos se habían desorientado?
No
estaba muerto, pero casi. Las lenguas de las llamas bajaban por la
ladera despacio, pero sin pausa. Pronto llegarían a él, lo
rodearían y secarían sus ramas más altas y todo su cuerpo robusto.
El suyo, y el de todos sus compañeros, que acabarían negros y
muertos. Vio pasar a varios jabatos y ardillas. Ellos tendrían más
suerte. Cuatro patas ágiles para escapar. Él, mientras, esperaría
una muerte segura, agarrado a sus raíces.
El
fuego no da tregua. Más de uno y más de dos incendios habían
evitado en su zona a lo largo de su vida. Pero esta vez el desastre
era claro. La noche fue muy larga y tensa. Gritos de humanos
intentando arreglar el desastre cometido por otros humanos
imprudentes, crujir de hojas secas bajo los pies de animales que
escapaban, gritos silenciosos de la naturaleza que se dolía de esa
quema, esa muerte súbita, inesperada y tan dañina. Envueltos en una
nube, densa y negra, como si la Nada se los fuera a tragar para
siempre.
Recordando
su juventud, echaba de menos el balar de las cabras, el rozar de sus
cuerpos calientes contra su corteza, y el mascar tranquilo de la
hierba que les rodeaba. Entonces también había quemas y fuegos.
Pero los humanos eran más sabios y conocían los montes; y
aprovechaban todos sus recursos y secretos.
Ahora
solo ve humanos despistados en época de calor, buscando rutas
marcadas, todos en fila, muchos colores, caras de asombro y destellos
que molestan más que el Sol de verano. También hay algunos con mala
sangre que se escabullen entre la maleza para crear desastres como el
que está presenciando ahora.
Dejad
a la Naturaleza vivir, desearía gritar. Pero sus ramas mudas se
agitan al viento, ese viento cálido que ayuda a que el fuego crezca.
Ya
es de día, o eso parece, porque las nubes oscuras tapan el sol.
Escucha motores. Esas máquinas en el cielo ayudan a veces a apagar
el fuego. En este caso se teme lo peor. Cree que no conseguirán
nada. El monte necesita mucha más agua de la que esas cubas
transportan en cada viaje. El fuego es más rápido. No da tregua.
Más
gritos, más crujidos, más chillidos de animales. La muerte súbita
de la Naturaleza se aproxima. Nadie está salvo.
¿Quién
gana con esta pérdida? Todos estamos perdidos. Aunque agitemos la
bandera blanca, el naranja del fuego pronto lo volverá todo negro. Y
muerto.
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