Ficción...o no - Dori Terán


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Xandru tenía la sensación de estar viviendo entre extraterrestres o ¿tal vez solo eran unos panolis finolis desplegando una elegancia antinatural y estudiada, una pose, un postureo, un lenguaje melindroso y cursi? Acababan de incorporase al colegio mayor en el que él residía desde que comenzó sus estudios universitarios hacía dos años. Eran dos hermanos gemelos exactamente iguales físicamente con una pequeña diferencia de unos cinco o seis centímetros en la altura de sus cuerpos espigados. Los idénticos como el los llamaba venían de una pequeña población del interior de la montaña de León. No era normal dada su procedencia y también su edad que se expresasen con tanta pompa y boato. Pasmado de asombro se quedaba Xandru cuando conversaban. –“Manuel a los albores del día portaremos el Stradivarius para impregnarnos de la sabiduría en su empleo lo cual recibiremos con ávido interés en la clase de disciplina musical”, así le decía el más alto de los hermanos al otro. –“Impregnada quedará mi memoria del recuerdo en tu mensaje mi fraterno Juan”. Era una autentica comedia escucharles en el escenario de la vida cotidiana y sencilla. Las risas y los comentarios jocosos llenaban las estancias compartidas y testigos de tal asunto. Los desayunos colectivos y los almuerzos eran los momentos de máxima tensión. Poco a poco el comedor se fue convirtiendo en explosión de carcajadas y chanzas, en teatro de imitaciones llenas de intención ridiculizante. La noche en que el cachopo era el menú de la cena, se colmó el vaso de vergüenza que sentían los hermanos ante la situación. –“Juan ,juan haz un análisis categorial del espécimen alimentario del plato” -“ Son dos bistec Manuel atestados de fiambre embutido y lácteo prensado” le contestó mientras hurgaba con el tenedor en la carne empanada y tierna que dejaba rebosar por los lados el queso derretido y mirando atentamente la composición del manjar. –“Chopo, Cachopo, chopo, cachopo jajajaaaa…chopo preñado, cachopo empanado ,da de comer a los remilgados jajajaaaa …” Todos los chicos a coro repitieron el estribillo una vez y otra hasta que la servidora del comedor sin ninguna afectación y con voz potente en grito, exclamó -“¡Basta coño!. No sin esfuerzo y risitas sofocadas terminó la función. Manuel y Juan se hicieron adeptos del silencio, amigos íntimos del mutismo y la mudez. Su manera de comunicarse se llenó de gestos y monosílabos, de huidas oportunas y rechazo de conversaciones. A Xandru había algo que no le cuadraba en toda la historia, desconocía circunstancias, experiencias y vivencias de los hermanos y estaba convencido que tamaña pedantería espontánea y llana no estaba ocasionada por ningún virus. En los finales del curso se le ocurrió la idea de invitar a los dos chicos a pasar unos días de descanso en su aldea.
Convivir con ellos en el hórreo que era su hogar, le daría pie a observar y tal vez a encontrar la raíz de esta carga cerebral que los gemelos parecían no poder dominar. Ellos que vivían el trauma de una exclusión social prácticamente colectiva aceptaron encantados. Habían observado muchas veces que Xandru no se ensañaba en las burlas e incluso asomaba a menudo en su rostro muecas y ademanes de disgusto cuando se daban. Llegaron en una tarde veraniega donde el sol regalaba todo su esplendor a la pequeña braña asturiana. Los padres de Xandru escanciaron unas sidras para refresco de los visitantes. –“Favor que nos hacen con este refrescante zumo de la pomarada” dijo sonriendo Juan. Durante un rato contemplaron embelesados las vacas que pastaban en el prado cercano y una pequeña jaca que se había colado entre ellas y jugueteaba ágil y divertida en carreras de ida y vuelta que por momentos sobresaltaban a las pacientes vacas. La noche fue invadiendo el espacio y los pequeños farolillos desplegaron su luz tenue y amarilla. Se retiraron a descansar sobre todo de ese silencio tímido que era el dueño de la manifestación de su ser. En la acogedora habitación que les habían destinado pronto conciliaron un sueño confiado y dulce en el que esperaban volar al astral del diálogo libre y aceptado fuese cual fuese la forma. Xandru aún vagaba por la cocina recogiendo la vajilla cuando sus ojos se posaron en la mochila olvidada por los chicos junto al aparador. Dudó ante su deseo de abrirla pero la curiosidad pudo más que su intención de respeto. Deslizó la cremallera y metió la mano. Una carpeta de cartón se identificó al tacto, la abrió y allí encontró varios folios escritos que reconoció como informes médicos. Se sentó en la silla junto a la mesa y detenidamente los fue leyendo. La historia que narraban como responsable de la peculiaridad comunicativa de los gemelos, el diagnóstico increíble y el tratamiento atrevido desfilaba ante sus ojos contado y plasmado por el psiquiatra que lo firmaba pero más se parecía a una película de ficción que a una realidad viva. Desde niños los chicos habían vivido todo su tiempo libre, aquel que no dedicaban a comer, dormir y unas pocas horas de escuela, lo habían vivido encerrados en una estancia llena de libros que su padre les obligaba a leer uno detrás de otro sin respiro. El cerebro de los muchachos perdió toda la lateralidad relacionada con las funciones de comprensión verbal simple y cotidiana, lo suyo era una “Rimbombanteritis” y se desconocía el tratamiento así que su doctor quiso probar a insertarlos en el mundo natural, y vulgar de quienes leen para vivir sin vivir para leer. El campo y el aire rural se le antojó a Xandru la mejor de las medicinas. La realidad de aquella vida tal vez pudiera desnudar sus cabecitas de las encerronas que la falta de juegos y relaciones les había traído a su vida hasta anular la personalidad que nunca dejaron nacer. Les invitaría a pasar todo el verano. Fuera la lluvia comenzaba a sonar con fuerza. Un diluvio iba a arrastrar los desechos para dejar sitio a la vida.





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