Cuando
despertó se dio cuenta que estaba dentro de un saco. Se sentía
aturdida. Sus pensamientos se sucedían a gran velocidad. ¿Qué
hacía allí? Intentó moverse. Imposible. ¿Por qué la habían
metido en una bolsa? No le dolía nada. No veía nada. No sabía
nada...Estaba atrapada en su propia inmovilidad. ¿Estaría muerta?
Sintió su respiración. Lenta. Acompasada. El plástico pegado a su
cara. El frío recorriendo los pies, las manos. Sintió la oscuridad
. El silencio...
Bárbara
enseguida se vio en su casa, tendiendo en la azotea. Su hija aún
jugaba en el jardín cuando el viento se alteró. Las ventanas
siempre abiertas se habían cerrado bruscamente. El aire caliente
arremolinaba en la entrada del porche las hojas . Caían por todas
partes . El sol se ocultaba detrás de nubes negras que atravesaban el
cielo a gran velocidad. Los truenos se oían callados entre el
alboroto de los árboles. La tormenta se acercaba. Bárbara pensó
que la ropa secaría rápido. Antes de que la lluvia llegase. Quizás
la tormenta fuese seca... estaba tendiendo en la azotea. Era lo
último que recordaba. Si. Bárbara lo tenía claro. Estaba allí
metida porque un rayo la había fulminado.
La
sorpresa del auxiliar forense fue mayúscula cuando vió moverse la
bolsa. Hacía pocos días que trabajaba en el Instituto. De entrada
pensó en la típica novatada. Imposible. No se había separado de
ese cadáver desde que lo trajeron. Con el corazón en un puño bajó
la cremallera. Bárbara lo miró con una mueca que quiso ser sonrisa.
Tuvieron que darle varios puntos de sutura en la cabeza. Cayó
desplomado. Como ella. ¡Vaya susto!... Pensar en la cara del
auxiliar hacía que Bárbara riese cada vez con más ganas . Como
nunca había reído. Si. Se recuperó. Volvió a su vida. A su casa. A
su rutina...
Pronto
se recuperó físicamente . Los órganos internos milagrosamente no
habían sido dañados. Las quemaduras cicatrizaron y, con tesón,
Bárbara empezó a hacer vida normal.
El
cambió lo notó enseguida. Según se reincorporaba a sus quehaceres.
No era algo que se viese a simple vista. No. Eran detalles,
sensaciones , estados de ánimo. Se dio cuenta que vivir en el campo
contribuía a su malestar. No paraba. Que Paco llegase cada noche.
Agotado. Sin fijarse en su cansancio, la enervaba. Desde lo del rayo
dormía poco. Su cabeza bullía . Cada día veía más afrentas. Paco
lo veía todo igual. Bárbara era la única que había cambiado.
Un
día fue en su coche a la ciudad. Su hija en el asiento trasero.
Después de dar varias vueltas buscando aparcamiento vio un sitio.
Puso el intermitente y realizó las maniobras de aproximación.
Torció demasiado pronto. La rueda chocó con la acera sin dejarle
entrar en el hueco. Volvió a salir . La calle era estrecha . Se
formó cola de varios coches esperando que aparcase. Frente a ella un
hombre de unos sesenta dio un par de manotazos al capó llamando su
atención. Pretendía dirigir la maniobra de Bárbara. Ella pasó del
espontáneo. Puso el brazo sobre el respaldo e iba a dar marcha atrás
cuando le oyó gritar al lado de su ventanilla:
-¡Eh,
nenina, mírame! Tu sola no puedes.
-¡¡Hasta aquí podíamos llegar!! Se dijo Bárbara dando un
frenazo.
Sintió
toda la rabia acumulada de años de impuesta condescendencia subirle
a la cara. Lo miró a los ojos . En profundidad, y... algo salió de
ellos sin su control. Un rayo. Si. Un rayo que la liberó a ella de
su malestar y dejó verde el rostro del espontáneo. Bárbara quedó
perpleja. Vio al caballero acercarse y preguntarle muy correctamente
si necesitaba ayuda. Y marchar con tranquilidad cuando Bárbara le
dijo: que no, que gracias, que ella podía sola.¿Qué había
pasado?
Bárbara
hubo de explotar en distintas ocasiones para comprobar que el rayo
seguía saliendo de sus ojos. Que las personas que lo provocaban, la
mayoría hombres, quedaban verdes. Que cambiaban de actitud con ella
y que su estado anímico mejoraba. Llegó entonces a la conclusión
de que tenía superpoderes . Que el rayo que la había atravesado la
había hecho poderosa. Invencible. Que no tenía que decir nada
cuando la anulaban, sólo dejar salir el rayo. Funcionaba.
Funcionó
con todos menos con Paco. Bueno, funcionó a medias. Paco, después
de que Bárbara dejase salir el rayo si que quedaba verde pero no
cambiaba de actitud: Peleaba. Argumentaba. Discutía. Se enfadaba.
Chillaba mucho. Dejaba de hablarle. La castigaba...Se resistía como
gato panza arriba. Pero Bárbara confiaba en el poder del rayo.
Insistió. Una y mil veces. El rayo lo fue debilitando. Poco a poco.
Llegó el día en que sólo le bastaba con mirarlo. Sin que saliese
nada. No hacía falta más.
Ahora
viven en la ciudad. La casa del campo es sólo para los fines de
semana que les apetece ir. Para fiestas con amigos. Para descansar el
uno del otro. Para reponer fuerzas. Bárbara trabaja fuera. Paco
también lo hace dentro, en casa, y cuando tiende en la azotea mira
el cielo esperando la tormenta . No le importaría que lo fulminara
también a el un rayo como el de Bárbara.
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