El rayo que no ceja - Marga Pérez

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Cuando despertó se dio cuenta que estaba dentro de un saco. Se sentía aturdida. Sus pensamientos se sucedían a gran velocidad. ¿Qué hacía allí? Intentó moverse. Imposible. ¿Por qué la habían metido en una bolsa? No le dolía nada. No veía nada. No sabía nada...Estaba atrapada en su propia inmovilidad. ¿Estaría muerta? Sintió su respiración. Lenta. Acompasada. El plástico pegado a su cara. El frío recorriendo los pies, las manos. Sintió la oscuridad . El silencio...
Bárbara enseguida se vio en su casa, tendiendo en la azotea. Su hija aún jugaba en el jardín cuando el viento se alteró. Las ventanas siempre abiertas se habían cerrado bruscamente. El aire caliente arremolinaba en la entrada del porche las hojas . Caían por todas partes . El sol se ocultaba detrás de nubes negras que atravesaban el cielo a gran velocidad. Los truenos se oían callados entre el alboroto de los árboles. La tormenta se acercaba. Bárbara pensó que la ropa secaría rápido. Antes de que la lluvia llegase. Quizás la tormenta fuese seca... estaba tendiendo en la azotea. Era lo último que recordaba. Si. Bárbara lo tenía claro. Estaba allí metida porque un rayo la había fulminado.

La sorpresa del auxiliar forense fue mayúscula cuando vió moverse la bolsa. Hacía pocos días que trabajaba en el Instituto. De entrada pensó en la típica novatada. Imposible. No se había separado de ese cadáver desde que lo trajeron. Con el corazón en un puño bajó la cremallera. Bárbara lo miró con una mueca que quiso ser sonrisa. Tuvieron que darle varios puntos de sutura en la cabeza. Cayó desplomado. Como ella. ¡Vaya susto!... Pensar en la cara del auxiliar hacía que Bárbara riese cada vez con más ganas . Como nunca había reído. Si. Se recuperó. Volvió a su vida. A su casa. A su rutina...
Pronto se recuperó físicamente . Los órganos internos milagrosamente no habían sido dañados. Las quemaduras cicatrizaron y, con tesón, Bárbara empezó a hacer vida normal.
El cambió lo notó enseguida. Según se reincorporaba a sus quehaceres. No era algo que se viese a simple vista. No. Eran detalles, sensaciones , estados de ánimo. Se dio cuenta que vivir en el campo contribuía a su malestar. No paraba. Que Paco llegase cada noche. Agotado. Sin fijarse en su cansancio, la enervaba. Desde lo del rayo dormía poco. Su cabeza bullía . Cada día veía más afrentas. Paco lo veía todo igual. Bárbara era la única que había cambiado.
Un día fue en su coche a la ciudad. Su hija en el asiento trasero. Después de dar varias vueltas buscando aparcamiento vio un sitio. Puso el intermitente y realizó las maniobras de aproximación. Torció demasiado pronto. La rueda chocó con la acera sin dejarle entrar en el hueco. Volvió a salir . La calle era estrecha . Se formó cola de varios coches esperando que aparcase. Frente a ella un hombre de unos sesenta dio un par de manotazos al capó llamando su atención. Pretendía dirigir la maniobra de Bárbara. Ella pasó del espontáneo. Puso el brazo sobre el respaldo e iba a dar marcha atrás cuando le oyó gritar al lado de su ventanilla:
-¡Eh, nenina, mírame! Tu sola no puedes.
-¡¡Hasta aquí podíamos llegar!! Se dijo Bárbara dando un frenazo.
Sintió toda la rabia acumulada de años de impuesta condescendencia subirle a la cara. Lo miró a los ojos . En profundidad, y... algo salió de ellos sin su control. Un rayo. Si. Un rayo que la liberó a ella de su malestar y dejó verde el rostro del espontáneo. Bárbara quedó perpleja. Vio al caballero acercarse y preguntarle muy correctamente si necesitaba ayuda. Y marchar con tranquilidad cuando Bárbara le dijo: que no, que gracias, que ella podía sola.¿Qué había pasado?
Bárbara hubo de explotar en distintas ocasiones para comprobar que el rayo seguía saliendo de sus ojos. Que las personas que lo provocaban, la mayoría hombres, quedaban verdes. Que cambiaban de actitud con ella y que su estado anímico mejoraba. Llegó entonces a la conclusión de que tenía superpoderes . Que el rayo que la había atravesado la había hecho poderosa. Invencible. Que no tenía que decir nada cuando la anulaban, sólo dejar salir el rayo. Funcionaba.
Funcionó con todos menos con Paco. Bueno, funcionó a medias. Paco, después de que Bárbara dejase salir el rayo si que quedaba verde pero no cambiaba de actitud: Peleaba. Argumentaba. Discutía. Se enfadaba. Chillaba mucho. Dejaba de hablarle. La castigaba...Se resistía como gato panza arriba. Pero Bárbara confiaba en el poder del rayo. Insistió. Una y mil veces. El rayo lo fue debilitando. Poco a poco. Llegó el día en que sólo le bastaba con mirarlo. Sin que saliese nada. No hacía falta más.

Ahora viven en la ciudad. La casa del campo es sólo para los fines de semana que les apetece ir. Para fiestas con amigos. Para descansar el uno del otro. Para reponer fuerzas. Bárbara trabaja fuera. Paco también lo hace dentro, en casa, y cuando tiende en la azotea mira el cielo esperando la tormenta . No le importaría que lo fulminara también a el un rayo como el de Bárbara.











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