Al
principio fueron solo las chicas, pero al cabo del tiempo ellos
también se apuntaron a la moda. Todos llevaban sus dedos cubiertos
por dedales,
no importaba que fuera incómodo y que a veces, casi siempre, no les
permitiera hacer su trabajo, el caso era ir a la moda. Los dedales
eran de lo más variopinto. Los había de metal, de madera, de
porcelana, de cuero, de cristal, con dibujos, lisos, transparentes,
con rugosidades, hasta con pinchos, al estilo punk. Las tiendas de
dedales proliferaron primero en la ciudad, luego en el país, después
en el mundo entero. María contemplaba atónita semejante despliegue.
Todavía recuerda cuando se pilló el dedo con la caja
fuerte del banco en el que trabajaba. Como no tenía nada a mano para
protegerse se puso un dedal que tenía en un pequeño estuche de
costura que llevaba siempre en el bolso. A su compañera le llamó la
atención aquel gesto tan chic y al día siguiente apareció ella
también un dedal en su dedo. Así empezó todo.
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