Se
oían los grillos al anochecer y Mauricio estaba a punto de salir de
casa con la escopeta para acabar con ellos, pero se detuvo al
escuchar otro sonido que sí le agradó.
El
aire cálido de las noches del verano hindú le trajo el rasgueo de
un sitar,
acompañado de un canto triste, una voz femenina dulce y melancólica
que recitaba en palabras de otro idioma. Mauricio se detuvo en mitad
de su jardín. Allí estaba Ella de nuevo. Aún no sabía su nombre,
ni había visto jamás su rostro. Encerrada en el purdah
desde que nació, su presencia era todo un misterio para los hombres
ajenos a su familia.
Y
más aún para Mauricio, un simple sirviente portugués al que muchas
costumbres indias aún le maravillaban. Incluso después de haber
vivido en el país por más de diez años. Deseaba que a su señor,
el amo Paterson, un General inglés de alto rango, no lo trasladaran
a la pérfida Albión nunca. Idea no compartida por la esposa del
General, dama de alta alcurnia, poco dada a los calores, los picantes
y los gritos y costumbres de esta exótica y bendita tierra. Que odió
nada más pisarla.
La
voz arrancó de nuevo, haciéndole olvidar a sus amos ingleses. Y un
escalofrío recorrió su cuerpo. Se sentó en mitad del jardín, se
olvidó de los grillos y de la escopeta. Y se sintió acunado por la
música del sitar, la canción y el olor dulce de la dama de noche y
los mangos en flor. Otra razón por la que la India era su paraíso
particular. Esos aromas sensuales le estremecían como jamás le
había ocurrido en Europa.
Aunque
me encierren o me castiguen con tormentos, pero he de conocerla. Será
algo que debo hacer antes de morir. Esa voz merece ser escuchada más
allá de los muros de este patio.
A
veces ponía en palabras su sueño imposible. Y rezaba a todas las
deidades hindúes, pronunciando despacio cada nombre.
Oh,
Gran Krisna, Oh Gran Vishnu, Oh Gran Parvati. Dadme fuerzas y
ayudadme en mi intento. Mi amor es puro, es verdadero.
Vecinos
desde hacía años, la familia de Ella, ricos y prósperos
comerciantes de tejidos y especias, eran invitados con frecuencia a
la casa del General Paterson. Mauricio conocía a casi todos los
miembros varones. También a Ajay, la Viuda del que fue el patriarca
familiar, el Viejo Narayan. Debido a su estatus de viuda rica, a ella
sí le estaba permitido salir a la calle y visitar a vecinos y
clientes. Siempre seguida de un séquito de sirvientes tras de sí
con la cabeza baja y obedeciendo cada gesto que la Viuda hacía.
A
Mauricio le daba pavor su presencia, enjuta y acartonada pero de
mirada severa. Alguna vez se sintió valiente y quiso preguntarle el
nombre de la dueña de la triste voz. Pero debido al estricto
protocolo hindú, unido al no menos estricto británico, a Mauricio
le estaba terminantemente prohibido mirar y mucho menos acercarse a
las mujeres indias.
Así
que, una vez aprendida la lección y cumplidas las órdenes de su
General Paterson, se retiraba al patio de los sirvientes con los
demás de su clase. Allí tomaban su té o mascaban betel
para olvidar sus penas y soñar con un futuro en el que un día ellos
serían dueños de aquellas mansiones. En el sueño todo se volvía
rojo, como los dientes al masticar aquella sustancia, adictiva y
perjudicial para la salud. Pero en esa existencia de servidumbre,
mascar betel era una especie de consuelo.
A
Mauricio le repugnaba, a la vez que le fascinaba el efecto que
producía en su cuerpo. Una modorra en la que al principio se sentía
fuera de su cuerpo. Después, con el tiempo, era como mascar tabaco.
Masticar, toser y escupir. Un rito demasiado vulgar comparado con la
Voz de Ella. La Bella sin nombre y sin presencia.
Imaginaba
cómo sería Ella. De ojos grandes y oscuros como la noche. Y
brillantes como las estrellas. De piel morena y sedosa, perfumada con
almizcle, cardamomo y alhova, y decorada con intrincados adornos de
henna.
Y su larga melena. Alisada con aceite de shikakai
y peinada hasta quedar perfecta bajo la seda azul de su sari.
¿Por
qué azul? Para él era el color del cielo infinito, del amor que
sentía por ella, el color de sus sueños imposibles de futuro
viviendo libre entre hindúes. A los que sentía como iguales en su
corazón.
La
India era azul, era rojo, amarillo, eran naranjas y verdes. Era
exotismo y felicidad. A pesar de su vida rutinaria de servicio
doméstico.
Era
un sueño casi imposible. Como averiguar quién se escondía detrás
de la música del sitar y de las letras melancólicas.
Pero
mientras no llegara la orden de traslado de su General Paterson a
Gran Bretaña, Mauricio seguiría soñando en azul.
Y
enamorado de un imposible, acunado por el efecto hipnótico del
betel, los aromas dulzones de la noche y el canto de los grillos.
Sitar
- Instrumento
musical tradicional de la India y Pakistán, de cuerda pulsada y
arquitectura similar a la de la guitarra, el laúd o el banjo. Se
identifica por su sonido metalizado.
Purdah
- Práctica
en la cultura musulmana e hindú del norte de la India de recluir y
ocultar a las mujeres de los hombres que no sean sus parientes
directos.
Betel
- Planta
de flor, natural de Malasia que
se ha extendido a India, Indonesia y Sri
Lanka.
Estimula la producción
de saliva.
Usado para la prevención de diarreas y parásitos intestinales.
Remedio contra la tos y
el asma.
Utilizado externamente para el tratamiento de heridas,
llagas y eccemas.
También se utiliza para prevenir la halitosis (mal
aliento). Se ha asociado con el desarrollo de Carcinoma escamoso del
esófago.
Alhova – Variedad de legumbre, cuyas semillas son ricas en proteínas, lípidos, mucilagos y saponinas. Por su alto contenido en nutrientes, posee propiedades muy ventajosas para el organismo y la piel. La planta ha sido utilizada desde antiguo como motivadora del deseo sexual en hombres y mujeres.
Henna
- Planta natural de Oriente Medio
que lleva usándose desde la antigüedad para teñir el pelo y la
piel haciendo dibujos
con fines rituales.
Shikakai
- Arbusto
que se encuentran en las llanuras
cálidas y secas de Asia. Se utiliza el fruto de la
vaina del Shikakai,
el cual se seca y muele, convirtiéndose en
un polvillo muy fino. Este fruto contiene
agentes que crean espuma de manera natural.
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