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                                               Resultado de imagen de hombre con escopeta


RSe oían los grillos al anochecer y Mauricio estaba a punto de salir de casa con la escopeta para acabar con ellos. Tamaña desmesura solo podía concebirse en la mente alucinadora y bestial de este hombre. ¿Dónde se había visto matar grillos con un rifle de caza? .Y más aún la barbaridad de qué ni era verano ni los grillos cantaban. Evarista le repetía una y otra vez-“ ¡Quieto Mauricio!” mientras trataba de sujetarle forcejeando para impedir el disparate. Él era más fuerte. Abrió la puerta con furia loca y apuntando desde el último escalón de la terraza, hizo fuego con ansia de acertar. La bala silbó y en décimas de segundo estalló en el cuerpo de Aron un precioso collie de pelo largo denso y lanudo de un dorado claro con partes blancas cuyo brillo invitaba a regalarle mil caricias. El animal soltó un alarido de dolor y mientras se teñía de sangre se desmayó sobre la hierba. El estampido brutalmente sonoro sembró la alarma en medio del silencio nocturno. Comenzaron a encenderse las luces exteriores de las casas vecinas y los paisanos que las ocupaban salían presurosos y asombrados preguntándose unos a otros-“¿Qué pasa? Evarista sollozaba y gemía compulsivamente abrazada al fiel Aron. Mauricio se había sentado en la mecedora de la terraza y sujetando el arma con satisfacción de vencedor esbozaba una sonrisa de triunfo-“Grillo muerto”, pensaba. Estaba más que harto de que cada noche el cri cri del grillar de este bichejo escondido en la hierba le desvelase provocándole un insomnio pertinaz que descomponía toda su existencia. Y aquella mujer que le gritaba de continuo-“¡Que soy Evarista, tu esposa!” y no le dejaba darle su merecido al intruso. ¡A ver quién era ella! ¡Qué se había creído! ¿Acaso quería torturarle?¿Era cómplice del grillo? Sí, sin duda, habrían hecho un pacto para martirizarle. Damián, que había llegado en una carrera al lugar del suceso, comprendió de inmediato y sin preguntas la atrocidad de lo sucedido, hacía tiempo que había notado como Mauricio daba señales de un comportamiento extraño y con frecuencia agresivo. Desenroscó con suavidad los brazos de Evarista sobre el perro y tomando y cargando al animal, se dirigió a su casa apenas a unos veinte metros. Sacó su coche del garaje, protegió el asiento trasero con una manta y depositó el cuerpo que parecía inerte. Tenía la sensación de que Aron aún respiraba. Sin más dilación, arrancó el jeep y a una velocidad alegre pero prudente se encaminó a un hospital para la criatura. Atrás quedaba la tragedia que no había hecho sino más que protagonizar su primer episodio. Hubo de despertar al veterinario del pueblo, Román. Vivía más que acostumbrado a abandonar el sueño nocturno o cualquiera de sus otras rutinas. Las vacas no le pedían permiso para traer los terneros al mundo y él en medio de la noche, o de la ventisca, dejando el plato del almuerzo muchas veces sin tocar, hundiéndose en la nieve otras…acudía siempre a prestar sus conocimientos y su ayuda para aliviar y facilitar la labor. Un nudo de angustia le atenazó la garganta cuando comprobó el estado de Aron y encomendándose a todos los ángeles y santos se puso manos a la obra para salvar aquella vida. Ya dentro del quirófano y asistido por Damián, desplegó todos sus conocimientos y técnicas, y
la fuerza de su voluntad e intención le llenaron de confianza en la operación. De forma hábil y pulcra pudo llegar a la bala que se alojaba caprichosa en el vientre del chucho, la extrajo y la mostró mirándola como un trofeo. Cerró la herida con puntos magistrales y tras vendarla se dispuso a pasar un antibiótico por la vía que había cogido expertamente en la pata del can. Solo quedaba esperar. Estaba seguro que habría buenos resultados. Conocía los detalles del suceso y le preocupaba la reacción disparatada de Mauricio. Nada tenía sentido. Durante la semana que Aron estuvo ingresado en la clínica, Mauricio y Evarista le habían visitado varias veces y en ninguna se había objetivado la repetición del extraño comportamiento, es más, Mauricio no recordaba nada y se mostraba compungido y triste ante la situación negando acaloradamente que él hubiese actuado como le decían. Transcurrieron los meses crudos del invierno en la paz infinita del leño que arde en el hogar y la primavera comenzó a despertar en un estallido de aguas bravas y praderas floridas. Una noche en que la luna inundaba el cielo y colmaba de luz el espacio, un grillo se puso a grillar con insistencia y algo que dormía en el cerebro de Mauricio se despertó de forma súbita. Con los ojos extraviados y el paso firme salió a la campiña y con el cañón de la escopeta apuntó a la hierba y disparó una vez y otra y otra. Y el grillo seguía grillando. Hoy Evarista visita a Mauricio en un hospital donde tratan su demencia, una locura que fue creciendo y creciendo y manifestándose en tantos y tantos movimientos de su vida. Una enajenación que un día en la serenidad y sabiduría de la naturaleza un grillo les quiso anunciar.






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