Llega el trenecillo a la plaza del
pueblo lleno de sonrisas y miradas entusiastas. Bajan torpes piernas
con movimientos temblones.
Hormonas juveniles desinhibidas y
festivas pueblan la plaza. Ríen ante la escena.
- Ya me contaréis cuándo lleguéis vosotros a esta edad... - la vetusta máquina de hierro resopla indignada.
Las sonrisas se tornan en gesto serio y
movimientos de cabeza negativos, que enseguida se lleva el viento
ante la visión de la plaza, engalanada de fiesta.
Manos agarradas a otras manos desde las
sillas de ruedas que esperaban al tren. Sonrisas perennes. Miradas
entusiastas, como si fuera la primera vez.
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