Los recuerdos que me hacen llegar a hoy - Pilar Murillo


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Cuando mi padre se fue de este mundo a mi me faltaban dos semanas para
cumplir cuatro años, aún así guardo algún retazo de su presencia en mi
memoria. Lo recuerdo en ese último año que apareció en la puerta en unas
vacaciones del verano; venía con regalos para mi hermano y para mí. A mí me
traía una muñeca alemana tan grande como yo y a mi hermano un avión
comercial. Era muy común distinguir los regalos entre niños y niñas. Bueno a
mi siempre me gustó jugar a las muñecas y con los coches de mi hermano, sin
embargo, a él las muñecas solo le van las de carne y hueso, educadas y
respetuosas, que tengan una pizca de empatía.
Cuando era niña recuerdo que yo era la que iba tras de mi padre a todas
partes, era mi ídolo, Pero a mi hermano lo llevaba sin que hiciera falta que lo
siguiese.
Cuando pasan los años y te vienen los recuerdos atas cabos y sabes en qué
momento de tu vida se murió tu padre, en qué justo momento le dan la noticia a
tu madre.
Recordaba continuamente a mi padre en presente, “Como estos zapatos los
tiene mi padre”, “Como estos pantalones los tiene mi padre” hasta que una
vecina me sacaba de mi inocencia diciéndome “Los tenía. Tu padre está en el
cielo” yo gritaba: “Es mentira, mi padre está trabajando en Alemania” Pero no
era mentira, era cierto y yo de pequeña no hacía mas que hablar de él, de
recordarlo, delante de quien fuese, eso sí, delante de mi hermano no podía. El
jamás hablaba de él hasta que no se hizo un hombre, estaba como enfadado
con mi padre, él en su interior había sufrido un trauma enorme, yo creo que se
sentía abandonado por mi padre y no quería oír hablar de él, bajo ningún
concepto.
Mi hermano tenía los padrinos de bautizo en la aldea que nos vio crecer. Eran
unos amigos de mis padres. En principio, querían llevarlo a él a pasar días allí,
pero mi hermano a no ser que estuviese mi madre, jamás se quedaría de niño
a dormir en ningún lado, así es que a la que se llevaban era a mí. Yo loca de
contenta por pasar temporadas allí, porque como ya he mencionado alguna
vez, en principio iba porque me encantan los animales, luego yo me sentía
como alguien más de la familia y muy a gusto.
Pero hoy quiero recordar cosas que compartí con mi hermano en nuestra
niñez, y son muchas, no podré poner todas.
Mi hermano y yo nos hemos llevado como el perro y el gato, pero nos
echábamos de menos si no nos veíamos. A él no le gusta que diga esto, pero
en lugar de protegerme a mí, lo protegía yo a él, porque no era un niño que
anduviese peleándose y solo saltaba si le mencionaban algo feo, seguro.
De pasar a ser el preferido de papá, pasó a ser el preferido de mamá, cosa que
no es cierta, eso solo se piensa en la adolescencia porque es mi hermano
mayor y tuvo antes las puertas abiertas que yo. Mi madre nos quiere por igual,cada uno somos a nuestra manera, aunque en algunas cosas compartamos
cosas parecidas, menos el físico, él siempre ha sido y es atractivo.
Recuerdo cuando acompañábamos a mamá a casas de vecinos de nuestro
pueblo a hacer los típicos colchones de lana, hablo entre los años 72 y 77.
Cuando la gente aún usaba ese tipo de colchón y mi madre se dedicaba a lavar
la lana, ponerla a secar, mallarla, y meterla en la funda que ya sería colchón y
los cosía, (Por cierto, éste era otro oficio de mi madre que se me había
olvidado).
Mi hermano y yo estábamos en esas casas con mamá desde por la mañana a
la tarde y jugábamos con lo que pillábamos, o nos subíamos a cualquier árbol.
A veces había otros niños para jugar.
Mi hermano creció hasta la adolescencia sin querer despegarse de mi madre.
Al llegar la adolescencia pasó de estar con mamá a coquetear con las
chavalinas en las fiestas del pueblo y luego al bajar a la villa pues enseguida
tuvo una novia.
Los años fueron pasando, se hizo más adulto, se casó, tuvo un hijo y yo vi
como nunca se desvinculó de su madre. La vida a veces viene con renglones
torcidos y para él y para mí así han venido, pero además él los reglones
torcidos, ni siquiera los ve. Ahora es mucho más sociable, más susceptible
quizás, y sólo quien lo conoce de verdad puede adivinar lo que guarda en su
interior.
No soporto que nadie haga daño a mi hermano; quién le hace daño a él me lo
hace a mí. Es así como yo entiendo mi cariño hacia un hermano. Podemos no
vernos, podemos llamarnos de toto, pero solo vale entre nosotros, los demás
que no opinen.
Lo que nos ha unido en la vida a mi madre, a mi hermano y a mí, a parte de
los lazos de sangre, es una forma de vida, siendo los tres muy diferentes. Para
mi hermano su dolor es un iceberg, puede mostrar un poco y todo lo demás
que no se ve es enorme, mientras que mi océano es transparente y muestro
todo. El que tenga a mi hermano de amigo, mientras no se le haga daño, se le
tiene para siempre, a mi me hacen daño y soy capaz de perdonar, si merece la
pena.
No somos perfectos, y sabemos de qué pie cojeamos, lo que opinen los demás
a mí me importa poco, yo sé que mi hermano ama a su madre
incondicionalmente, y al resto de familia directa. Para amar a una persona no
hace falta convivir con ella si los momentos que pasas a su lado son de
calidad. Mi hermano y mi madre siempre han tenido mucha más complicidad
entre ellos. ¿Quién conoce a mi hermano realmente para pensar lo contrario?
Los recuerdos de la niñez entre mi hermano y yo pasan desde estar sentados
juntos en un sillón de mimbre viendo los dibujos animados en blanco y negro,
en la tv que mi padre había comprado a mi tío Pedro. (DEP, los dos).Comiendo el bocadillo de nocilla. Hasta yendo juntos a pescar sarrianos al
Molín del puerto.
Hay tantas anécdotas desde niños a adolescentes... La mayoría me producen
risas. Y aunque a veces me sacaba de quicio, y aún sabe hacerlo... nadie
puede saber cuánto nos queremos y cuanto adoramos a nuestra madre y a
nuestros respectivos hijos.





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