Relato inspirado en la fotografía
Jugueteaba distraído frente al ordenador cuando el Viva España del móvil devuelve al inspector Segovia a la oficina que comparte con dos agentes de la policía judicial del Cuerpo Nacional de Policía. La misma voz de siempre le comunica que un hombre ha sido asesinado en su vivienda. La señora de la limpieza lo acababa de encontrar en el suelo de su dormitorio. Ha llamado enseguida hecha un flan. Le pasa la dirección. El operativo policial se pone en marcha y el inspector Segovia acaba en el dormitorio del muerto sin darse si quiera cuenta de que cogió el coche patrulla, recorrió calles, parques, avenidas… y además, que hacía sol.
Estaba otra vez en el lugar de los hechos. El muerto tirado en el suelo boca arriba. En pijama. Sangraba por la cabeza, por el oído derecho. Los ojos abiertos, muy abiertos, como todos los que ven que se les está arrebatando algo suyo. La boca igual. Abierta. Buscando con desespero el aire que lo mantenga vivo. A su lado un busto de bronce sobre un bloque de mármol blanco manchado de sangre. El arma homicida, seguro.
Cajones abiertos. Ropa tirada. Desorden. -¿Falta algo?- Pregunta por preguntar porque tiene claro que aquello fue un robo que al ladrón se le fue de las manos .
Un agente hace fotos del escenario del crimen antes de tocar nada. Buscan huellas con polvos, brochas...
-¿Cómo se llamaba? - Anota sin más un Jose Carlos González Peláez que le dicta la limpiadora.
-Entre cincuenta y cinco y sesenta y algo- Sigue escribiendo mecánicamente.
Ve una cartera negra asomando entre la mesilla de noche y la pared. El inspector Segovia la abre buscando evidencias del robo y se encuentra de golpe con su pasado…
Si en ese momento le pinchan no sale una gota de sangre. Se quedó helado. Absorto. Hipnotizado frente a aquella foto de su infancia que tanto había mirado y tantos recuerdos le traía. Su madre la había enmarcado y la tenía en su dormitorio. Durante meses la había mirado a diario... antes de su muerte.
-Gon, Pepe, Albertin y yo, los cuatro fantásticos que nos decía papá- piensa casi audible sin querer que le oigan.
Saca la foto del estuche y la toca con cariño mientras su mente vuela al hogar infantil… no puede separar la vista de aquellos cuatro niños. Por detrás una dedicatoria : “Con todo mi amor”…
-Inspector ¿le conocía? - Le interrumpe el agente después de un buen rato de inactividad.
-Creo que si. Fue todo lo que pudo decirle.
Al llegar a casa se sirvió un vino y se sentó frente al televisor. Hacía años que no bebía y este le pareció un buen momento para retomar aquella costumbre. En la tele alguien hablaba pero Segovia no escuchaba, seguía centrado en aquella foto: el primero de la izquierda el con el banjo, grandón e inocente, a su lado Gon con la flauta, sonriente; después Pepe con la guitarra y Albertín cantando y centro de todas las miradas y admiraciones.
-Así que Jose Carlos González Peláez era mi amigo Gon… Nunca lo hubiese reconocido. La última vez que nos vimos fue cuando volvimos de la mili...veintidós o veintitrés años. Ingresé en la escuela de Zaragoza y nos distanciamos. Mamá sabía de sus pasos por sus madres... me imagino que lo mismo que ellas sabrían de los míos. Pepe había estudiado magisterio, se había casado con una andaluza y estaba por su tierra ejerciendo de maestro. Albertín creo que había estudiado derecho y andaba en política, no me extraña, tenía un don de gentes… pero de Gon nunca supe nada claro. Empezó varias carreras ... pasó por varios trabajos... Nada. Era muy introvertido, muy celoso de su intimidad. Yo lo hacía por el extranjero… Al morir mamá perdí todo vínculo.
El inspector Segovia, hombre curtido en muertes violentas, familiarizado y acostumbrado a tratar con la muerte a diario , sentía en aquellos momentos lo que todos sentimos ante la muerte de un conocido, de un amigo : extrañeza, abatimiento, dolor. Como si sucediera por primera vez. Como si antes nunca nadie hubiese muerto. Como si Gon fuese el primero en morir, a pesar de sentir antes lo mismo por otras muertes cercanas.
Tras la autopsia vino el velatorio. En el tanatorio el inspector Segovia esperaba encontrarse con alguno de sus antiguos amigos pero por allí no pasaron. Estuvo con su hermana Lucita que le desveló rasgos de Gon y de su sensible personalidad, desconocidos para el. De Pepe no sabía nada y de Albertín sabía que ahora era Don Alberto Parra , alcalde de un pueblo madrileño, nada más.
En el entierro tampoco vio a nadie conocido. El día no podía ser más triste. El cielo gris neblina con amenaza de lluvia constante. La caja seguida por una docena de personas circunspectas con traje oscuro. Lucita lloraba. Todos entre tumbas y flores de plástico, cutres.. Sólo ella lloraba…
Al meter la caja en el nicho, Segovia se vio con sus amigos tocando el banjo en el garaje de Pepe. Cantando en la capilla del colegio. De campamento en verano. Subidos en los árboles robando fruta. Escondidos en el baño fumando. Cantándole a una chavala que le gustaba a Pepe. De fiesta. Hablando de política. Cantando juntos. Discutiendo de política. Compartiendo ideales. Cambiando el mundo… Cada ladrillo que ponían le acercaba más a sus emociones. Cada paletada que echaban más ganas le daban de llorar.
Al día siguiente acudió al ayuntamiento con la intención de hablar con don Alberto Parra. Se presentó como inspector Segovia y descubrió a un Albertín desconocido para el. Una caricatura del amigo que había sido. Un tipo educado, con mucha palabrería pero más falso que las monedas.
Don Alberto Parra mantuvo el tipo hasta que descubrió quien era el inspector… el pasado le hizo bajar la guardia y no pudo disimular sus sentimientos hacia Gon. Habían estado muy unidos en el pasado, le dijo. Su muerte fue para él un mazazo. No se lo esperaba...
Antes de despedirse del inspector el alcalde ya se había recompuesto. Volvía a ser la misma caricatura del Albertín que había conocido. Falso.
Revivir ilusiones juveniles y sentir el aliento de la muerte tras sus sesenta y tres años hicieron que las noches del inspector Segovia, que hasta entonces eran descansadas, pasasen a noches en blanco. Noches cargadas de ansiedad y alcohol.
No le preocupaba Gon ni quien lo había matado. Le preocupaba su propia muerte...
Más que preocuparle le tenía ATERRADO la idea de morir.
Hasta que no vio la muerte en uno como el... Con quien compartiera los mejores años de su vida. Con quien forjara sus ilusiones y proyectos… No se dio cuenta de que se iba a morir. Igual que lo había hecho Gon. Y tenía todavía mucho pendiente por hacer. No había vivido. Había trabajado cuarenta años, y… poco más.
A duras penas sacó fuerzas para cerrar el caso de su amigo. Tenía mucha prisa por darle carpetazo. Así descubrió que su amigo Gon, que era homosexual, mantenía una relación sentimental con Albertin desde sus años de juventud. Que Albertin había mantenido su condición homosexual escondida en un matrimonio que le había ayudado a situarse en el partido y en las listas electorales. Que tenía un hijo con carisma y pretensiones de liderar en un futuro no lejano el partido y el gobierno de España. Un hijo que no podía permitir que su padre mantuviese una relación tan mal vista entre unos camaradas que pudiesen frenar su ascenso...Un hijo que en cuanto descubrió el lío de su padre, mató a Gon.
El inspector Segovia satisfecho por resolver el caso solicitó el retiro inmediato.
Siempre le había gustado la música folk. Formar parte de una banda. Tocar el banjo… No tenía tiempo que perder
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