Deseos de cosas imposibles - Gloria Losada




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Se acerca la Navidad, qué bien, qué felicidad, esa época maravillosa y tremendamente absurda en la que todos somos estupendos, buenos por naturaleza, y deseamos al prójimo felicidad, alegría, salud y bla, bla, bla…. Y vamos a los comercios, a las librerías, a las tiendas de música y regalamos esto y lo otro…. Pues ya estoy harta, pero harta. Este maldito año ha sacado lo peor de mí y mientras no exista vacuna que lo remedie voy a ser mala… o mejor, mala no, voy a ser yo misma. Así que a todos los que se hayan comportado conmigo de manera normal, que fue la mayoría, les voy a desear salud y trabajo y al cabrón de mi ex, que después de tres años diciéndome que me quería me ha mandado a tomar por saco, además de la salud y el trabajo le voy a desear que algún día llegue a querer a alguien como yo le quise a él (dudo mucho que sea capaz) y que le hagan sufrir todo lo que él me ha hecho sufrir a mí, para que compruebe lo bien que se pasa. Ya sé que no me va a servir para nada, pero me voy a quedar tan a gusto que hasta brindaré con champán. Ya luego en las Navidades del 2021 volveré a ser hipócrita si eso.


 

 

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Ama y haz lo que quieras - Dori Terán

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Las rutinas diarias no conseguían detener los pensamientos que la asaltaban y dialogaban entre ellos creando una autentica marabunta de ruidos y voces, de planes y argumentos que se peleaban entre sí. De poco habían servido los cursos de meditación que recibió en su día con la ilusión de ponerle para a la maquinaria de su mente, con el anhelo de gozar de libertad. –“Escuchad los latidos de vuestro corazón”- decía el maestro,-“no dialoguéis con las ideas que os llegan. Mirad, si pensáis “mañana guisaré lentejas”, dejadlo correr, no sigáis con adornos como “voy a ponerles chorizo, aunque con mis niveles de colesterol no debiera ponerlo etc. etc. Sois respiración y corazón”. Estaba convencida que la energía mental de los hombres, puede estar a su servicio o ser el enemigo número uno de su vida. Comprendía el afán, la premeditación y planificación inteligente y sutil de los que manipulando la psique humana dirigían a las personas hacía los caminos que les convenía crear para mantener unos intereses elitistas que sumergían a la mayor parte de la población en la pobreza y esclavitud, en la miseria física y material, en la inconsciencia del ser. Liberarse de todo ello era su deseo. Le resultaba muy complicado. No era una jovencita que acabase de descubrir la pluralidad, la diversidad, los mil senderos distintos para vivir desde la plenitud y la paz. Los tiempos de actualidad, revueltos, caóticos, desconcertantes, tenían la virtud de empujar a las almas contra el paredón y hacerlas por rebeldía, por derecho, por justicia, despertar. Hoy es la ruina y destrucción, el desastre que precede al derrumbe sobre el que se ha de construir lo atipico, lo diferente, la nueva Humanidad Ayer fue años de manejos y engaños, el alimento intangible de todos los aspectos y todos los momentos de su biografía. En lo más profundo de sus entrañas, sentía el bienestar que conquistaba con cada uno de sus avances. A menudo Ana se reía de sus teorías y ella le replicaba:-“No Ana, no. No son teorías, son experiencias. Me aplico el principio “no creas nada, prueba” y ahí descubro” La tarea requería un trabajo muy personal e interno, un encuentro de sí misma más allá de la proyección a todo lo externo. Observación propia e individual, conocimiento y entendimiento de un inconsciente colectivo que deja una huella fehaciente en todos y cada uno de nosotros. Con tal disposición e intención se levantaba cada mañana alegre ante el hallazgo de su misión en la vida y los frutos de paz y amor que por ello recibía. Supo e incorporó en su agenda que ni la paz, ni el amor llueven del cielo, que todo en la vida son consecuencias. Y bebió para esta evolución cotejar cuanto acontecía, a la luz de la luz. Y en tiempos de vacunas salvadoras de enfermedades mortales, busco la suya en la librería donde se guardan escritas todas las experiencias que los hombres han querido contar a través de historias reales o personajes ficticios pero no por ello inexistentes. Nada la encasillaba y todo la lanzaba a comprender. Cómo evoluciona el mundo, evolucionaron sus cadenas de ADN y su cuerpo energético con el propósito de contagiar tal maravilla, se plasmó en el libro que pronto se editará como entrega de la auténtica felicidad: “Ama y haz lo que quieras”.




 

 

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¿Castigo o regalo? - Cristina Muñiz Martín

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Cuando se peleaban, su padre solía castigarlos en su cuarto de donde no podían salir hasta la hora de la comida o de la cena. Para Mauro era la peor de las penitencias, pues no soportaba la soledad. Necesitaba estar rodeado de gente, hablar, chillar, brincar... Dentro de su cuarto se aburría, no sabía a qué jugar si no era con la consola o con el ordenador, requisados por su padre como parte del castigo. Lo había mandado a su cuarto a las seis de la tarde cuando se pegó con Irene, y hasta las nueve, que era la hora de la cena, tenía ante sí un tiempo que le parecía una eternidad. Probó a jugar con los Lego, pero en cuanto se le cayó una pieza, desmoronándose parte de lo construido, les metió una patada dejándolos esparcidos por el suelo. Luego probó a leer un cómic pero no logró pasar de la primera página. Sacó los juegos de mesa, los juguetes del arcón, los secretos de su caja de hojalata, los cromos de futbolistas, los coches de carrera… Desesperado dio un manotazo a las cosas que había dejado sobre la cama y se echó a llorar con desconsuelo hasta quedar dormido. Despertó con la voz de su madre llamándolo para la cena. Miró su cuarto. Mejor bajaba rápido, porque como subiera alguien iba a estar castigado toda la semana. En cuando terminara de comer subiría rápido a recogerlo todo. Odiaba a Irene, la muy bruja, siempre empezaba ella, acababan peleándose y el castigo era para los dos.

Irene se cruzó con su hermano por el pasillo. Cada día era más tonto. Si se dejara no los castigarían y no lo pasaría tan mal. Se notaba que había estado llorando. En cambio ella había disfrutado de una tarde estupenda. Le encantaba la soledad de su cuarto, sentirse en su propio territorio sin que nadie la molestase. Y eso solo lo conseguía si su padre los castigaba. En caso contrario, tenía que soportar que su hermano entrara a chincharla, su padre a hacerle cualquier pregunta estúpida y su madre a ver si estaba bien.

Esa tarde, en cuanto cerró la puerta de su cuarto, cogió el último libro que le habían regalado y, tendida en la cama, se había dejado llevar por una historia maravillosa con la que no sintió el paso de las horas. La voz de su madre la había fastidiado; estaba en lo más interesante. Se portaría bien durante la cena y después volvería a su habitación para continuar leyendo. Se moría por saber lo qué iba a pasar. Gracias a su hermano, que se peleaba por la cosa más tonta, lograba pasar tardes enteras del fin de semana en la más absoluta y placentera soledad.




 

 

 

 

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La soledad - Esperanza Tirado

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El sofá de dos plazas se convirtió en uno para tres. Un vacío ocupó el hueco entre nosotros. Y yo me sentí aún más sola mientras tú ponías ojitos a veintidós tipos en pantalón corto.

-.-.-.-.-.-

El amor sale por la ventana cuando la puerta de la casa da el último portazo. Entonces el eco se queda en soledad mirando a la pared.

-.-.-.-.-.-

Sí, quiero, me dijiste. O más bien, se lo dijiste al cura. Yo también recuerdo haberlo dicho. Desde entonces no me has vuelto a decir nada. Yo tampoco me escucho ya decirnos.

-.-.-.-.-.-.

O la moto o yo, te di a elegir. Escogiste la moto. Tú fuiste libre. Y yo me sentí estúpida. Sola. Lenta.

-.-.-.-.-.-.

La soledad me quiere y me abraza con ternura; y yo me escapo.

-.-.-.-.-.-.



De madrugada somos unos extraños para nosotros mismos. A oscuras todavía no reconocemos que estamos solos.

-.-.-.-.-.-.



Cuando llegues al Sol dejarás de sentirte sola.

Quizá necesite la luz de la Luna, para que mi sombra brille. Ya estaré acompañada.

-.-.-.-.-.-.



Miro tus ojos, pero tus ojos no me ven. Escucho tu risa; tus oídos están sordos a mis ideas. Quiero tocar tu cuerpo, fundirnos dos en uno. Pero tú huyes y mi cuerpo se deshace en lágrimas. Y me voy al mar; allí me hundo, despacio, sola, muda, cansada.

-.-.-.-.-.-.



Tu deseo cambió de estrategia. Encontró a otra. Ahora mi deseo está solo. Y se muere.

-.-.-.-.-.-.



Ya es invierno, las luces se apagan, las almas vagan en la noche, perdidas entre hojas secas, llamándose. Ya nadie escucha. Ya está oscuro. Ya llegó el frío a todas las almas.

-.-.-.-.-.-.



Cuando ella te agarra con sus brazos fuertes ya no hay escapatoria. Aunque sueñes con los abrazos de otro, ella ya te ha cazado. Sola, enamorada de un sueño cálido.

-.-.-.-.-.-.



Cuando todo se quedó en silencio, algo luchó por salir de tus labios. Al borde de ti mismo quedaste. No pude ayudarte, temiendo caer al fondo del barranco. Tú caíste. Te quedaste allí abajo, solo. Como muerto. Yo, desde arriba, derramé una lágrima por ti. Sola. Y viva.

-.-.-.-.-.-.

Mi soledad y yo acompañamos al cubo de helado la tarde que tú decidiste que ya estabas cansado de vivir así.

  • ¿Así? ¿Cómo? ¿Conmigo?, le pregunté.

  • No, así,… Solos los dos. –respondió- Necesito algo.

  • ¿Un menage a trois?, inquirí.

  • No, es algo más profundo que eso.

  • Un psicólogo, tal vez…, sugerí entonces.

  • No, no estoy loco, ni depresivo, ni… Pero me falta…

Tal vez era él que sobraba en su soledad de dos.



 

 

 

 

 

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Mejor en soledad - Marian Muñoz


 

 

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Un buen día sin saber porqué comencé a hacerlo, quizás por entretener el momento, quizás por vislumbrar un día soleado o lluvioso, el caso es que inicié una manía, costumbre o como quiera que se llame y durante ese instante me olvidaba de todo convirtiéndome en un voyeur, sano por supuesto no penséis raro, estoy mal pero tanto no.

Me gusta desayunar en pijama previa visita al baño, me como medio sándwich mixto y una taza de café caliente y humeante que disfruto agarrando entre mis manos mientras observo la calle a través de la ventana del salón. El rico vapor me despierta a la par que despeja mis fosas nasales y sin más pretensión observo a los viandantes que caminan apresurados calle arriba calle abajo, contemplo la lenta circulación de vehículos mientras esperan que uno más adelante termine de aparcar. El trajín mañanero cotidiano, carreras para llegar puntuales a sus destinos y aquí arriba desde un quinto piso viendo sin mirar o mirando sin ver.

Un buen día me fijé en ella, acababa de entrar a la calle tras doblar la esquina, hacia la mitad cruzó y continuó por la otra acera hasta perderse en la esquina opuesta al final de la misma. Reparé en ella posiblemente porque entre tanto trajín caminaba a buen ritmo pero sin prisa, su figura estilizada completamente de negro irradiaba armonía y decisión, su pelo correctamente peinado. Sin variar el ritmo de sus pasos navegó tranquilamente entre el maremágnum de madres con niños, hombres trajeados portando mochilas con portátiles y grupos de chavales.

Su efímero recorrido lo continuó en los siguientes días, en las siguientes semanas, en los siguientes meses. A las 8,45 como un reloj asomaba por la esquina, apenas duraba dos minutos pero era tan puntual que empecé a serlo yo. Ponía el despertador para que a menos cuarto pudiera contemplar con la taza humeante entre mis manos aquel esplendoroso paseo por mi calle y luego se perdía. Siempre vestía de negro, en invierno un tres cuartos con botones dorados que dejaban ver una botas de media caña apenas tapadas por un pantalón de buen corte. Si hacía mucho frío llevaba guantes y bufanda del mismo tono, cuando llovía un paraguas negro con ribete de lunares blancos. En verano también usaba pantalón negro con una chaqueta de punto flojo y zapatos con poco tacón, igualmente negros. Su andar pausado, su figura elegantemente estilizada y su cabeza suficientemente erguida sin aparentar soberbia, le daba aire de nobleza. Desde las alturas no apreciaba correctamente su rostro que aparentaba mediana edad, esa en que las mujeres han dejado de ser niñas pero aún no son señoras, el corte de pelo siempre el mismo una media melena recogida en una cola baja con mechas rubias perfectamente alineadas. Me cautivó y comencé a observarla a diario detenidamente desde la seguridad de mi ventana.

Nunca conseguía verla en su regreso si es que lo hacía por la misma calle, por más que fijé unas horas de vigilancia para observar su vuelta nunca lo logré, terminé pensando que quizás volvería en autobús o en coche con algún compañero de trabajo, no dudaba que su recorrido era para acudir al trabajo, solamente fallaba los domingos, así que en mi cabeza intenté encontrar cual sería su oficio o labor a la que se dedicaba. La negrura de su ropa me indicó que dependienta no era, un tono tan triste no anima las ventas. Limpiadora ni maestra me parecían oficios para ella, enfermera, periodista o confitera también los descarté, fuera cual fuese su labor no tenía duda que empleaba una bata para no mancharse, así que decidí que era doctora, a las nueve podía perfectamente abrir su consulta y atender sin despeinarse a sus pacientes.

Cada mañana la contemplaba. Puntual, nunca llevaba nada en las manos salvo los guantes o el paraguas, el bolso colgaba casi oculto de su hombro derecho no pudiendo ver su marca o tamaño, aunque seguro sería negro. ¡Me enamoró! soñaba con ella, con su mirada limpia, su sonrisa franca y sus ademanes de mujer de mundo segura de sí misma. Alguna vez sopesé bajar y verla pasar por mi lado, aspirando su perfume a la par que comprobar el color de sus ojos. ¿Me obsesioné? Tal vez, pero su sola visión alegraba mi jornada, me sentía acompañado y yo la arropaba con mi mirada, nada nos podía pasar y aquella rutina fue el impulso para continuar respirando.

No salía de casa ni siquiera cuando estaba enfermo era siempre el médico quien venía. Ocupaba las horas en mirar cuadros, libros, jarrones, cortinas y lámparas con las que mi querida madre había decorado el piso familiar. Cuando volví del cementerio tras su entierro decidí no salir nunca más y una enfermedad tan grave como la agorafobia me atrapó. Una pequeña pensión tramitada por la asistente social me bastaba para sobrevivir, comía bien poco y al no moverme apenas gastaba energía, con un menú del bar de enfrente que me traían a domicilio tenía para dos días, apenas consumía electricidad pues cuando la claridad del día ya no alumbraba solía acostarme y me levantaba cuando había amanecido. El microondas, el tostador o la cafetera eran los electrodomésticos que más consumían, al no moverme apenas ensuciaba y la lavadora la ponía una vez al mes. No veía televisión tan sólo a veces la radio, lo que entretenía mis días era observar desde la ventana, inventarme conversaciones ajenas o fisgar besos y abrazos que envidiaba. En eso gastaba mi tiempo hasta que ella apareció, por fin tenía un objetivo, mirarla, observarla, contemplarla con detenimiento y protegerla desde mi altura como un fiel guardián.

La suponía de luto por un marido amado ya que por otro familiar no dura tanto, aún era joven y podía rehacer su vida, ¿quizás a mi lado? ¡Qué tontería! Un adán como yo no podía pretender a un ángel como ella. Me fijaba en los hombres que pasaban por encontrarle una buena pareja ¡Qué tontería! Ilusiones de un solitario eso es lo que eran mis cábalas, pero al menos estaba entretenido sin pensar en mí ni en mis problemas y semana a semana mi soledad se suavizó, la angustia que sentía fue desvaneciéndose e inicié un lento proceso de recuperación hacia la normalidad. Dejé que el ánimo me llevara a asearme correctamente, a escuchar la radio para oír noticias, un día salí de casa a comprar pan y comprobé que la panadería había cerrado pero no pasó nada, pude caminar por mi calle y la gente no me miraba. Hice compra en el supermercado para cocinar, algo con lo que antes disfrutaba. Compré el periódico, algún pastel y chuches con que endulzar mi paladar. Encendí luces y consumí agua con normalidad, y mi vida caminó hacia otra realidad, aún así seguía observándola cada mañana a través de mi ventana.

Un buen día empezaron a llegar cartas, cartas del banco, cartas de la empresa de electricidad, cartas de la comunidad, al principio no las abría, hasta que me parecieron tantas que no tuve más opción. Números rojos en el banco, facturas devueltas por no tener saldo y notificaciones de morosidad. Acudí a la asistente social poniéndola al día de mis progresos y de mis cuitas, más como ya era una persona normal me quitaron la pensión y dejé de tener con que alimentarme. Una auténtica locura de embargos, de juicios y llegó el desahucio, me sacaron a la calle con mis enseres amontonados en la acera, nunca había trabajado, no tenía más oficio que haber cuidado de mi madre viuda y enferma.

Aquella mañana fría de primavera la vi, puntual como siempre giraba la esquina con paso ágil y decidido, pasó por mi lado y al cruzar nuestras miradas mi poca estima se desmoronó y sufrí un infarto. Aquella mujer a quien amaba y adoraba platónicamente era la implacable juez que me desahució.


 

 

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Escapando de la soledad - Marga Pérez

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 Alfredo no estaba en su mejor momento. Clara, su mujer, hacía varios meses que había decidido que estaría mejor viviendo con una amiga que con el. Ya no quedaba nada que les uniera. Llevaban vidas separadas desde hacía años. Alfredo entonces no estaba preparado para asumirlo y Clara permaneció a su lado hasta que consideró que había tenido el tiempo necesario para poder volar solo. Llegado el momento se fue. Se mudó a un apartamento fantástico al otro lado del río. Organizó su vida de otra manera. Alfredo quedó solo en el minúsculo ático que habían comprado cuando se casaron... No tenían hijos, ni padres dependientes, ni deudas bancarias, ni proyectos, ni pasión, ni ilusión, ni amor... No tenían nada más en común que su propia soledad.


Alfredo no estaba en su mejor momento. Llevaba meses viviendo solo en el ático que habían comprado cuando se casaron. Cada habitación, cada mueble, cada cuadro le recordaban a ella. A menudo se veía en la tienda con Clara, comprándolos. Colocándolos . Colgándolos. El armario del dormitorio seguía exhalando su olor cuando lo abría. Veía su sombra detrás suyo cuando se asomaba al espejo, cuando se perdía en el paisaje infinito de tejados y antenas tras los cristales del salón…

La radio le acompañaba cada noche que no podía dormir . Había un programa que le gustaba en el que personas como él llamaban para contar cosas de sus vidas. Alfredo cada noche sentía la tentación de llamar y contar lo solo que estaba, pero no lo hacía. Hasta un día en que, mientras degustaba un buen vino, se viene arriba y decide hacerlo.

- Buenas noches, ¿con quien hablamos? - La voz del presentador en su oído a través del móvil, le hace titubear.

- Soy Alfredo y… llamo por… porque no estoy en mi mejor momento.

-Hola Alfredo ¿qué es lo que te pasa?

- Mi mujer se ha ido... bueno, nos hemos separado… me siento solo. La casa que compartíamos me lo recuerda a diario… no sé cómo salir de esta situación.

- ¿Realmente quieres salir? ¿Qué estás dispuesto a hacer?…

Alfredo no supo contestar .

Esta pregunta se la repetía cada noche mientras escuchaba el programa . Mientras oía a otros oyentes que si estaban haciendo algo.

No había pasado una semana de su incursión en la radio cuando Alfredo recibe la llamada de una mujer, Carla. Lo había oído en el programa . Consiguió allí su número. Ella también estaba sola. Pensaba que podían hacerse amigos. Hablar cada vez que lo necesitasen. Llenar su soledad con la soledad del otro. Dejar de ser los infelices diagnosticados en los que se habían convertido... Enseguida congeniaron.

Carla, antes de que Alfredo se despidiera para ir al trabajo, le dice que pueden ser amigos pero con una condición: nunca se conocerán en persona. Tendrán una amistad telefónica, nada más.

Alfredo no está en su mejor momento y sin pensarlo dos veces, acepta esa relación tan original.

Al principio era ella la que más llamaba. Era amena, atenta, graciosa, dicharachera. Parecía incluso que intuía el momento exacto en el que Alfredo más la necesitaba. Siempre estaba ahí para él. Dispuesta a escuchar , a reir, a hablar, a aconsejar… incluso a cantar. Sabía todas las canciones que a el le gustaban. Carla era una mujer maravillosa. Alfredo se habituó a llamarla, con timidez al principio, y a todas horas a los pocos días. Las parrafadas nocturnas tumbado sobre la cama cada vez eran más largas.

Una noche Carla le sugiere que llene la bañera . Que haga mucha espuma . Que se zambulla a disfrutar como un niño. Que tenga una copa de vino a mano. Que la llame y charlen. Ella hará lo mismo en su casa... Fue el principio de muchas charlas pasadas por agua que pasaron enseguida a otros terrenos más íntimos.

Alfredo siente entonces que se está enamorando y desea con todas sus fuerzas conocerla . Traspasar la línea que le impuso. Verla. Tocarla. Hacerle el amor.

Carla le amenazó con no volver a hablar con el. Con salir de su vida. Con devolverle a la soledad…

Alfredo está dispuesto a cualquier cosa con tal de no perderla. No está en su mejor momento y se lo dice entre agua, espuma , alcohol y pasión desbocada a dúo. Nunca tuvo mejor sexo que en su bañera imaginándose a Carla desnuda sobre el susurrándole éso que tanto necesitaba oir para excitarse. Sentía que estaba con él. Que hacían juntos el amor. Que llegaban juntos al orgasmo… Era la mujer perfecta para él pero tenía todos los visos de ser un amor imposible.

Alfredo empezó a quejarse. A sentirse desgraciado. Presionaba a Carla cada día tratando de convencerla para que se viesen. Más de una vez le colgó el teléfono desesperado. Pasaba un par de días sin hablar con ella pero volvía dispuesto a aceptar lo que fuera.

Un día se presentó en su casa un caballero que quería contarle algo de Carla. Intrigado le hace pasar. Le dice que Carla es una mujer virtual. Una mujer programada para ser la pareja ideal de cualquier hombre. Para satisfacer todas las necesidades que el pudiera tener…

Alfredo se siente morir, no quiere creerlo. Necesita pruebas. Tiempo para asumirlo. Fuerzas para no derrumbarse, para recomponerse.

-¿A qué ha venido? - Le dice por fin

- A proponerle un contrato. Usted ya conoce el servicio. Y por lo que yo sé, está satisfecho con él.

-¿Un contrato de qué? Alfredo no acababa de caer del guindo

- Somos una empresa que ofrecemos soluciones a las necesidades de nuestros clientes. Usted tiene un problema de soledad y nosotros le ofrecemos una solución rápida, 100% efectiva, discreta , asequible, definitiva...

¿Qué me dice? …

Alfredo está aturdido. No entiende cómo pudo meterse en este laberinto... Desconocía la existencia de estas empresas... Se siente como si lo hubieran pillado con la muñeca hinchable... Quiere intuir que no es algo muy normal...

-A Carla le dijo que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de no perderla … ¿No es así? -Dice persuasivo el comercial poniendo ante el un documento- No hay prisa pero...

- ¿Dónde tengo que firmar? - dijo por fin Alfredo, que sin estar en su mejor momento quiere salir de su soledad. Sabe que la felicidad está en sus manos.


 

 

 

 

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La soledad de ayer y hoy - Pilar Murillo

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Dieciséis años tenía. Aburrida adolescencia en una aldea en el norte de Asturias a pocos km del cabo de Peñas. Comenzaba el otoño y los sábados eran tan mustios y tristes como lo son ahora.

Me sentía sola. De repente ponía un LP de la Mode, un grupo de tecno-pop de principios de los 80, era de mi hermano. Sólo lo podía escuchar en su “tocata” cuando él no estaba; porque a él nunca le gustó que le anduviese con sus cosas, así que era algo prohibido y eso me llevaba a animarme un poco.

Mi canción preferida era “Aquella chica” que decía así “La soledad envuelve a aquella chica que está en la barra medio tirada, pendiente solo de su pensamiento que el diablo solo sabe en donde estará” ¡y ya estaba!, la magia hacía que me identificase con aquella chica sola de la canción que según iba sonando el disco iba cambiando de estado de ánimo, como cambiaba el mío. “No te preocupes por aquella chica, todo es mentira, está actuando…”

¿Qué soledad era más poderosa o distinta? ¿La de aquella adolescente “que aún no ha cumplido los veinte años” o la de la mujer madura que sigue escuchando a la Mode en spotyfi?

Estar sola en mi adolescencia era triste porque en un pueblo cuando oscurece no hay gente por la calle y no había sitios donde ir. Mi madre planchaba sobre la mesa de la sala o hacía cena o remendaba algún calcetín que apenas se notaba que en algún momento había estado roto. La tv en blanco y negro de fondo y yo resoplando, ¿Qué hacer un sábado a las 7 de la tarde, un día cualquiera de noviembre? Me encerraba en la habitación de mi hermano ya no me interesaba husmear en los cajones de su mesilla de noche, ya sabía de memoria que me iba a encontrar. El reloj de mi padre, una caja con billetes antiguos, algún mechero, una pipa, alguna chapa de esas que se ponían en la cazadora. Una libreta donde anotaba todos los nombres de las chicas con las que había salido hasta entonces. En la estantería estaba su tocata y sus LP´s y ponía esa canción una y otra vez hasta animarme y dar algún paso de baile. En una hora ya me habría hartado de estar allí y saldría de la habitación para irme a la mía a leer el último libro adquirido en círculo de lectores.

Ahora soy una mujer madura y triste. La ley de la vida ha cobrado el destino por el que todos debemos pasar. Los hijos se van de casa, pero viene tu madre ya anciana a hacerte compañía hasta que se va para siempre, o se va tal y como era y queda su olor y la veo en mi imaginación caminar por el pasillo, estar sentada en el sofá.

Después de 34 años vuelvo a sentir lo mismo. La soledad en noviembre, pero en una ciudad, sales y apenas ves gente, por otras circunstancias. Aquí no vive mi hermano, que tampoco es que haya cambiado mucho de cuando él tenía 18 años, podría adivinar que no tiene la libreta con el nombre de las chicas que le gustaban, pero hoy en día hay Facebook y seguro que tiene un montón de contactos que son chicas que le gustan.

Me encierro en mi habitación, pero mi madre no está haciendo la cena, ni planchando, ni cosiendo, simplemente no está y es a ella a la que echo de menos, no a mis amistades, que sé que están si mando un wasap.

En mi cuarto leo el libro “A corazón abierto” de Elvira Lindo. Leo a ratos y despacio, en voz alta, vocalizando, como si fuese retrasada. Escucharme a mi misma me da algo de compañía. Cuando me harto de leer o me quedo con la boca seca, me levanto y voy a por agua y de repente me acordé de la Mode, por eso me ha dado por escribir de la soledad. El ánimo en una tarde-noche de noviembre, curiosamente mañana hace un mes que mi madre ha fallecido y pienso en ese momento trágico y me siento como una niña huérfana, qué sola se debe sentir una niña así. Yo fui huérfana de padre, pero apenas lo sentí. Mi padre era una fotografía, era el dios a quien rezaba cuando necesitaba ayuda, cuando era adolescente y me enfadaba con mi madre me imaginaba que mi padre tampoco la soportaba y que él estaba en Alemania viviendo otra vida.

Cuando eres adolescente puedes llegar a ser cruel con la gente que te quiere y de adulta agradeces que tu madre haya sido madre y padre a la vez, egoístamente agradeces que no hubiese rehecho su vida y se sacrificase por nosotros.

La soledad era aquella de mi adolescencia y es esta de mi madurez, cuando estando con gente me siento vacía, porque no es un estado elegido, cuando eliges estar sola se disfruta.

 

 

 

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Tu soledad y la mía - Gloria Losada

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María se levanta casi siempre sobre las 10 de la mañana. Está despierta desde mucho antes, pero sus dolores de huesos no le dan tregua y donde mejor está es en la cama. A veces, en el invierno, desayuna y se vuelve a acostar, que total para lo que tiene que hacer, bien le llegan las horas.

María tiene 86 años y vive sola desde que hace tres su marido, Raimundo, pasara a mejor vida. Lo echa mucho de menos. No le daba mucha conversación, todo hay que decirlo, su marido siempre fue hombre de pocas palabras, pero le hacía compañía. Por la mañana le iba a por el pan y por las tardes, mientras ella echaba una pequeña siesta, él bajaba al bar a jugar la partida con sus amigos. Luego veían un poco la tele, cenaban, volvían a ver la tele… y al marchar a la cama siempre le llevaba un vasito de leche para tomar la pastilla de la tensión. No sabe bien por qué, pero el recuerdo de ese gesto tan simple le provoca que una lágrima traicionera resbale por su mejilla y le hace ver lo sola que se siente.

María y Raimundo no tuvieron una infancia fácil, como casi toda la gente de su época. Salvo que fueran ricos, criarse en la posguerra tuvo más luces que sombras, entre cartillas de racionamiento y el miedo reflejado en los rostros de muchos. Luego las cosas fueron mejorando. Raimundo trabajó como ferroviario y ella crió a los dos hijos que tuvieron Luis y Carmen. Cuando su marido murió su hija insistió para que se fuera a vivir con ella. Pero María le dijo que no, que todavía se valía por sí misma. Ni por un instante pensó que se iba a sentir tan sola. Además Carmen tiene su vida. Se divorció hace años, no tuvo hijos y está a punto de jubilarse como profesora. Siempre está de aquí para allá, así que ella solo sería una carga y por nada del mundo desea serlo.

Luis, por su parte, le dejó caer que siempre podría ir a vivir a una residencia, que las de ahora no son como las de antes, ahora tienen todas las comodidades, hasta médico. Claro que son más caras, pero entre su pensión y lo que él podría aportar… por eso no habría problema. Podía pensárselo. Pero María no tenía nada que pensar, a pesar de que la soledad caía sobre ella día tras día como una pesada losa, mientras pudiera valerse por ella misma nadie la sacaría de su casa. Además está Lucía, su nieta preferida, la pequeña de Luis. Desde hace cosa de dos meses la visita casi todas las tardes. Y eso la reconforta.

Lucía acaba de cumplir 26 años. Trabaja de recepcionista en un hotel. Un año después de morir su abuelo se independizó. Quería probar lo que era vivir sola. No es que le molestaran sus padres y su hermano, que por cierto no se va de casa ni aunque lo echen el tío, pero creía que ya era hora de lanzarse. Y le gustó. Gozaba de total libertad para entrar y salir cuando le venía en gana, no tenía que dar cuentas a nadie si la casa estaba ordenada o no, si iba a llegar tarde o temprano… que sí, que vivir sola era una gozada. Le gustaba tanto que había fines de semana en los que ni siquiera salir a tomar algo. Era feliz viendo una película, leyendo un libro o escuchando música, no le hacía falta nada más.

Últimamente se le ha dado por visitar a su abuela casi a diario, cuando los turnos de trabajo se lo permiten. Y es que un día se dio cuenta de que estaba un poco triste. Seguramente echaba de menos al abuelo, toda la vida juntos… y ahora se le había borrado la sonrisa y había perdido brillo en sus ojos. Lucía está segura de que necesitaba compañía. Pues por ella no va a quedar. Cuando tiene libre las tardes va a verla y pasa con ella una horita o dos, ven la tele, o simplemente charlan, a veces incluso se queda a cenar. Sin las mañana las que libra siempre salen a dar un paseo, a no ser que el tiempo no acompañe. Algún día hasta se la llevo de compras y le compró…¡unos pantalones! María no quería, pensaba que su nieta estaba loca, pantalones ella, pero al final le dio la razón, anda que no son calentitos para el invierno.

Lucía piensa en lo que es la soledad. Para unos un disfrute, para otros un lastre. Y da por bueno sacrificar la satisfacción que le produce su propia soledad si con ello pone un punto de color en la soledad no buscada de su abuela. La soledad….sentimiento ambiguo donde los haya.

 

 

 

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El cuadro del famoso - Cristina Muñiz Martín



 –Me diciste que íbamos a ver cuadros de un famoso, pero ¿esto qué es abuelo?, eso lo hago yo y más mejor –dijo la niña a voz en grito en medio de la exposición.

Decenas de ojos se clavaron en ese par de inesperados personajes. Algunos, riéndose en su fuero interno por compartir la opinión de la pequeña; otros haciendo un mohín de desprecio, moviendo molestos sus copas de champán; todos sorprendidos por tan insólita intromisión en la fiesta de inauguración de uno de los pintores más apreciados de la región.

Manuel no sabía dónde meterse. En esos momentos le hubiera gustado tener el poder de hacerse invisible y desaparecer. Había llevado a la niña ilusionado con la intención de empezar a inculcarle su pasión por el arte. Bien era verdad, que las pinturas de su amigo Kike, Kaik, como firmaba su obra y se hacía llamar, nunca le habían gustado y le parecían infantiles. Pero él tampoco entendía mucho de arte moderno, le gustaba más el clásico, y si todo el mundo decía que era bueno… Además, vendía bastante.

Kaik se acercó a ellos con una sonrisa en la boca. Manuel intentó susurrar algo parecido a una disculpa pero su amigo, con esa expresión falsa que tanto conocía, le indicó que no se preocupara que todo estaba bien.

–Hola pequeña, así que el cuadro no te gusta –dijo agachándose para ponerse a su altura.

–No, yo no dijí eso, dijí que eso lo podía pintar yo más mejor, ¿Tú eres el pintor famoso del que me habló el abuelo?

–Sí, soy yo.

–Pues para ser tan viejo ya tenías que saber pintar de verdad –dijo la niña contundente.

Kaik se puso en pie y miró su cuadro con detenimiento, mientras el grupo de personas invitadas no le quitaban ojo.

–¿Tú que ves ahí? –le preguntó a la pequeña.

–Veo un bosque que se quemó y un árbol quemado con dos hombres sentados arriba, en las ramas. Están tristes, porque claro como se quemaron. Pero no sé por qué no se caen. ¿Los quemados se mueren o quedan quemados para siempre?

–¿Habéis oído? –preguntó Kaik a la concurrencia. ¿Alguno de vosotros había visto a esos dos hombres? Fijaros bien, pueden parecer dos manchas, pero ahí están, contemplando el desastre, aunque hay algo esperanzador.

–¡El sol! ¡El sol” –gritó la niña. No se bajan del árbol porque por ahí –dijo apuntando con el dedo al color amarillo-- está llegando el sol y todo volverá a ser de colores y a los árboles les volverán a salir las hojas.

Kaik aplaudió y tras él todos y cada uno de los presentes en la sala.

–Tu nieta tiene un gran potencial. Parece mentira, tan pequeña y ha visto lo que no logran muchos adultos –le dijo Kaik a Manuel cuando se despidieron, aliviado por su desaparición, deseoso de seguir aceptando las adulaciones de los invitados y satisfecho de haber podido dominar la situación, rompiendo la tensión originada por las palabras de la niña.

Cuando salieron las opiniones de los expertos en los periódicos y revistas de arte sobre la inauguración de Kaik, en todas ellas alababan el cuadro del que habló la niña, dando por válida su interpretación, aumentándola con palabras grandilocuentes e incluso incomprensibles. Por supuesto, la pintura se vendió a un precio elevado.

Mientras tanto Manuel tuvo que lidiar durante días con las preguntas de su nieta.

–Abuelo, ¿los quemados se mueren o quedan quemados para siempre?

–Si se queman mucho se mueren, pero si se queman poco igual no.

–Yo te digo quemados de verdad, como los del árbol del cuadro.

–Pues… supongo que se morirán.

–Entonces si están muertos por qué no se caen.

–Pues porque es una pintura, y el artista no quiso que se cayeran.

–¿Y eso se puede hacer?

–¿El qué?

–Pintar lo que se quiera.

–Claro que sí.

–Pues voy a pintar un cuadro más mejor que el de tu amigo. Y para que lo sepas, no pinta nada bien, es un tramposo.

Dicho esto, la niña cogió el álbum y la caja de pinturas que le había regalado su abuelo y se puso a pintar muy seria, concentrada, mezclando formas y colores durante casi una hora.

–Mira abuelo, ya lo hicí. ¿A qué es mucho más mejor que el del árbol quemado?

Manuel sonrió admirado. Su nieta tenía alma de artista y ella lo sabía. Llegaría muy lejos, mucho más que Kaik con sus pinturas infantiles. Y si no tenía suerte, siempre podría dedicarse a ser crítica de arte.

 

 

 

 

 

 

 

 

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