–Me diciste que íbamos a ver cuadros de un famoso, pero ¿esto qué es abuelo?, eso lo hago yo y más mejor –dijo la niña a voz en grito en medio de la exposición.
Decenas de ojos se clavaron en ese par de inesperados personajes. Algunos, riéndose en su fuero interno por compartir la opinión de la pequeña; otros haciendo un mohín de desprecio, moviendo molestos sus copas de champán; todos sorprendidos por tan insólita intromisión en la fiesta de inauguración de uno de los pintores más apreciados de la región.
Manuel no sabía dónde meterse. En esos momentos le hubiera gustado tener el poder de hacerse invisible y desaparecer. Había llevado a la niña ilusionado con la intención de empezar a inculcarle su pasión por el arte. Bien era verdad, que las pinturas de su amigo Kike, Kaik, como firmaba su obra y se hacía llamar, nunca le habían gustado y le parecían infantiles. Pero él tampoco entendía mucho de arte moderno, le gustaba más el clásico, y si todo el mundo decía que era bueno… Además, vendía bastante.
Kaik se acercó a ellos con una sonrisa en la boca. Manuel intentó susurrar algo parecido a una disculpa pero su amigo, con esa expresión falsa que tanto conocía, le indicó que no se preocupara que todo estaba bien.
–Hola pequeña, así que el cuadro no te gusta –dijo agachándose para ponerse a su altura.
–No, yo no dijí eso, dijí que eso lo podía pintar yo más mejor, ¿Tú eres el pintor famoso del que me habló el abuelo?
–Sí, soy yo.
–Pues para ser tan viejo ya tenías que saber pintar de verdad –dijo la niña contundente.
Kaik se puso en pie y miró su cuadro con detenimiento, mientras el grupo de personas invitadas no le quitaban ojo.
–¿Tú que ves ahí? –le preguntó a la pequeña.
–Veo un bosque que se quemó y un árbol quemado con dos hombres sentados arriba, en las ramas. Están tristes, porque claro como se quemaron. Pero no sé por qué no se caen. ¿Los quemados se mueren o quedan quemados para siempre?
–¿Habéis oído? –preguntó Kaik a la concurrencia. ¿Alguno de vosotros había visto a esos dos hombres? Fijaros bien, pueden parecer dos manchas, pero ahí están, contemplando el desastre, aunque hay algo esperanzador.
–¡El sol! ¡El sol” –gritó la niña. No se bajan del árbol porque por ahí –dijo apuntando con el dedo al color amarillo-- está llegando el sol y todo volverá a ser de colores y a los árboles les volverán a salir las hojas.
Kaik aplaudió y tras él todos y cada uno de los presentes en la sala.
–Tu nieta tiene un gran potencial. Parece mentira, tan pequeña y ha visto lo que no logran muchos adultos –le dijo Kaik a Manuel cuando se despidieron, aliviado por su desaparición, deseoso de seguir aceptando las adulaciones de los invitados y satisfecho de haber podido dominar la situación, rompiendo la tensión originada por las palabras de la niña.
Cuando salieron las opiniones de los expertos en los periódicos y revistas de arte sobre la inauguración de Kaik, en todas ellas alababan el cuadro del que habló la niña, dando por válida su interpretación, aumentándola con palabras grandilocuentes e incluso incomprensibles. Por supuesto, la pintura se vendió a un precio elevado.
Mientras tanto Manuel tuvo que lidiar durante días con las preguntas de su nieta.
–Abuelo, ¿los quemados se mueren o quedan quemados para siempre?
–Si se queman mucho se mueren, pero si se queman poco igual no.
–Yo te digo quemados de verdad, como los del árbol del cuadro.
–Pues… supongo que se morirán.
–Entonces si están muertos por qué no se caen.
–Pues porque es una pintura, y el artista no quiso que se cayeran.
–¿Y eso se puede hacer?
–¿El qué?
–Pintar lo que se quiera.
–Claro que sí.
–Pues voy a pintar un cuadro más mejor que el de tu amigo. Y para que lo sepas, no pinta nada bien, es un tramposo.
Dicho esto, la niña cogió el álbum y la caja de pinturas que le había regalado su abuelo y se puso a pintar muy seria, concentrada, mezclando formas y colores durante casi una hora.
–Mira abuelo, ya lo hicí. ¿A qué es mucho más mejor que el del árbol quemado?
Manuel sonrió admirado. Su nieta tenía alma de artista y ella lo sabía. Llegaría muy lejos, mucho más que Kaik con sus pinturas infantiles. Y si no tenía suerte, siempre podría dedicarse a ser crítica de arte.
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