Queridos Reyes Magos:
No sé si alguna vez os llegué a enviar las cartas que cada año escribía religiosamente en mi libreta de rayas o en un bonito folio con dibujos navideños que me traían mis padres de no sé dónde y encontraba ilusionada al volver del cole. A veces me salía o tachaba algún juguete, porque pensaba que eran demasiados. Y luego los que quería nunca venían.
Efectivamente, ahora lo recuerdo. Nunca os llegué a enviar mi carta. Me daba vergüenza enviar algo con tanto tachón. No quedaba bonito que sus Majestades leyeran mis deseos entre borrones y alguna falta de ortografía.
Así que era complicado averiguar lo que quería una niña a la que le gustaba mucho leer. Libros, claro. Pero antes de aprender lo que eran las letras imagino que querría muchas otras cosas.
Bueno, quizá no, que entonces no había el bombardeo publicitario que hay ahora. Que casi hasta hueles los aromas de las colonias de tan repetidos que salen los anuncios...
Quise una bici. Roja, grande, una BH. La tuve. Y me caí con ella tantas veces... Pero conseguí aprender a montar. Y la disfruté. Vaya que sí.
Quise el barco pirata de los clicks de Playmobil. Ese nunca vino. Tal vez naufragó entrando al puerto y algún papá lo rescató para su hijo. Claro, como yo era niña, a nosotras Sus Majestades nos dejaban muñecas, cocinitas y esas cosas.
En fin, que a pesar de no haber mandado nunca ‘la carta’, año tras año me trajeron de todo. Hasta carbón, como aviso. Primero y último. Después me porté ‘supersuperbien’, o eso creo.
Y crecí y en vez de cartas pedía en voz alta, por si a Sus Majestades les llegaba algún soplo. El aire debía confundir el mensaje porque lo que venía tampoco era lo que había pedido. Pero fui afortunada, siempre cayó algo.
Y me hacía ilusión ver las cabalgatas y de paso recoger algún caramelo. Dependiendo de dónde me tocara, a veces cogía y a veces un par de míseros carameluchis que iban a parar a las manos de algún crío con ojos ilusionados. Si total, a mí los caramelos no me gustaban. Era el ambiente que se respiraba, soñar con ser niña de nuevo. Pero la inocencia se fue perdiendo…
Este año, la de los adultos a pasos agigantados. Y ni siquiera los niños podrán disfrutar, aclamarles, a ustedes, Sus Majestades, reclamando sus caramelos, sus juguetes ni recogiendo serpentinas sucias por el suelo.
Y todo por culpa del bicho. Es una pena todo el mal que ha hecho. Ojalá fueran ustedes tan Magos como para poder traernos el remedio. Viniendo de Oriente alguna noticia les habrá llegado por el camino. Espero que tengan alguna teoría que funcione en forma de vacuna o pastilla, o incluso jarabe de esos que sabían amargos cuando éramos niños, y se la dejen a la puerta de algún hospital. Los médicos y todo el personal sanitario, que no son magos, pero en estos tiempos casi lo parecen, la repartirían encantados en Su Nombre.
Y todos nos acordaríamos de estas Navidades para bien. Porque, la verdad, no han sido unas Navidades muy normales. Mucha gente no ha podido viajar para estar con sus familias. Así que lo de celebrar se quedó en una videollamada con restos de turrón y copas de cava vacías, en una mesa adornada con un mantel que quizá reconocían de años atrás.
Todos hemos intentado portarnos bien, obedecer cuando nos decían que teníamos que ponernos la mascarilla, que era remedio santo, salir lo imprescindible, no meternos en sitios cerrados con demasiada gente, viajar con la imaginación leyendo relatos o escuchando música. Y aplaudir. Pero el eco de esos aplausos se disolvió demasiado pronto. Y su significado se perdió, quizá haciendo balconing resbaló y cayó en algún charco de agua sucia.
Queridos Reyes, les pediría que llenaran sus paquetes de regalos como sensatez, empatía, serenidad, humor, compromiso… Que con eso no se juega. Pero quizá, con un gran lazo bonito adornando, sirviera de algo a quienes les tiene que servir.
Así tal vez el año que viene pudieran Ustedes volver a desfilar por nuestras calles abarrotadas de niños y grandes, entre luces e ilusión.
La misma que me hace escribirles ahora, taitantos años después. Deseándoles una buena travesía por el desierto.
Si van con el camello cojito, descansen en cada oasis que encuentren. Que la tranquilidad y la seguridad son bienes muy preciados. Lo entenderán Ustedes cuando lleguen a estas tierras. Las luces de las calles tal vez les den la sensación de que todo está como antes. Pero ya nada es como antes. Ni las miradas de los niños lo son. Detrás de las mascarillas se esconden muchas dudas, miedos, preguntas y tantos por qués que obedecieron a la primera sin rechistar,… tanto en ellos como en los mayores. Que no tenemos las respuestas que deberían tranquilizarles. A ellos y a nosotros. Ni una mentira piadosa, siquiera.
Eso es lo que les pido a Vuestras Majestades. No que echen el tiempo atrás con una máquina imposible de construir, y que solo existe en la imaginación de algún escritor incomprendido.
Como siempre, con las prisas del día a día, se me olvidó echar la carta antes de la Noche Mágica.
Pero más vale tarde que nunca, dice un refrán.
Y esta vez, sin tachones ni faltas de ortografía.
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