No se entiende el pueblo sin su presencia. Argimiro tiene la misma categoría que cualquiera de los monumentos que se visitan por artísticos y bellos. Alto y delgado es un decir pues más bien es escuálido, inquieto y muy movido. Es habitual cruzarse con su sombra o su figura a la carrera. El rostro ya envejecido esboza siempre una sonrisa continua esculpida en su rostro como mueca eterna de aceptación de su difícil vida. Su mirada saltarina se posa apenas un segundo en la tuya cuando te habla y te cuenta en una cascada de atropelladas palabras obras y milagros. Ya sus largos brazos han dejado de cargar con el acordeón que siempre le acompañaba en las fiestas del pueblo y en las estrelladas noches de agosto deleitando las reuniones nocturnas de los vecinos. Les faltan fuerzas. Pero aún te obsequia en su arte con una melodía si se lo pides casi suplicante. Y va a buscar el instrumento y se ilumina toda su persona con las notas que expande en su esfuerzo. El aire y la vida se llenan de belleza y sentimiento. Argimiro es música.
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