A la sangre le cuesta volver al corazón - Marga Pérez

                                        manos de adultos y niños sosteniendo el corazón rojo sobre el fondo del agua, salud del corazón, donación, concepto de rsec, día mundial del corazón, día mundial de la salud, día de la familia - corazon fotografías e imágenes de stock

 


Si pudiéramos dar marcha atrás en el tiempo y cambiar algo...Yo modificaría la muerte de la bisabuela. Si, una muerte triste y muy prematura … Pero el pasado no se puede cambiar, aunque creo que hoy sí puedo hacer algo para modificar el futuro… Bueno, os cuento.

Cuando murió la bisabuela, a Felisa, la hermana de la abuela, le cambió la vida de la noche a la mañana. Ella era joven, con ilusiones, despreocupación y seguro que con ganas de vivir… igual que yo y todos vosotros, pero, con la muerte de su madre tuvo que hacerse cargo de la casa, de su padre y de seis hermanos más pequeños que ella, como bien sabéis. Era lo que había. A la mayor le tocaba ser la sustituta. ¿Creéis que hoy sería distinto? Lo dudo…

Seguro que nadie le consultó si quería, o si le venía bien en aquel momento, ¡menudo marrón! lo sé por mamá, la abuela lo veía desde si misma y le hablaba mal de ella y de lo mal que la trataba, no podía ponerse en su lugar… Fue una auténtica guarrada que su madre muriese precisamente en aquel momento. No sé si sabéis que no hacía mucho que la guerra civil había acabado. Ni me imagino qué es vivir con una guerra, pero sé que Felisa empezaba a respirar después de aquel terror absurdo. Estaba enamorada y, aunque sé que a su padre no le gustaba aquel novio, a ella, joven e inconsciente, le importaba más bien nada, no me extraña, yo haría lo mismo. Se veían a escondidas en el pueblo y eso que todos los conocían.

La situación económica de la familia entonces no era boyante, todo lo contrario, aunque con dignidad mantenían aquel estatus social de “familia bien”, que siempre habían tenido, intacto y limpio de polvo y paja, como decía la abuela. Era una familia respetable, pero, también respetada por lo buena gente que era. Y eso pesaba en el ánimo de Felisa.

Al colegio de las monjas ya no iba. En aquella época las niñas bien sólo estudiaban una cultura general, los niños ya era otra cosa, y ella la había terminado. Bordaba en casa el ajuar para cuando se casase, salía con las amigas de toda la vida y, sin que nadie se enterase, cortejaba con aquel novio al que consideraban poco pero por el que “bebía los vientos”, esto me lo dijo Felisa no hace mucho, tal cual ¡Qué horror! Beber los vientos…

Cuando su madre murió todo se trastocó y Felisa pasó, muy a pesar suyo, de ser hija a ejercer de ama de casa. Sus dos hermanas pequeñas, la abuela Rosa y la tita Clara, tampoco lo tuvieron nada fácil, perdieron a una madre y no encontraron el cariño perdido en su hermana. Ella pasó a ser una madrastra para ellas, palabras textuales de ambas. ¡Cuánto les hizo de rabiar! Si ella no podía pasarlo bien sus hermanas tampoco. Ellas dos fueron las víctimas propicias de su rabia “contenida” decía mamá cuando salía el tema, pero sólo con ellas afloraba la mala leche. Se conoce que ya la traía de serie porque si no no lo entiendo… Los demás hermanos enseguida se pusieron a trabajar, salieron de casa, y alguno hasta cruzó el charco buscando mejores oportunidades. Era una época de auténtica pobreza y está claro que emigrar no era lo peor que les podía pasar.

En la casa de la abuela pronto quedaron las tres hermanas, solas, con su padre, ausente de los asuntos domésticos, como buen padre de familia. Felisa, la abuela y la tita Clara, tres hermanas que querían disfrutar y no siempre se les permitía. Una, porque sus obligaciones domésticas se lo impedían y las otras, porque su hermana mayor no les dejaba, y esto marcó su relación, aunque en unos años Felisa se casó y se fue a vivir a otro pueblo con su marido.

Las tres crecieron con la espinita clavada de aquellos años tan difíciles y no perdían ocasión de echarse en cara, muchas veces sin claridad, aquello que les dolía.

No tenían buena relación aunque tampoco se puede decir que fuera mala, era una relación amor-odio envuelta en educación, religión y saber estar. Aunque, de tarde en tarde salían sentimientos de culpa por no contribuir lo suficiente al entendimiento, y eso que acabaron viviendo las tres en el mismo pueblo y no muy lejos las unas de las otras, eso sí, cada una en su casa y con su vida, a pesar de que mamá intentó que viviesen juntas al quedar viudas, pero fue imposible.

Felisa y la abuela Rosa se casaron. Clara quedó para vestir santos, como se decía entonces, y fue a lo que se dedicó. Creo que en la vida no hizo otra cosa. De las tres solo Rosa tuvo hijos, y con los años, nietos, como sabéis soy la mayor, y estuve años viendo cómo esa espinita de su infancia seguía haciendo de las suyas. Intacta. En la abuela puedo asegurar que enquistada en el mismo lugar en el que se había clavado hacía más de setenta años, pero, por como hablaba, doliendo lo mismo… Unos meses antes de morir, tomando juntas el café con leche de media tarde, charlábamos de la familia, y, cómo no, los resentimientos, mil veces oídos, volvieron a salir . Me atreví a interrumpirla y preguntarle por la edad que tenía su hermana Felisa cuando quedaron huérfanas. Había oído muchas veces la historia sin tener claro este dato. Le costó dar con la fecha pero al darse cuenta que su hermana tenía diecisiete años, que casualidad, los mismos que tenía yo, dejó de hablar, sólo me miraba como extrañada, como si nunca me hubiera visto… Fue curioso, se fue encogiendo, vamos, se hundió en la butaca ¡literal! Le empezó a temblar una mano mientras se la apretaba con la otra y así, sin más, se echó a llorar… ¡qué mal trago! nunca la había visto así. No hacía ruido pero no podía parar. Tenía la mirada en otro lugar... Sólo le hice una pregunta, de verdad, no quería que llorase. Fui a buscar un vaso de agua. Cuando volví oí cómo repetía una y otra vez el “ era una cría, era una cría” que tanto me machaca cuando pienso en ella. Mamá me dijo que no me preocupara, que la había ayudado pero no sé muy bien cómo, la verdad…

Pues bien, después de lo que os acabo de contar, quiero dejar aquí constancia de que renuncio a la primogenitura que ostento. Ya lo sabéis. Dicen que soy igual que Felisa. Lo mismo me da. Espero que haya quedado clara mi voluntad. Hay guerra cerca… ¿Y si llega ?… ¿Y si mamá…? Dios no lo quiera ¡Me muero! Sólo de pensarlo siento lo que debió de sentir Felisa ¡pobre!. Soy una cría , igual que ella, y sé que no me vais a preguntar ¡NO! Es mi respuesta.


 

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