Todo va a quedar entre guay y perfecto, pensó Clara mientras trasplantaba los tomates al cajón de cultivo que había construido con palets reciclados. Había visto tropecientos mil tutoriales y preguntado a su vecina Paqui, vegetariana militante, cada vez que se cruzaban en el ascensor. Pero algo falló: Los tomates crecieron… hacia abajo. Las lechugas se espigaron como si quisieran huir. Y, por si fuera poco, los CDs atrajeron a una pareja de urracas que ahora usaban el mini huerto como Airbnb.
—Es normal —dijo Paqui—. El primer año el huerto se ríe de ti.
Clara suspiró, arrancó una lechuga flaca y la sostuvo como un trofeo.

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