El
árbol
mecía sus hojas con suavidad, ofreciéndole un refugio frente al
sol de un mediodía de agosto. La piedra
plana se ofreció como asiento. Nora para corresponder a sus
atenciones les leyó una historia de aventuras. El árbol comenzó a
llorar por todas sus hojas cuando supo que muchos de sus hermanos
habían sido asesinados en selvas lejanas y urbanizaciones cercanas.
La piedra comenzó a llorar cuando supo que muchas de sus hermanas
habían sido descuartizadas a lo largo y ancho del mundo. Nora pensó
que para acabar con el culo y la cabeza mojados, mejor se tumbaba en
su cama debajo de la lámpara ventilador. Y allí los dejó,
plantados en la tierra. A partir de ese día, el árbol plegaba sus
ramas, negándose a dar sombra, en cuanto la veía aparecer. La
piedra soplaba y soplaba hasta sacar de ella todo el calor,
mostrándose fría como una piedra que era. Estaban enfadados con
Nora, pues siempre habían sido felices con sus vidas y ahora, por su
culpa, no podían dejar de pensar en viajes fantásticos a tierras
maravillosas, aún a riesgo de ser asesinados. Mejor eso que vivir
eternamente inmóviles.
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