El pañuelo rojo - Cristina Muñiz Martín
El pañuelo
rojo atado a mi cuello llamó la atención de la vaca.
Vi sus ojos abiertos de par en par, luciendo la mirada estúpida tan
característica de esos animales. Acto seguido comenzó a moverse de
manera extraña, como si pensara embestirme. ¡Quédate quieta! ¡No
te muevas! gritó mi suegro ¿A quién se le ocurre exhibirse con un
pañuelo rojo delante de La Paca? ¿No son los toros los que van a
los pañuelos rojos?, pregunté a mi novio mientras le dirigía una
mirada de suplica. Él no contestó. Yo no me moví. Bueno, no me
moví hasta que vi a la vaca correr hacia mí. Entonces mis pies
volaron sobre la hierba y no tardé en alcanzar la valla. La salté
como si toda mi vida me hubiera dedicado a ello. Después miré hacia
atrás. La vaca había topado en su camino con mi suegro, casi
suegro para ser más exactos, y lo había tirado al suelo. ¡Quieta,
quieta, Paca! gritaba Luis intentando apartarla de su padre. Por fin,
la vaca se tranquilizó y volvió a dirigir su mirada estúpida hacia
mí. La reté con la mirada, como reté a Luis y a su padre, que se
habían unido a la vaca, haciendo un trío de miradas estúpidas. Sin
pensarlo dos veces, desaté el pañuelo de mi cuello y lo moví con
brío por encima de mi cabeza. La vaca comenzó a correr otra vez,
pero tropezó con la valla y cayó espatarrada, según el veterinario
por un infarto. Me acuerdo mucho de La Paca, nunca la olvidaré.
Gracias a ella me libré de Luis... y de su padre.
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