Salió del colegio cabizbajo y pensativo, poco a poco iba asimilando las notas que Don Fulgencio le había puesto, debían ser firmadas por sus padres, pero ¿Cómo se lo iba a decir? ¿Cómo les iba a explicar todos esos suspensos? No paraba de recordar los correazos que su padre le había dado la vez anterior y no quería repetirlos. Él lo intentaba, siempre hacía los deberes y atendía en clase, pero en cuanto le sacaban al encerado, temblaba como un flan, y no conseguía abrir la boca.
Tan ensimismado iba en estos pensamientos, que pasó por delante de
casa sin darse cuenta, y continuó camino hasta el otro lado de la
ciudad, llegando al descampado donde se encontraba instalado el
Circo, estaba oscureciendo,
y nadie trasteaba por allí, debían de estar en el interior de los
carromatos, miró su reloj comprobando que a esas horas estarían
cenando en casa, pero no creía que le echaran de menos.
No había merendado, ¡claro no había pasado por casa!, y su
estomago empezaba a quejarse. Merodeando alrededor de las
instalaciones circenses un coche
le llamó la atención, era un coche
viejo descapotable, parecía en buen estado, al acercase vio
en su interior una peluca de payaso, seguramente era el coche
que ellos utilizarían en sus actuaciones. Al mirar más
detenidamente encontró un cubo lleno de manzanas, cogió una y la
empezó a comer. “Si mi madre me viera, ella que siempre esta
diciéndome que coma fruta, se asombraría”, pensó
mientras daba buena cuenta de ella. Comió otras dos más, pues el
hambre se hacía notar, y al continuar fisgando encontró una manta
en el asiento posterior.
Comenzó a oír voces de alguien que se acercaba, asustado por si le
descubrían, se metió rápidamente en el coche,
se tapó con la manta y se escondió. El cansancio pudo más que el
miedo, y se quedó dormido.
A la mañana siguiente se despertó en el interior de un tráiler, en
él estaba el coche y diversos materiales de la instalación de la
carpa, no sabía como había llegado allí, pero era evidente que
durante la noche habían desmontado el
circo y se estaban trasladando.
Tras parar y abrir las puertas de la caja del camión, se deslizó
procurando no ser visto y comenzó a deambular por las calles de la
ciudad.
Nada le resultaba conocido, ninguna calle le sonaba y no tenía ni
idea de adonde le habían llevado. Asustado, deseaba estar en casa
aún a riesgo de sufrir los correazos de su padre, que andar sólo
por aquellas calles. No tenía dinero para regresar en autobús ni
para llamar por teléfono desde una cabina, así que paró a un par
de mujeres en la calle para decirles que se había perdido y donde
podía encontrar a un policía.
Tanto ellas como la policía le ayudaron a volver a casa, sus padres
muy preocupados habían denunciado su desaparición y verle llegar en
buen estado y con apetito, no le salvó de la reprimenda y un buen
castigo, que desconocemos cual fue, porque forma parte de la
privacidad de su familia.
Los payasos en su función, al utilizar el coche,
encontraron esqueletos de manzanas comidas, que aprovecharon para
hacer una escena divertida, sin preguntarse quien habría sido el
glotón que las habría engullido.
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