El calor le empezaba a molestar y
con tanto humo alrededor no era capaz de vislumbrar nada en aquel hall de
entrada a la mansión, Doña Umbrella histérica se abría y cerraba sin parar,
presionándole intermitentemente contra su pequeño rincón, mientras que el negro
Parapluie no cesaba de gimotear débilmente pidiendo socorro.
Miss Sombrilla, la más joven,
reaccionaba de forma más sensata que sus compañeros de paragüero, aunque no
paraba de dar saltos e intentar llamar la atención. La atención de quien, si allí no se veía nada
ni a nadie, el humo estaba inundando todo el espacio y poco a poco las llamas
relamiendo y consumiendo todo a su paso.
Comenzaba a asustarse, le parecía
indigno que una vida tan longeva como la suya, sirviendo de apoyo a seis
generaciones de la familia, acabara convertido en cenizas tras ser consumido
por las llamas.
Había sido más afortunado que sus
compañeros de habitáculo, uno por uno habían sido reemplazados tras quedar
obsoletos según las modas del momento, pero él, un Bastón añejo, de madera de
caoba con empuñadura de plata, siempre había sido el sostén y apoyo de los
mayores, siempre habían contado con él desde hacía ya……., bueno, ni recordaba cuanto, pero no importaba, él
era uno más de la familia desde aquella ocasión en que le separaron de su parte
central y le convirtieron en un elegante Bastón de apoyo.
Recordaba como si fuera hoy la
caja en la que llegó, granate forrada con terciopelo para no sufrir
desperfectos durante el traslado. No fue
grata la acogida que recibió por parte de su primer amo, acostumbrado como
estaba a recorrer mundo a caballo, una caída le había postrado en la cama
primero y luego en una silla. Gracias a la
firmeza que le proporcionó, consiguió la valentía suficiente para dar sus
primeros pasos y poder dar otros más que le ayudarían a continuar con su vida
en sociedad, dándole un toque de distinción empuñándole a él.
Siempre reposaba en el mismo
habitáculo, un sencillo paragüero cuadrado labrado en bronce con el escudo
familiar, sus compañeros habían sido diversos, ya fueran negros o de colores,
lisos, estampados, grandes o pequeños, duraban escasamente unas pocas
temporadas, si no se estropeaban eran cambiados por otros más modernos o más
alegres, pero él siempre estaba allí, esperando a ser de nuevo usado por el más
veterano de la casa.
En ese momento Doña Mercedes, una
viejecita adorable y tranquila, que le sujetaba con firmeza y suavidad. Su madera ya reseca de tantos años de
servicio apenas tenía poros que le ayudaran a sentir el rico perfume que ella
exhalaba y del que se impregnaba cada vez que salía a la calle. Su actual dueña, antes de usarlo, le había
renovado la goma que entraba en contacto con el suelo, ahora no vibraba ni rebotaba
al contacto con el asfalto, su pisar era mullido y seguro.
Pero todo se iba al garete por un
descuido, ¡seguro!, la doncella que trabajaba en la casa era un continuo
desastre, torpe, sudorosa y maloliente, todo el día revoloteando y no terminaba
nada, menos mal que Doña Mercedes veía mal y no lo apreciaba, sino ya hubiera
sido despedida nada más entrar.
Hay momentos en la vida que
parecen ser el final a todo y no conseguimos ver más allá, algo así es lo que
sentía nuestro querido Bastón, pensando que llegaba su final. Sintió primero sobre su cabeza de cisne y
luego sobre su madera añeja, unas finísimas gotas de agua que en un instante se
convirtieron en un diluvio. Los bomberos
arrojaban agua para sofocar el incendio y con premura sacaron de la casa a su
ama, la enfermera y a la desastrosa doncella que seguro era culpable de tamaño
desastre.
Durante días la oscuridad fue
total, salvo la tenue luz que entraba finamente por los espacios creados por el
fuego entre teja y teja. Nadie habitaba
la casa, todos en el paragüero estaban abotargados, tanto estrés les había
dejado decaídos y no eran capaces de reaccionar. Doña Umbrella y Don Parapluie comenzaban a
oxidarse, pues nadie había vaciado el agua acumulada en sus telas. Mis Sombrilla con una suave sacudida había
esparcido su porción de agua, ya que al ser su tela más porosa, logró que
traspasara y no retenerla entre sus varillas.
El Bastón añejo estaba preocupado
por su supervivencia, la humedad producida por el agua al sofocar el fuego
estaba haciendo mella en su cuerpo, su empuñadura de plata se veía negra y si
no se secaba pronto su madera perdería firmeza y su tope de goma se pudriría.
Al cabo de unos días comenzaron a
notar movimientos en la casa, unos hombres se llevaban muebles, ropas, telas,
tal parecía que aquel hogar estaba siendo desmantelado. No tenían noticias de las mujeres y prestaban
atención a todo cuanto allí acontecía.
Finalmente alguien se fijó en el
paragüero, era el nieto de Doña Mercedes, que con mucha atención revisó a los
componentes del mismo. Doña Umbrella y
Don Parapluie fueron tirados al contenedor por estar completamente oxidados y no
poder cumplir su función. Tras revisar a
Mis Sombrilla la depositó con cuidado en una caja de cartón y en cuanto vio a
nuestro querido Bastón añejo, maltrecho pero firme, le pasó un trapo a la
empuñadura que débilmente volvió a refulgir, y lo posó en el maletero de su
coche.
Tras una pequeña revisión, cambio
de pie de goma y pulido de empuñadura en la joyería, fue recibido con júbilo
por Doña Mercedes, de quien fue sustento hasta el final de sus días.
No temáis por nuestro Bastón
añejo, sigue existiendo y sosteniendo a una anciana. No esta con su familia de origen, pero vive
en una Residencia pasando de mano en mano cada cierto tiempo. Es feliz porque se siente útil, y además, no
tiene que compartir espacio con nadie, los ancianos no le dejan posado en
ningún paragüero por temor a perderlo.
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