Bastón añejo - Marián Muñoz



El calor le empezaba a molestar y con tanto humo alrededor no era capaz de vislumbrar nada en aquel hall de entrada a la mansión, Doña Umbrella histérica se abría y cerraba sin parar, presionándole intermitentemente contra su pequeño rincón, mientras que el negro Parapluie no cesaba de gimotear débilmente pidiendo socorro.
Miss Sombrilla, la más joven, reaccionaba de forma más sensata que sus compañeros de paragüero, aunque no paraba de dar saltos e intentar llamar la atención.  La atención de quien, si allí no se veía nada ni a nadie, el humo estaba inundando todo el espacio y poco a poco las llamas relamiendo y consumiendo todo a su paso.
Comenzaba a asustarse, le parecía indigno que una vida tan longeva como la suya, sirviendo de apoyo a seis generaciones de la familia, acabara convertido en cenizas tras ser consumido por las llamas. 

Había sido más afortunado que sus compañeros de habitáculo, uno por uno habían sido reemplazados tras quedar obsoletos según las modas del momento, pero él, un Bastón añejo, de madera de caoba con empuñadura de plata, siempre había sido el sostén y apoyo de los mayores, siempre habían contado con él desde hacía ya……., bueno,  ni recordaba cuanto, pero no importaba, él era uno más de la familia desde aquella ocasión en que le separaron de su parte central y le convirtieron en un elegante Bastón de apoyo. 
Recordaba como si fuera hoy la caja en la que llegó, granate forrada con terciopelo para no sufrir desperfectos durante el traslado.  No fue grata la acogida que recibió por parte de su primer amo, acostumbrado como estaba a recorrer mundo a caballo, una caída le había postrado en la cama primero y luego en una silla.  Gracias a la firmeza que le proporcionó, consiguió la valentía suficiente para dar sus primeros pasos y poder dar otros más que le ayudarían a continuar con su vida en sociedad, dándole un toque de distinción empuñándole a él.

Siempre reposaba en el mismo habitáculo, un sencillo paragüero cuadrado labrado en bronce con el escudo familiar, sus compañeros habían sido diversos, ya fueran negros o de colores, lisos, estampados, grandes o pequeños, duraban escasamente unas pocas temporadas, si no se estropeaban eran cambiados por otros más modernos o más alegres, pero él siempre estaba allí, esperando a ser de nuevo usado por el más veterano de la casa.
En ese momento Doña Mercedes, una viejecita adorable y tranquila, que le sujetaba con firmeza y suavidad.  Su madera ya reseca de tantos años de servicio apenas tenía poros que le ayudaran a sentir el rico perfume que ella exhalaba y del que se impregnaba cada vez que salía a la calle.  Su actual dueña, antes de usarlo, le había renovado la goma que entraba en contacto con el suelo, ahora no vibraba ni rebotaba al contacto con el asfalto, su pisar era mullido y seguro.

Pero todo se iba al garete por un descuido, ¡seguro!, la doncella que trabajaba en la casa era un continuo desastre, torpe, sudorosa y maloliente, todo el día revoloteando y no terminaba nada, menos mal que Doña Mercedes veía mal y no lo apreciaba, sino ya hubiera sido despedida nada más entrar.

Hay momentos en la vida que parecen ser el final a todo y no conseguimos ver más allá, algo así es lo que sentía nuestro querido Bastón, pensando que llegaba su final.  Sintió primero sobre su cabeza de cisne y luego sobre su madera añeja, unas finísimas gotas de agua que en un instante se convirtieron en un diluvio.  Los bomberos arrojaban agua para sofocar el incendio y con premura sacaron de la casa a su ama, la enfermera y a la desastrosa doncella que seguro era culpable de tamaño desastre.

Durante días la oscuridad fue total, salvo la tenue luz que entraba finamente por los espacios creados por el fuego entre teja y teja.  Nadie habitaba la casa, todos en el paragüero estaban abotargados, tanto estrés les había dejado decaídos y no eran capaces de reaccionar.  Doña Umbrella y Don Parapluie comenzaban a oxidarse, pues nadie había vaciado el agua acumulada en sus telas.  Mis Sombrilla con una suave sacudida había esparcido su porción de agua, ya que al ser su tela más porosa, logró que traspasara y no retenerla entre sus varillas.
El Bastón añejo estaba preocupado por su supervivencia, la humedad producida por el agua al sofocar el fuego estaba haciendo mella en su cuerpo, su empuñadura de plata se veía negra y si no se secaba pronto su madera perdería firmeza y su tope de goma se pudriría.

Al cabo de unos días comenzaron a notar movimientos en la casa, unos hombres se llevaban muebles, ropas, telas, tal parecía que aquel hogar estaba siendo desmantelado.  No tenían noticias de las mujeres y prestaban atención a todo cuanto allí acontecía.
Finalmente alguien se fijó en el paragüero, era el nieto de Doña Mercedes, que con mucha atención revisó a los componentes del mismo.  Doña Umbrella y Don Parapluie fueron tirados al contenedor por estar completamente oxidados y no poder cumplir su función.  Tras revisar a Mis Sombrilla la depositó con cuidado en una caja de cartón y en cuanto vio a nuestro querido Bastón añejo, maltrecho pero firme, le pasó un trapo a la empuñadura que débilmente volvió a refulgir, y lo posó en el maletero de su coche. 

Tras una pequeña revisión, cambio de pie de goma y pulido de empuñadura en la joyería, fue recibido con júbilo por Doña Mercedes, de quien fue sustento hasta el final de sus días.

No temáis por nuestro Bastón añejo, sigue existiendo y sosteniendo a una anciana.  No esta con su familia de origen, pero vive en una Residencia pasando de mano en mano cada cierto tiempo.  Es feliz porque se siente útil, y además, no tiene que compartir espacio con nadie, los ancianos no le dejan posado en ningún paragüero por temor a perderlo.
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