Corrían
los años 80 en un pueblo costero del norte. Se sabía que había
llegado el verano porque había aumentado en habitantes, por el
tiempo atmosférico no se podría apreciar. Llevaba un día entero
con tormenta y con algo de nordeste, vamos, que soplaba frío.
Paula,
una jovencita de quince años, ataviada con un impermeable de
capucha, se dirigía toda contenta hacia la capilla del Conde del
real agrado donde la esperaban sus amigas veraneantes, ella era la
única que era del pueblo todo el año. Según iba llegando, dejaba a
su costado derecho el muro del campo de futbol. Pudo distinguir bajo
el pórtico de la iglesia a Paz y a Ana, las dos amigas que la
esperaban. Apresuró mas el paso y se saludaron con un abrazo a tres
bandas. Estaban bajo techo, y aunque eran las cuatro de la tarde,
parecían ser las nueve por el cielo encapotado, a lo lejos, sobre el
mar se veía a veces un rayo y se podía oír el trueno, pero
lejísimos.
Las
tres jovencitas de edades similares, se contaron las novedades del
invierno. Los chicos que les gustaban, que era un secreto y nunca
debía desvelarse. De pronto a Paula le pareció interesante
contarles una historia que le habían contado en su primer año de
instituto recién terminado. Además con el tiempo atmosférico que
había le pareció de lo más propicio. Comenzó a relatar, mientras
sus amigas estaban sentadas, muy atentas…
“Una
vez en una casa muy vieja y antigua trabajaba una señora cuidando a
una anciana. La anciana se murió, y la cuidadora ya llevaba un
tiempo fijándose en la sortija de la señora, le encantaba y decidió
quedarse con ella, total, nadie se iba a dar cuenta, ni herederos, ni
nadie. En tres años nunca nadie se había acercado a verla. Así que
la cuidadora tiró y tiró por la sortija, pero no salía ni
echándole jabón. Optó por la forma más drástica pero eficaz. Le
cortó el dedo, así pudo quedarse con tan linda sortija. Pasado un
año, ésta cuidadora se encontraba de paseo por el bosque con su
hermana, pero comenzó a llover y ellas corrieron buscando un sitio
para guarecerse. Hallaron un claro donde pudieron contemplar una
mansión, tipo indiana….
-Así
como ésta.
Les
dijo Paula, señalando La Quinta del Conde del Real agrado, Paula
continuó relatando ante unas espectadoras muy atentas y con algo de
suspense en sus pupilas.
La
cuidadora llegó a la puerta enorme de madera de la mansión, su
hermana la seguía. Miraron a la aldaba, que daba un poco de miedo,
era como una cabeza de diablo que de su nariz pendía un enorme aro
metálico. Lo cogió con la duda del miedo y tocó tres veces. La
tormenta cada vez era más fuerte, parecía estar sobre ellas y les
pareció buena idea guarecerse en aquella casona. Enseguida les abrió
lo que para los ingleses sería un “ama de llaves” Ellas
explicaron el percance de que la tormenta las había pillado de
sorpresa y la señora les mandó pasar a una sala enorme, les indicó
que se sentasen a la mesa que ahora mismo les traería un caldo que
les reconfortase. A la mesa ya estaba sentada la señora de la casa,
una mujer bellísima con una apariencia de haber salido de una
película de los años cuarenta norteamericanas, con su media melena
morena y con hondas, y su blusa de aquellos años, muy educada pero
no las saludó dándoles la mano, les indicó con su mano izquierda
que tomasen asiento. Así lo hicieron. La señora en la cabecera y
las hermanas a cada lado de la anfitriona.
La
ama de llaves trae la sopera y va sirviéndoles el consomé. Se
retira y la dueña de la mansión les indica que coman, aunque ellas
estaban esperando a que ella comenzase primero.
En
éste momento Paula se calla y mira a sus amigas que están en
tensión. Se acerca más a ellas para provocar un gran efecto,
continúa contando:
De
pronto la anfitriona pone la mano derecha sobre la mesa para coger la
cuchara y la mujer cuidadora se da cuenta de algo extraño. Aquella
mujer ya la había visto, pero con cuarenta años más. Se armó de
valor y le preguntó;
- Y ¿ese dedo que le falta?
Paula
se coloca muy
cerca
de Paz para decir la contestación de la señora. Que fue así:
- Este dedo… Este dedo me lo cortaste TU
De
repente Paula y sus dos amigas volvieron a la realidad con los gritos
de Paz y de Ana, fue un gran susto el que se llevaron porque Paula lo
había preparado con tal efecto de que sus dos amigas saltasen del
sitió. La persiguieron unos segundos dándole con el paraguas, hasta
quedar frente a la Quinta, mirando para el caserón.
- En esta mansión también hay un fantasma. Todo el pueblo lo comenta. (Les dijo Paula)
- El único fantasma que hay en el pueblo eres tú, (le dijo Paz, riendo.)
- ¿Por qué no vamos hasta la tienda a comprar galletas del Príncipe de Bekelard.? (cambiando de tema, sugirió Ana)
Como
vieron que había cesado de llover, así lo hicieron. Se encaminaron
hacia la tienda a por las típicas golosinas que se compraban en esa
época.
El
verano transcurrió, lloviese o hiciese sol, con aventuras como estas
o parecidas, pero fue un verano divertido para Paula.
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