El e-mail - Inmaculada Rodrigo




 
Querido hermano:
Como lamento tenerte tan lejos. Si estuvieses aquí no estaría sufriendo tanto. En fin, voy a por ello. Te tengo que contar…
Son las 12 de la noche. Mamá duerme. Me pongo ante el ordenador con la cajetilla de tabaco cerca, y un ging tonic, necesito animarme y ver si soy capaz de terminar lo que ya he intentado tres veces.
Nada me hacía presagiar lo que me ha sucedido. Ningún indicio, ninguna sensación. Tantos años, como tu ya sabes, programando sistemáticamente mi trabajo, mi tiempo, mi rutina, los afectos y ahora estoy metido en un tirabuzón de sensaciones que me suben, me bajan, me aplanan. Cambios e inestabilidades que, aunque han enriquecido mi vida y me han ayudado a conocerme me hacen sufrir más.
Creo que el hecho de estar parado, por cierto una y mil veces gracias por lo que nos envías a mamá y a mi, me ha influido extraordinariamente. Me siento más débil, inseguro frente a la vida. Y ahora esto. Me pregunto, tratando de justificarme, si es por eso que me encuentro en esta crisis de identidad. Trato de ordenar mis pensamientos, de ser analítico y sopesar todas las circunstancias. Solo son excusas. Al final solo están los sentimientos.
Tú conociste a Bárbara y sabes lo importante que fue su relación para mí, y lo que supuso la ruptura. Yo no podía darle todo lo que ella necesitaba, tiempo para disfrutar, crear una familia, abandonar de alguna forma mi trabajo que tanto me costó encontrar, era imposible que aquello terminase bien. Nunca me plantee que esa rigidez extrema para no complacerla, era un aviso claro de que lo nuestro, mejor dicho, yo, no funcionaba. Bárbara decía que había una parte de mí que no se entregaba. Que guardaba sentimientos o que no los manifestaba. Que era demasiado frío. Tenía toda la razón.
He estado tres años, después de lo de Bárbara, saliendo con diferentes mujeres, y lo he pasado bien, pero siempre me faltaba algo. ¿Recuerdas cuando comentábamos que en nuestra familia había mucho insatisfecho? Como la diabetes. La insatisfacción y la diabetes. Nuestras señas de identidad. Así justificaba mi comportamiento, sin querer pensar más.


Ahora, otra vez de vuelta a casa, con mamá. Pobrecilla, después de pensar que su hijo tenía solucionada la vida se enfrenta a esto. Con 45 años y estoy de nuevo en casa. Mientras ha durado el paro he ido tirando pero ahora la tengo que pedir hasta para tabaco. Ella dice que no la importa, que para quien mejor. Pero se que está preocupada por mi. Yo también estoy preocupado por mi.
Comencé a ir al gimnasio hace seis meses. El psicólogo del seguro me recomendó ejercicio para paliar un poco la depre que comenzaba a tener. Allí conocí a Javier. Tenía muy buena sensación estando con él. Nos encontrábamos por las tardes en el gimnasio y luego nos íbamos a tomar una cerveza. Es un tipo encantador. Sabe que no tengo un duro y se adapta a mis circunstancias, le da igual que vayamos a pasear o pasarse conmigo la tarde charlando. Así ha sido el comienzo de nuestra relación. Después todo se ha ido complicando.
Recuerdo todavía el primer signo claro de mis sentimientos, aunque ya intuía algo. Fue en Enero. Habíamos quedado para tomar un café, yo le esperaba en la mesa del bar de la plaza, al lado de la ventana. Los cristales estaban ligeramente empañados por el calor y le vi llegar corriendo porque comenzaba a llover. Llevaba el pelo alborotado y la gabardina abierta volaba alrededor suyo. Estaba feliz y relajado a la espera del amigo. Entró en el bar y sentándose enfrente de mi, me dijo: Hola Javier, ¡que frio hace¡ ¡mira¡: retiró la taza de café hacia un lado y cogió mis manos entre las suyas para demostrarme lo frías que estaban. Tardé, lo que a mi me pareció mucho tiempo, en retirarlas de las suyas. Nos miramos a los ojos y luego nos quedamos en silencio. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Temblaba como un niño. El, más preparado que yo para este momento, reaccionó inmediatamente y dijo “ahora, Javier, tenemos que hablar de nosotros”.
Yo no soy gay. Esto es un paréntesis en mi vida, quiero pensar. Llevamos nueve meses saliendo, todo ha sido tan agradable que estoy flotando. No se que me pasa. Llena mi vida. Me levanto pensando en él y aunque a veces me hundo durante días en el más profundo de los pozos, el es capaz de respetar esas paradas. Espera sin decirme nada. Ni tan siquiera me dice que me enfrente a ello. Eso me lo digo yo. Pero me asusta.
Me insiste en que tenemos que viajar y disfrutar de la vida. El se lo puede permitir y quiere que yo le acompañe. Ese es otro paso que tengo que dar. Me empeño en analizar y comparar esta relación con la que tuve con Bárbara. Es inútil. Él si llena mi vida. A él si le doy todo lo que llevo dentro.
A veces me digo que esto es un subidón, nuevas experiencias, como me ha pasado otras veces con las mujeres. El hace planes para nuestro futuro.-- Quiere conocer a mamá, que por cierto esta mosca con las llamadas continuas de Juan, creo que se imagina algo. Cuando me ve con el bajón siempre me dice: ¡ Anda hijo¡ ¡ llama a tu amigo Juan y sal con él! Ese chico es buen amigo tuyo—y otras veces, cuando veo tan claros mis sentimientos, como ahora que te lo estoy contando, digo que tengo que ser fuerte y enfrentarme a ello. Tengo miedo de lo que pienses de mí. ¿Qué dirás cuando leas este e-mail? Espero tu contestación ansioso.
He decidido disfrutar con Juan todo lo que pueda. Al fin como dice mamá “esto son dos días”. Hay que vivir. Ayer, por primera vez, ella me ha dicho que le gustaría conocerle. Que por qué no le traigo a comer. Al final será ella la que facilite las cosas. Mamá siempre ha sido muy práctica. En fin, ya te lo he contado.
Parece que estoy más tranquilo. Te quiero hermano.


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