Lágrimas amargas - Cristina Muñiz Martín




 
La vieja panera se derrumbó sin previo aviso. El abuelo salió de casa, alertado por el ruido y la miró largamente, como quien mira a un muerto extraño. Acto seguido cogió el viejo arado, encaminándose hacia un prado situado en lo alto, el más fértil y llano, abandonado desde hacía muchos años. Desde allí miró hacia el que había sido su hogar: la panera derrumbada, la casa en ruinas, la cuadra destartalada y vacía, el pajar sin tejado...El abuelo se enjugó unas lágrimas y comenzó a arar. Al anochecer, extenuado, se tumbó sobre la tierra que había alimentado a varias generaciones de su familia. Esa noche, el único vecino que junto a él permanecía en la aldea, alertado por su ausencia, dio la voz de alarma. Dos días después, el abuelo descansaba para siempre en el cementerio del pueblo, mientras por los ojos de su único vecino, resbalaban lágrimas amargas desde el asiento trasero del coche que lo trasladaba a la capital. A lo lejos, se oía aullar a un perro.


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3 comentarios:

  1. Gracias por tu comentario, Pilar. Me alegra que te haya gustado, aunque se trate de una historia triste.

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    1. Hay dramas, intrigas, comedias, pero dentro de esos estilos, puede haber historias bonitas, bien contadas.

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