La
vieja panera se
derrumbó sin previo aviso. El abuelo salió de casa, alertado por el
ruido y la miró largamente, como quien mira a un muerto extraño.
Acto seguido cogió el viejo arado,
encaminándose hacia un prado situado en lo alto, el más fértil y
llano, abandonado desde hacía muchos años. Desde allí miró hacia
el que había sido su hogar: la panera derrumbada, la casa en ruinas,
la cuadra destartalada y vacía, el pajar sin tejado...El abuelo se
enjugó unas lágrimas y comenzó a arar. Al anochecer,
extenuado, se tumbó sobre la tierra que había alimentado a varias
generaciones de su familia. Esa noche, el único vecino que junto a
él permanecía en la aldea, alertado por su ausencia, dio la voz de
alarma. Dos días después, el abuelo descansaba para siempre en el
cementerio del pueblo, mientras por los ojos de su único vecino,
resbalaban lágrimas amargas desde el asiento trasero del coche que
lo trasladaba a la capital. A lo lejos, se oía aullar a
un perro.
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qué bonito!!!!
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Pilar. Me alegra que te haya gustado, aunque se trate de una historia triste.
ResponderEliminarHay dramas, intrigas, comedias, pero dentro de esos estilos, puede haber historias bonitas, bien contadas.
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