Inmaculada Rodrigo - Una mujer sencilla





 
Nunca nadie me había hablado mientras hacíamos el amor. Nunca me habían tratado con tanta delicadeza. Nunca nadie me susurró al oído tan tiernas palabras. Y nunca el sexo para mi había resultado tan gratificante.

La realidad es que había descubierto el sexo con Martín, y gozaba con el riesgo de que nos descubrieran ¿cómo me podía gustar tanto el riesgo? Sabía que nunca más me mostraría a un hombre con tanta confianza, tan poco pudorosa, tan fácil. A pesar de que le llevaba diez años y se apreciaba en mi cuerpo la edad, el no parecía notarlo. Estaba confiada en sus brazos.
Yo soy una mujer sencilla. Tenía, cuando conocí a Martín, 40 años, acababa de llegar de Galicia, del campo, tenía un hijo adolescente y muchos sueños de prosperar en Madrid. A Felipe, mi marido, le habían recomendado para ese puesto de guarda y nunca pensamos que nuestra estancia en el Ministerio duraría tanto. Ahora cuando Martín ya no está, estoy sentada debajo del árbol de la entrada de mi casa y recuerdo su llegada y sobre todo recuerdo cuando le conocí.

Buenos días, soy Martín, el jardinero del Ministerio.

Martín aparentaba tener 30 años, era rubio y fuerte, su rostro y sus brazos estaban bronceados por el sol, por el trabajo al aire libre. Llevaba una camiseta de tirantes y pantalones cortos y todo él desbordaba alegría y vida.

Buenos días, como est
á usted? dije bajando de la escalera y limpiándome con el delantal las manos. Luego, retirándome el pelo de la cara le tendí la mano a través de la ventana.

Les quiero decir que estoy aquí para lo que necesiten, dijo Martín. Ya he conocido a su marido y le he dicho lo mismo. Yo sé lo que es llegar de fuera y al principio se pasa mal. No tengan duda en preguntarme  cualquier cosa. ¡Ah y no me llame de usted que vamos a ser compañeros¡ Pues lo mismo digo. Yo me llamo Pura.

Cada día, a la misma hora, cuando Felipe estaba ya en la cama, después de su trabajo como guarda nocturno en el ministerio, cuando terminaba de recoger, cuando mi hijo estaba en el instituto, Martín pasaba a saludarme y charlar un rato, y yo me reía con las cosas que me contaba, y un día de verano, debajo de ese árbol, Martín me cogió la mano y la acaricio. Yo, nerviosa la retiré, y él me dijo con dulzura, mirándome a los ojos “aguántame”, “aguántame”. No recordaba haber sentido nunca aquello. Sentí placer. Nada más y nada menos.

Un mes más tarde, en la caseta del jardinero, que se encontraba en la parte posterior del jardín, oculta entre los árboles magníficos y centenarios, descubrí la fuerza de esa relación que nos mantuvo durante diez años felices e ilusionados. Exactamente diez años de mi vida. Hasta que Martín se tuvo que ir al pueblo a cuidar a sus padres. Porque Martín era un hombre sencillo, y cuando decidió que le
o necesitaban sus padres no tuvo duda. Lo primero es lo primero.

Diez años Martín dedicado a mí y yo a él. Nunca me planteé que el era mucho más joven. No me planteaba nada. Vivía. Me di cuenta que hasta ahora no lo había hecho. Felipe era un buen hombre, pero nada más.

Era muy poco el tiempo que podíamos pasar juntos pero el suficiente para que mantuviésemos la ilusión. Los encuentros se producían cuando se daban las circunstancias apropiadas lo cual nos hacia vivir en una continúa búsqueda del momento. Nos veíamos por el jardín, y nuestras miradas decían sin palabras nuestros íntimos deseos.

En más de una ocasión nos habían pillado en la caseta.

Martín, Martín, - alguien llamaba-.

¿Estas ahí?.- Silencio

Que te esperan en el despacho del Ministro. Que se ha caído un macetero.

Martín ni se inmutaba. Pura, lo primero es lo primero.

La caseta estaba cerrada y Martín era el único que tenía llave. El problema era salir de allí pero como era habitual que yo estuviese por el jardín nunca hubo indiscreciones. Y si las hubo no nos enteramos. Yo no quería pensar en lo que estaba haciendo, siempre me decía “ya lo pensaré más adelante”. Me preocupaba que alguien se pudiese enterar y la que se armaría. Lo último que podría pensar Felipe es que yo hubiese sido capaz de engañarle. Yo, siempre tan tímida y apocada, tan dedicada a mi casa. Pero lo justificaba todo pensando que no estaba abandonando mi casa, yo estaba allí, atenta a todo. No podía dejar la única gratificación intima que tenía en mi vida.

Y ahora, doy gracias por haber podido disfrutar de ese regalo que me dio la vida. Hecho de menos a Martín, sobre todo ahora que la presencia del nuevo jardinero me hace recordar que el ya no está, pero soy capaz de comprender que la vida tiene sorpresas y que he tenido la suerte de disfrutar de la mejor. No quiero pensar en nada más. Soy una mujer sencilla.

Ha salido Felipe de la casa, recién levantado, se ha sentado conmigo debajo del árbol, ha encendido un cigarro y mirándome tranquilo, me ha dicho. Pura ¿Echas mucho de menos a Martín? Tienes que comprenderle. Lo primero es lo primero.






Licencia de Creative Commons

Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario