En ese mundo
insondable de los ladrones de guante blanco me llamaban la culebra
porque me escabullía por todos lados. Participé en grandes golpes
que nos proporcionaron un montón de pasta y jamás nos pillaron.
Desvalijamos bancos, despachos de abogados importantes, joyerías y
el chalet de algún que otro ministro al que dejamos en pelotas. Yo
era siempre la que hacía el trabajo más peligroso, entrar y salir
como si fuera invisible, con el botín deseado, por supuesto.
Trabajábamos a sueldo y nos iba muy bien, hasta que me pillaron por
un robo sin importancia, unas putas sandalias que no valían
ni cincuenta euros, pero eran tan monas y no llevaba dinero encima en
aquellos momentos... Confieso que siempre fui muy caprichosa y no
pude esperar. Las quería ya, así que esperé a que la tienda
cerrara escondida en un cuarto de servicio y cuando quedó desierta,
tomé las sandalias y me dispuse a salir por el conducto del aire
acondicionado. Con lo que no contaba era con que fuera demasiado
estrecho. Me quedó el culo atascado. Ni para dentro ni para fuera.
Al día siguiente me pilló la policía. Hacía tiempo que me
buscaban. No delaté a mis compañeros, pero se les ha ido el negocio
al tacho. Ya no hay culebra que se escabulla por todos lados.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario