De nuevo estoy de acuerdo con mi amiga Pilar, (debe ser que tenemos
más en común de lo que pensamos), uno de los primeros libros que
recuerdo trastear por casa, era Bonifacio, un perro dálmata con
pintas negras en los ojos que le asemejaban a un bandido.
Y nunca mejor dicho, porque el pobre vivía con su amo, quien le
había enseñado a robar carteras de los bolsillos de pobres
viandantes, como buen perro era fiel a su amo, a pesar de que
malamente le daba de comer o le atechaba cuando llovía o hacía
frío.
Todo el libro era una triste historia de miseria y perdición, hasta
que la policía atrapa a su dueño y el perro solitario y triste
tropieza con un niño que se encariña de él y lo lleva a su casa,
teniendo un final feliz y dichoso, por supuesto para alivio del
pequeño lector.
Nunca entendí la moraleja de aquel cuento que durante tanto tiempo
rodó por casa, pero me recuerda que hoy en día hay por el mundo
muchos Bonifacios a dos patas, espero que al menos tengan el mismo
final feliz que el del cuento.
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