Hace años un
conocido concurso de televisión comenzaba presentado por un perro
que hablaba. La gente decía que era mentira, que la animación se
hacía por ordenador o no se qué. Pero yo, que siempre fui muy
suspicaz, me grabé en vídeo la presentación del chucho y
analizándola pormenorizadamente me di cuenta de que no, no era
mentira, el perro hablaba, dijeran lo que dijeran. Nadie creyó el
resultado de mi análisis, por supuesto, pero a mi me importó un
pito. Me propuse ir más allá, si un perro era capaz de hablar
había que profundizar en su inteligencia y animarlo a hacer otras
cosas, como leer un libro, por
ejemplo, o el periódico. Comencé buscando el can adecuado, me llevó
su tiempo pero al final di con Ercolina, una pekinesa más fea que
Picio pero la mar de inteligente. Dos años y medio me llevó
amaestrarla, y cuando pensé que ya lo había conseguido casi se me
fue todo al garete. Le di a leer un periódico y comenzó a hacer
cosas raras, guiñaba los ojos, tenía tics en la pata izquierda
delantera, caminaba de lado... hasta que me di cuenta de que era por
las barbaridades que leía, crisis, políticos corruptos, catástrofes
humanitarias... La tuve en cuarentena y cuando se recuperó opté por
darle un libro. De eso hace ya seis meses. Se ha leído El Quijote,
Fortunata y Jacinta y La Regenta. Sé que lee porque me he inventado
un aparato que mide sus ondas cerebrales. No se lo he contado a nadie
porque nadie me creería y a ojos de la gente somos perra y dueño
normales y corrientes. Algún día se sabrá. Ya llegará mi momento.
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