Los dueños de la casa rural donde nos alojábamos eran muy mañosos,
la casa estaba adornada con objetos que artesanalmente habían creado
y diseñado, eran unos artistas, pero donde verdaderamente se
lucieron fue en la construcción de un caballo de madera que tenían
en la terraza, le habían conectado un pequeño motor para que
sirviera de escanciador de sidra, además de muy ocurrente, era el
asombro y la diversión de todos los allí presentes.
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