Relato inspirado en la fotografía
¿De qué sirven
las palabras si solo me hacen llorar?
Cuando me dijeron
en la inmobiliaria que mi casa ya no se construiría, que la crisis
había llegado al sector y el constructor se había largado con el
dinero al Caribe, que estaría condenada a ver el monstruoso
esqueleto inacabado desde la ventana de mi habitación de
adolescente, se me hundió el mundo y me eché a llorar.
Y más lloré
cuando cada mes me llegaba por correo el aviso del siguiente pago al
banco. No tendría piso propio. Y no tendría dinero, ahorrado con
tantos sacrificios.
¿De qué sirve
ilusionarse a veces construyendo castillos en el aire llenos de
palabras hermosas? Ilusión. Palabra fugaz y vana donde las haya.
Cuando en la
fábrica nos reunieron a todas las operarias en el salón de actos me
temí lo peor. Y mis funestos presagios se cumplieron. Todas las que
llevábamos menos de tres años en la cadena de montaje fuimos
despedidas. Con muy buenas palabras de agradecimiento por los
servicios prestados, la fidelidad a la marca, nuestro compromiso y
toda esa palabrería hueca llena de blablabla.
Las palabras
impresas en la carta de despido dolieron más que una puñalada
trapera por la espalda.
Algunas palabras,
en cambio, aunque también traigan lágrimas, se acompañan de
mensajes más positivos. Esas tazas con tres asas, miles de colores y
poca base en las que a duras penas lees ‘A la MejoR TitA dEl
MuNDo’, son uno de los mejores regalos que puedes recibir.
También lloré y
también de alegría cuando tras muchos, demasiados, viajes al
hospital, varias pruebas diagnósticas y otras tantas cartas de
citación, me llegó otra en la que se leía: ‘Mamografía
negativa. No se han detectado malformaciones ni abscesos. La paciente
será dada de alta de manera inmediata. Su próxima visita de control
será el...’ Esas palabras y todas las lágrimas que vinieron a
continuación fueron tan liberadoras, como si hubiera renacido.
Pero las peores
palabras, las más crueles y dañinas, y también las más absurdas,
son las palabras de amor. Siempre vienen subidas en una nube rosa.
Viajas con ellas entre mariposas de colores que cosquillean tu
estómago y todos tus sentidos. Pero se las suele llevar el viento,
acompañadas por negras nubes de tormenta. Y las de desamor suenan
como una balada triste y desafinada, compuesta por un cantautor de
tercera división.
A veces quisiera
deshacerme de todas esas palabras crueles y sin sentido, que solo
hacen daño. Y reunirlas en un papel, meterlas en una botella y
tirarlas al mar lejos; bien lejos para que se hundan en lo más
profundo. Así no harían más daño a nadie.
A veces odio las
palabras.
A veces pienso
tonterías usando palabras, jugando con ellas, haciendo malabarismos,
soñando despierta, esperando que una de ellas me toque con su varita
mágica y me haga volar en alguna nube rosa que luego, tal vez, se
deshará en mitad del viaje.
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