Darwin vs Lamarck - Rufino García Álvarez





Eduardo era un estilista excepcional. Sólo llevaba cuatro meses contratado, pero los habituales de la peluquería de caballeros, solían solicitar que fuera él quien les cortara el pelo. Su empatía y su amena conversación, conseguían que cualquier cliente se sintiera cómodo. Todas las mañanas, antes de entrar a trabajar, se le veía en el bar de la esquina leyéndose, o puede que estudiándose, el Marca. Se sabía, a la perfección, las alineaciones de todos los clubes, los resultados de los partidos y quiénes habían marcado gol, que tiempo había hecho Fernando Alonso o si Verdasco se había clasificado o no en el último Open. Era un verdadero profesional.
Aquel día fue diferente, Juan Bautista, uno de los mejores clientes, acababa de regresar de un safari fotográfico en Kenia y estaba eufórico y con ganas de contar su experiencia. Empezó a narrar su gran aventura y cómo llegó a sentir en su propia piel la naturaleza y la vida salvaje. Todos los que estaban en la peluquería escuchaban embelesados y Eduardo no abría ni la boca. Les contó la vista al lago “Turma..let o algo así”, y a un yacimiento arqueológico llamado “Koobinosequé”. Presumía de que, en un despiste del guía, había podido tocar el cráneo de uno de nuestros primeros antepasados, el “Homo Habilidosus”. Había sido una experiencia única. Preguntado por otro cliente por el animal que más le había llamado la atención, respondió, sin dudarlo, que la jirafa. Ese enorme e infinito cuello. Era evidente que dada la altura a la que estaban las copas de los árboles no les quedó más remedio que ir estirando su cuello, generación tras generación, para poder comer.
Eduardo, asentía y sonreía mientras le cortaba el pelo. Se mordió la lengua cuando oyó lo de la jirafa para no soltar una carcajada. Juan Bautista, sin saberlo, estaba enunciado la obsoleta teoría de Lamarck, que casualmente, se llamaba como él. ¡Si Darwin levantara la cabeza! Eduardo, con catorce años, ya se había leído “El origen de las especies”, le había marcado tanto, que acabó estudiando Historia y especializándose en Paleontología. Conocía a la perfección el sitio. Para obtener material para su Tesis Doctoral, había estado de becario en las excavaciones de restos de “Homo Habilis” a las orillas del Lago Turkana en el yacimiento de Koobi Fora, pero no tenía pensado corregirle ni una palabra. No iba a arriesgarse a que nadie de la peluquería lo supiera. Sólo le podría acarrear problemas, tanto con su jefe, como con algunos clientes, y necesitaba el dinero. Con la crisis, su proyecto de investigación se había quedado sin fondos y él sin beca y tenía que ganarse la vida de alguna manera. Algún día se lo diría, pero por ahora debía continuar empollándose el Marca y siendo ese peluquero agradable, con el que todos querían cortar el pelo.





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