La
maquilladora daba los últimos toques al rostro de Eulalia, que nunca
se había visto tan guapa. A sus sesenta años, estaba muy emocionada
y Penélope le dijo que no llorase, que iba a estropear el rímel.
-Ya
lo sé, hija, pero es que nunca me había maquillado, dijo Eulalia.
-¿Y
eso cómo es posible, señora?
-Porque
he sido monja desde los dieciséis años hasta hace cuatro meses.
Penélope
la miró con dulzura, pues era muy buena persona, y le propuso
cambiar su vestido pasado de moda por otro más moderno, así como su
basto calzado por unos zapatos de salón. Incluso le estuvo
enseñando a caminar sobre los tacones. Eulalia quería besarla y
ella le dijo:
-Déjelo,
señora, que se va usted a quitar la barra de labios.
Eulalia
se reía cuando vino el azafato a buscarla. Se trataba del programa
“Recuérdame”, que batía records de audiencia. Cuando salió del
convento, Eulalia se había decidido a llamar, desoyendo los consejos
de su hermana. Había sido feliz las primeras décadas con las otras
monjas. Había encontrado algo de paz, después de llevarse el mayor
disgusto de su vida, cuando Jaime, su primer y único amor, se fue a
Alemania y no volvió a saber nada de él.
Durante
mucho tiempo, apenas se acordó. Pero ya cerca de cumplir los
cincuenta, empezó a soñar con aquel muchacho de ojos azules, y
después a recordar, primero de forma vaga, luego cada vez más
insistente, los tímidos besos que él le había dado. Después de
hablar con un sacerdote muy joven y revolucionario que la entendía
perfectamente y le transmitió gran confianza, supo que debía colgar
los hábitos y luchar por su amor.
Y
allí se encontraba, frente a Patricia, la presentadora, con su
vestido asalmonado y sus zapatos de tacón. Poco a poco, explicó
cómo había sido su vida y los motivos por los que había acudido al
programa. Estaba tan nerviosa que no escuchó las risitas de cierto
sector del público, cuando Patricia le preguntó:
-Si
Jaime quisiera estar contigo ahora, ¿te irías con él?
-Por
supuesto, no me lo pensaría, pero primero tendríamos que casarnos,
como manda la santa madre iglesia.
Entonces,
emitieron un vídeo en el que Jaime recibía el mensaje de Eulalia,
en su casa de Alemania. De aquel joven guapísimo que describía ella
sólo quedaban sus ojos azules, pues estaba viejo y tenía una gran
tripa.
Pero
a Eulalia eso le daba igual. La vida espiritual le había enseñado a
trascender las apariencias. Sólo reparó en sus ojos, empezó a
sentir taquicardias, a marearse en el asiento. ¡Era él! Le seguía
amando, estaba segura de eso. Le temblaban tanto las manos que el
realizador le dijo a Patricia por el pinganillo:
-Vamos
a publicidad, esta señora está muy mal. A ver si le va a dar un
soponcio en el programa. Procurad tranquilizarla.
A
la vuelta, un telón móvil tapó a Eulalia. Jaime entró en el
plató. Sentía mucha curiosidad por saber quién le había enviado
el mensaje, un amigo de la infancia, un pariente…estaba contento,
su mujer y una hija le habían acompañado.
El
telón se abrió y descubrió a Eulalia, que sintió al verle un amor
que le quemaba el pecho y quiso hablar aunque estaba prohibido. Jaime
la miraba de hito en hito, sorprendido. En el plató había
expectación y un gran silencio. Transcurrieron dos minutos y
Patricia le preguntó si sabía quién era. Jaime estaba confuso y
después de bastante tiempo respondió:
-No
quiero faltar al respeto a esta señora, pero no la conozco de nada.
Se
escucharon grandes risas entre el público. Eulalia, abochornada,
trató de explicar quién era, que habían sido novios, que no le
había olvidado nunca. Fue imposible. Se desmayó en mitad del
programa.
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