Relato inspirado en el título
Prometía
ser un domingo más, como todos los de ese mes. El nuevo sacerdote
era un tostón con sus sermones y me aburría mucho acompañando a mi
abuela a la iglesia. Es muy mayor y camina con dificultad a pesar de
apoyarse en el elegante bastón que le regalamos por su cumpleaños.
Sin embargo cuando se agarra fuerte de mi brazo, lleva un paso más
ágil y al ir más segura no para de saludar a todos los
parroquianos, que como ella, van a la misa el domingo.
Toda
persona de bien que se precie, acudía allí, aunque últimamente
algunos comenzaban a fallar, debido a que el oficio religioso
empezaba a soliviantar ánimos al no ser este párroco tan afable
como el anterior, Don Roberto, quien debido a su avanzada edad, le
habían llevado a una residencia y nombrado a uno nuevo, más joven y
estricto que su predecesor.
Aquel
día su homilía hablaba, para variar, de cuan pecadores somos y como
todos somos esclavos de la concupiscencia, de los bienes materiales y
por supuesto de ceder ante las tentaciones del demonio. Tantas veces
dijo la frase “Todos somos esclavos”, que en una de esas,
Olegario, el marido de Antonia la de la tienda de ultramarinos, saltó
a voz en grito:
--¡No
señor cura!
Los
que andábamos medio adormilados, despertamos, y los que cuchicheaban
se callaron, también el interpelado, ¡cómo no!, mirando fijamente
a Don Olegario con cara de reprobación, continuó con su machacona
oratoria. Volvió a saltar el buen hombre:
--¡No
señor cura!
El
silencio se hizo sepulcral, Antonia se tapaba la cara con el misal
para que no se viera la vergüenza que estaba pasando, en esas estaba
cuando su marido se puso en pie y dirigiéndose al nuevo cura le
dijo:
--¡No
señor cura! Comprendo que al ser nuevo aún no nos conozca, yo soy
de Jarandilla del Forquel, mi esposa es de Utrera, y si pregunta a
muchos de los presentes, han nacido en este pueblo o en los
alrededores, seguro que no hay ni un extranjero entre nosotros, así
que ¡no todos somos eslavos!
Las
carcajadas fueron sonoras, el sacerdote irritado no sabía si seguir
con el discurso o continuar con la ceremonia. Antonia no paraba de
pegar a su marido en el brazo para que callara y se sentara, ante tal
alboroto el párroco optó por bajar del pulpito y continuar como si
nada pasara.
En
los días siguientes lo acontecido fue la comidilla de todos, unos
para mofa y befa de Don Olegario y otros para alabar su valentía por
haber hablado. La tienda de ultramarinos estuvo bien animada de
vecinos que comentaban la ocurrencia del pobre hombre, que sin duda,
andaba duro de oído.
Al
domingo siguiente acompañé de nuevo a mi abuela a la iglesia, todos
iban con disposición de aguantar el aburrido sermón, más en
aquella ocasión volvió a suceder otro tanto. El sacerdote se
encontraba inmerso en su homilía explicando el significado de “A
Dios rogando y con el mazo dando”, cuando Don Olegario volvió a
saltar:
--¡No
señor cura!
Esta
vez el silencio fue total y el cura le preguntó:
--¿Qué
no es cierto esta vez?
--A
Dios no se le riega, se le ruega y se le reza, es que parece que
usted no está bien enterado de su oficio, más parece un jardinero.
La
risa fue general, moviéndose todos en sus asientos, el cura nuevo no
sabía qué hacer con unos parroquianos tan irreverentes y poco
respetuosos con el sagrado lugar en el que estaban. Ese día la misa
fue más corta que de costumbre, se comió la mitad de los rezos al
estar tan ofuscado.
Durante
toda la semana Olegario volvió a ser protagonista de las
conversaciones vecinales y ¡cómo no!, el héroe del pueblo llano,
hasta que llegó el siguiente domingo.
La
iglesia se encontraba abarrotada, gente de pie en los laterales de
los bancos y en la parte de atrás, no cabía un alma más, alguna
razón extraña había convocado a aquellas personas venidas de los
pueblos cercanos, el sacerdote sorprendido por tal afluencia de
fieles se frotó las manos pensando en que por fin, su trabajo estaba
dando frutos y debía atraer al redil a tantas almas descarriadas
como había en aquel pueblo.
La
ceremonia transcurrió como siempre, aburrida y tediosa, los
presentes no guardaban el debido silencio ni el decoro que el lugar
requería, molestando notablemente al señor cura que empezó a
ponerse nervioso. Cuando llegó el momento de subirse al púlpito
para el sermón de la homilía, se hizo un inquietante silencio, sólo
se oía su voz, pero las miradas estaban puestas en Olegario,
totalmente ajeno a la expectativa.
Hablaba
de la lectura que correspondía a ese domingo, y comenzó por
recordar los siete pecados capitales.
De
nuevo Don Olegario saltó: --¿Señor cura no cree que éste no es el
lugar apropiado para hablarnos de una telenovela colombiana?
Bueno
no voy a contar como acabó aquella misa, podéis enteraros por el
periódico local. El nuevo cura optó por solicitar el traslado a
otra parroquia. Don Olegario se quedó muy apenado pensando ser el
culpable de su marcha y en el pueblo se hizo una colecta para comprar
un audífono al pobre hombre, ya que sus salidas de pata de banco
iban a terminar por poner en peligro la estabilidad de la vieja
iglesia, al acaparar tanta atención de innumerables personas que
querían ser testigos de los disparates dominicales.
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