Asesinato en la casa del bosque - Gloria Losada




Aquella tarde me apetecía caminar. Hacía días que el tiempo estaba muy revuelto y por fin se había decidido a salir el sol, así que aproveché la coyuntura y salí de casa con ánimo de despejar mi mente aturullada por el estudio. Anduve un rato sin rumbo fijo hasta que mis pasos me llevaron al antiguo camino de la playa, que ahora, desde que habían hecho una carretera más moderna y asfaltada, estaba medio tragado por la maleza. Al pasar por delante de la casona que albergaba el viejo molino un ramalazo de nostalgia me envolvió. Recordé a mi abuela, que cuando iba a moler el maíz siempre me llevaba con ella. A mí me encantaban aquellas visitas al molino con mi abuela, más que nada porque salir de casa siempre era una fiesta.
Empujada por los recuerdos crucé la oxidada verja y me introduje en la finca. Estaba descuidada y sucia, más la hierba que cubría el pequeño sendero que conducía a la puerta del derruido caserón, mostraba señales de pisadas recientes, lo cual indicaba que alguien lo había visitado recientemente. Me fui acercando con cautela y a medida que lo hacía llegaban a mis oídos voces procedentes del interior del edificio, lo cual acrecentó más mi curiosidad. De pronto vi salir a una extraña mujer. Estaba vestida de manera descuidada e iba descalza. El cabello recogido en una coleta mal hecha, dejando mechones de pelos sueltos aquí y allá. Me escondí detrás de un árbol cuyo tronco era lo suficientemente grueso para ocultarme y observé. La mujer giraba la cabeza a un lado y otro con gesto desesperado. Parecía estar aguardando a alguien. Luego gritó dirigiendo su voz hacia el interior de la casa:
-Me dijiste que los niños estarían en buenas manos y resulta que esos amigotes tuyos quedaron de traerlos a las seis y ya son las nueve de la noche. Como les haya ocurrido algo te juro que te mato.
Entró en nuevo en el caserón e instintivamente yo comprobé la hora. Eran las cinco y media de la tarde y la tipa había dicho que eran las nueve. Definitivamente debía de estar loca. Pensé en largarme de allí de inmediato, sin embargo en lugar de eso me acerqué más a la casa y me puse a espiar su interior a través del hueco de una ventana. Desde mi posición no se podía ver gran cosa, únicamente a un tipo panzudo y con pinta de asqueroso recostado en un viejo sofá, bebiendo intermitentemente de una lata de cerveza que sostenía en su mano izquierda. A su lado un ventilador oscilaba de un lado a otro y se escuchaba el parloteo de una televisión encendida. De vez en cuando el hombre hacía un gesto despectivo al aparato y se acercaba más hacia delante. Se notaba que le molestaba sobremanera el siseo que producía el ventilador, seguramente no le dejaba escuchar bien la tele. Acto seguido alguien miró el reloj, o al menos eso me pareció a mí, porque vislumbré una sombra acercándose a un gran reloj de pared y luego oí decirle al viejo que ya eran las nueve y media, y que como el autobús no llegaba hasta allí a lo mejor era conveniente ir a buscar a los niños de una vez, que al día siguiente era día de escuela y no podían estar por ahí hasta las tantas. El hombre no hizo ni puto caso.
A aquellas altura yo ya no me explicaba qué estaba pasando. No entendía el porqué de aquel ventilador a todo meter un día de enero que hacía un frío que pelaba, ni tampoco que hablaran de autobús cuando por el pueblo sólo pasaba el coche de línea hacia la ciudad, ni que los niños tuvieran que ir al colegio al día siguiente, que era domingo.
De repente la conversación entre aquellos dos comenzó a subir de tono. Él hombre acusó a la mujer de histérica, de loca, de holgazana, le dijo que desde que ella había llegado su vida era una mierda y que la iba a echar de casa, tanto a ella como a los mocosos de sus hijos. Ella no se calló, le contestó que la que estaba harta era ella y que un día lo iba a denunciar a la policía por maltrato y no sé qué más. Entonces el hombre se volvió loco, se levantó del sofá, sacó de debajo del cojín un cuchillo de grandes dimensiones y se abalanzó sobre alguien, supuse que la mujer, pues desde mi escondite no se veía más allá, pero la escuché gritar y también vi saltar un chorro de sangre que manchó de rojo intenso las paredes sucias de humedad.
Fue entonces cuando salí de allí a todo meter. Tenía que pedir ayuda. Probablemente no llegara a tiempo para salvar la vida de la pobre mujer, pues después de haber visto aquel chorro de sangre me supuse que el malvado del hombre le debía de haber cortado la yugular, pero lo que tenía que intentar era que el tipo aquel no se fuera de rositas. Corrí como una gacela, como si me vinieran persiguiendo detrás, y cuando llegué la pueblo me metí en el bar del señor Ramiro, el único que había en el lugar, que era también tienda de comestibles y casa de comidas. Me senté en la primera silla que encontré absolutamente agotada y mientras recuperaba el aliento para poder relatar la horrible escena que acababa de presenciar, escuché hablar a Ramiro con su mujer.
-Date prisa, Lupicinia, que están a punto de llegar y seguro que vienen muertos de hambre.
Instintivamente pensé en los niños, en esos niños que tenían que llegar a las seis y todavía no habían regresado y en lo que se iban a encontrar cuando llegaran al caserón y vieran la escena dantesca que yo acababa de presenciar. En ese momento el tabernero se percató de mi presencia.
-Buenas tardes, Sonsoles, ¿tú también vienes a merendar? ¿O a ver a los actores?
-¿Qué actores?- pregunté mientras una tenue sospecha se iba formando en mi cabeza.
-Los que están rodando en el caserón del molino. Me han encargado la merienda y deben de estar a punto de llegar. Al parecer hoy tenían que rodar una escena de un crimen y eso les agota mucho jejeje ¿No te habías enterado de que estaban rodando una película en el viejo molino?
No sé lo qué sentí. Creo que por un lado, alivio, y por el otro... ridículo total y absoluto. Me quedaba el consuelo de que nadie sabía de mi aventura ni lo iba a saber. Así que le pedí a Ramiro un café y después de tomármelo me marché a mi casa dándole vueltas a mi supina estupidez. Por cierto, por el camino me crucé con los actores.





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