Acabo de regresar del funeral de D.
Ramón, el que fue cura del pueblo en los tiempos más duros, cuando
la escasez de comida y falta de trabajo asolaba la comarca. Fue un
hombre recto y de gran corazón, nunca se amilanó ante los desaires
de sus semejantes, antes bien, se encomendaba a Dios para encontrar
el camino que ablandara a quien le tenía inquina.
En mi niñez iba feliz al pueblo, en
aquella época el autobús no llegaba hasta él, así que nos iban a
buscar en carro, ya que las carreteras ni se habían diseñado.
Me pasaba todo el día en la calle
pues tenía muchos amigos y nuestras familias pensaban que los niños
estarían en buenas manos, ya que corríamos y saltábamos a la vista
de todos los vecinos.
Mis abuelos llevaban la panadería del
pueblo y a mi me encantaban aquellas visitas al molino de mi abuela,
a recoger la harina recién molida, como niño de ciudad, era toda
una novedad no exenta de intriga por el resultado del procedimiento.
Cuando llegó el momento de mi Primera
Comunión y después la Confirmación, Don Ramón me cogió por
banda, y durante largos paseos por el campo o la ribera del río,
charlamos de lo humano y lo divino, por supuesto a nivel de mi edad.
Con el transcurrir de los años
hicimos buena amistad, y cada vez que volvía a visitar a mis
abuelos, solíamos pasear y ponernos al día de nuestras andanzas.
En una ocasión, me contó que recién
llegado al pueblo le encomendaron la escuela, quien mejor que él,
hombre instruido, para enseñar a los pequeños antes de acudir al
Centro Escolar de la Mancomunidad, donde alojaban a los niños más
mayores de la región, y allí seguían estudios hasta el
bachillerato, aunque bien pocos lo hacían, debido a que sus familias
les exigían trabajar la tierra en cuanto podían soportar el
esfuerzo físico que aquello requería.
La primera tanda que salió de sus
manos eran auténticos diablillos pero excelentes cantores, por lo
que él recordaba, tenían un oído fantástico para la música, y
como les vio dispuestos, a ellos y a sus padres, a perfeccionar ese
don, se acercó un día de verano a visitar al Obispo, para
interceder por sus alumnos y ver si podían enviar a alguien que lo
comprobara y refinase sus gargantas, y quien sabe, alguno podía ir
al seminario y captar una nueva vocación al servicio del Señor.
No sabe bien si por los nervios o
porque era pleno mes de agosto, hacía un calor sofocante en el
Palacio Arzobispal, intentaba concentrarse en las palabras que debía
pronunciar para captar la atención del Señor Obispo y lograr así
su propósito. Le molestaba, sobremanera, el siseo que producía el
ventilador, pues a pesar de su movimiento, no cesaban de caer gotas
de sudor de su frente, que continuamente secaba con el pañuelo.
En la reunión se encontraban
presentes, además de ellos dos, otros tres prelados invitados a la
reunión. No creía que el tema fuera para tanta enjundia, más no
se amilanó. Con los nervios a flor de piel y tras exponerles su
idea y alabar las voces angelicales de los niños, no atisbaba
reacción alguna favorable a su propuesta. Ya veía caras de
aburrimiento en los oyentes y temía parar de hablar para serle
negada su petición, pero cuando las ideas se agotaron en su cabeza y
calló, acto seguido, alguien miró el reloj y le despidieron para
irse a merendar, sin darle respuesta alguna a su inquietud.
Tenía noticias que las cosas de
palacio van despacio, y el Sr. Obispo era algo lento para resolver
cuestiones, pero ante la idea de conseguir sabia nueva para el
seminario, no se demoraron en enviar al Dean de la Catedral que
llevaba el coro de la misma.
Las pruebas fueron satisfactorias y
algunos niños ante la perspectiva de alejarse de las rudas tareas
del campo y vivir como curas en el seminario, aceptaron la disyuntiva
y se fueron, con el beneplácito de sus padres que se sentían
honrados por la elección y por tener una boca menos que alimentar.
No todos los seminaristas profesaron
los votos, algunos salieron con tan buena formación que al
magisterio se dedicaron, labrándose un futuro lejos de su lugar de
nacimiento, pero todos los que se ordenaron, a pesar de transcurrir
unos cuantos años, presidieron el funeral por D. Ramón, ensalzando
el comportamiento bondadoso y cristiano que practicó durante toda su
vida, contando anécdotas y situaciones comprometidas, de las que
salió victorioso por su gran corazón.
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