Cuando el remedio es peor que la enfermedad- Pilar Murillo


                                   


Margarita, mujer de sesenta años tiene una ligera sordera y tiene por costumbre escuchar la televisión a todo volumen. Su novela favorita, está en un momento muy interesante.

“No imaginaba que llegaríamos a ésto ni en las peores de mis pesadillas. Te aseguro que fuiste lo más importante en mi vida, que miraba por tus ojos y nada más me importaba.
Después de despertar de tanta estupidez cometida cuando se está enamorada, ahora es tiempo de que sepas que no queda nada.
Me voy de tu vida, no voy a soportar ni una mentira más.
Me va a importar un bledo lo que hagas a partir de ahora.
Recoge todas tus cosas y no mires para atrás, porque si te quedas un minuto más, quizás lo lamentes; y no es una amenaza, simplemente una advertencia.
¿Te crees que sigo siendo la misma idiota de siempre?, ¿que tu sonrisa es suficiente para que todo se arregle?, estás muy equivocado. Aquí empieza mi nueva vida y tu te vas a la mierda con esa puta con la que el otro día te vi pasear. ¡Y no se te ocurra tocarme!, ¿no ves mis ojos inyectados en sangre? Eso debe ser suficiente para que estés a diez mil metros de mi. Estúpido, engreído. Naturalmente que no soy la misma. No te voy a pasar ni una más. Ahora recoge tu ropa y vete.”

Guillermo que vivía pared con pared, se le avinagraba la hiel cuando en lugar de su documental cree que se está enterando de las desavenencias y vicisitudes de sus ruidosos vecinos. Lo peor eran las noches cuando se acostaba a dormir y a los de al lado les daba por ponerse pasionales en la cama. Le daban ganas de llamarles a la puerta y poder participar en orgasmos tan alborotadores y sin lugar a dudas llenos de fuegos artificiales, pero se limitaba a resoplar al tiempo que buscaba los tapones de los oídos para convertirse en sordo voluntario. Los ojos se le ponían como platos y con las venas encendidas que parecía que de un momento a otro iban a explotar salpicando el techo de su cuarto.
Por las mañanas al salir de casa normalmente se encontraba a la mujer preparada para ir de compras, más fresca que una lechuga y tan feliz que hasta cerraba la puerta tarareando alguna canción de Luis Miguel, luego al verlo lo saludaba con tal amabilidad que Guillermo no tenía valor a decirle nada, pero por dentro sus pensamientos lo decían todo.
“Seras zorra... Mira como saludas, como si no pasase nada, y descansada que estas cabrona, mientras que a mi no me dejáis pegar ojo. Si pudiese se arrancaba la cabeza, hija de puta”
Lo malo es que con el paso del tiempo no fue a mejor y Guillermo llevaba meses sin dormir bien.
En una de esas noches pasionales en las que los vecinos lo daban todo, Guillermo ya no puede soportarlo más, acto seguido se levanta de la cama con su pijama de rayas blancas y azules, se dirige a la cocina y agarra un cuchillo jamonero, sale de casa y toca al timbre de la puerta de al lado. Le abre un hombre en calzoncillos y Guillermo sin mediar palabra le asesta diez cuchilladas sin contemplaciones. El hombre cae desplomado al suelo y Guillermo pasa adentro por encima del cuerpo, lo arrastra hacia adentro para cerrar la puerta y desde la habitación se oye gritar a la vecina que tan amablemente lo saluda por las mañanas.
“¿quién es cariño?” pero nadie le responde y Guillermo, cuchillo en mano se mete en la habitación corriendo, de un salto se pone sobre la mujer poniéndole el arma blanca sobre la garganta. No hizo falta desnudarla para usar su cuerpo cruelmente y cuando acaba la hoja afilada del jamonero se desliza por el cuello rebanándoselo al tiempo que un chorro de sangre salpica a toda la pared. Sale del cuarto, aliviado, pero los gemidos de placer que provienen de la televisión le hacen volver a la cordura. Apaga la televisión y sale del apartamento.
Hace quince años que Guillermo cumple condena en la cárcel de Santander. Tiene un comportamiento muy bueno y le sigue gustando el jamón.





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