Olor a casa - Clara Conde



Era un cajero estupendo. Estaba en un barrio tranquilo, la puerta se podía cerrar desde dentro y tenía una cámara de seguridad.

Al lado había una cafetería donde le guardaban durante el día su viejo colchón y su manta. La regentaban dos hermanas, las dos buenas chicas. La que hacía el turno de mañana siempre le ofrecía un chocolate caliente y un par de churros, si ya los tenía preparados. Y la del turno de tarde le daba un caldito antes de cerrar.

El siempre procuraba ir aseado y bien vestido, dentro de sus posibilidades; no quería avergonzarlas.

Fue maravilloso la noche que, al recoger sus cosas, le inundó el olor a suavizante. Habían lavado su manta.

Ese día se durmió tarareando una música que le brotaba del corazón, porque su rincón en el cajero olía a casa, a hogar.

Son pequeños detalles que dan felicidad.


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