Comparaciones de Clara Conde
Los
orgasmos de la señora del piso de arriba alcanzaban unos decibelios
increíbles. Pero no sólo el momento del clímax. Todo el proceso,
que además solía ser largo, era perfectamente audible desde
cualquier rincón del edificio.
A
oscuras, en nuestro dormitorio, yo podía sentir sobre mí el frío
de la mirada acusadora de mi mujer, que solía hacer comentarios del
tipo de “tú no duras tanto” o “tú no me haces gritar así”.
Una
tarde coincidí en el bar de la esquina con Ramón, vecino de rellano
desde hacía más de diez años, y los nuevos terminaron por salir en
la conversación. Después de muchos rodeos, cuando los dos
conseguimos dejar de lado la vergüenza, nos dimos cuenta de que
compartíamos el mismo problema.
Así
que decidimos escribir una nota anónima al señor del piso de
arriba.
“Estimado
vecino: Además de darle la bienvenida a nuestro edificio, nos
gustaría pedirle un favor, en relación con los encuentros sexuales
que mantiene con su señora. Le solicitamos que disminuyan en su
frecuencia, y si no es posible, al menos en su duración. Póngase en
nuestro lugar, por favor, sólo somos hombres corrientes que se lo
pedimos por el bien de la convivencia entre los matrimonios de la
comunidad”.
Continuación del relato anterior por Gloria Losada
Pero
lo cierto es que no nos hizo ni puto caso, puesto que los gemidos
encarnizados de su señora se repetían una noche sí y la otra
también. Así que lo hablé con Ramón y entre los dos decidimos que
si el vecino maravillas (así le nombrábamos pues desconocíamos su
nombre real) no hacía caso a la comunicación escrita, tendríamos
que encararnos de hombre a hombre. Lo encontramos unas cuantas veces
por la escalera, Ramón por su lado y yo por el mío, pero ambos
habíamos decidido que hablaríamos los dos con él, apoyado el uno
en el otro sería mucho menos violento, por eso no fue hasta la tarde
en que estando ambos en el bar apareció el buen hombre por allí,
cuando nos decidimos a abordarlo, con mucho disimulo, eso sí, pues
no deseábamos que se sintiera violento.
Maravillas,
que resultó llamarse Ignacio Tordesillas, era un hombre fornido, con
un cuerpo atlético, de gimnasio, pero de cara era más feo que
pegarle a un padre, detalle que en realidad carece de importancia en
la historia que nos ocupa. Aquella tarde le invitamos a un café y el
accedió, y poco a poco fuimos llevando la conversación al terreno
cenagoso en que nos estábamos metiendo.
-Pues
yo no duermo nada bien de noche – soltó Ramón, no recuerdo bien a
cuento de qué – cualquier ruido de nada me despierta y después ya
no soy capaz de prender el sueño de nuevo.
-Yo
ya estoy acostumbrado a dormir poco por las noches. Con el trabajo
que tengo... - manifestó Ignacio con una sonrisa que yo califiqué
como pícara y creo que Ramón también.
-Claro,
claro – dije yo – eso de apagar tanto fuego pasional, no debe ser
nada fácil.
-Ojalá
fuera pasional – manifestó Maravillas con cara de resignación –
Pero los bomberos apagamos otro tipo de fuegos, ya saben ustedes.
Aprobé el examen para entrar en el cuerpo hace tan solo unos meses,
y por eso de ser nuevo y pringado me han asignado el turno de noche.
Un fastidio.
Ramón
y yo nos miramos con disimulo y dimos la conversación por concluida.
Si el pobre hombre trabajaba todas las noches, estaba claro que su
señora esposa se dedicaba a menesteres mucho más agradables con
otro caballero que no era él.
En
cuanto llegué a casa se lo conté a mi mujer, bueno, todo no, solo
parte de la historia, eso de que el vecino de arriba era bombero y
trabajaba por las noches.
-Entonces
su mujer....
Dejó
la frase en el aire porque no necesitaba más explicación. Sí, su
mujer se la pegaba con otro.
-Menuda
furcia – soltó la mía de muy mala leche – pero a esta la
desenmascaro yo en seguida, ya verás. De esta noche no pasa. Quiero
dormir tranquila y lo voy a hacer sí o sí.
No
entendía yo tanto cabreo... o sí. Mi mujer en realidad lo que tenía
era envidia de los morrocotudos polvos que le echaba quién fuera a
la vecina. Yo hacía lo que podía pero reconozco que nunca la hice
gozar de aquella manera.
El
caso es que aquella noche, cuando la vecina comenzó la función, mi
señora se levantó de la cama, se enfundó en la bata de casa y
subió al piso de arriba mientras yo me quedaba temblando. De pronto
los gemidos dejaron de escucharse y se hizo el silencio. Quince
minutos después apareció mi consorte en en el cuarto con tal cara
de felicidad que por un segundo pensé que el fulano que satisfacía
a la vecina le había hecho algún favor, pero no, la explicación
era mucho más.... simple.
-No
te lo vas a creer Pepe. Resulta que a su marido no le gusta que
trabaje, menudo debe ser el bombero, y claro, lo tiene que hacer sin
que él se entere. Trabaja en una línea erótica. Se monta esos
teatros por teléfono para que unos cuantos guarros gocen solos.
Pobre muchacha. Pero en fin, ya me parecía a mí que no podía ser
verdad. Le he pedido que por favor grite un poquito menos, a ver si
así podemos dormir tranquilos.
Yo
desde luego que sí lo iba a hacer, aunque a antes me levanté al
baño y llamé a Ramón, tenía que darle la noticia.
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