Hay
que ver cómo está el patio... ¿No va y me dice que él se niega a
bajar al súper a por una caja de tampones? Que eso es de mujeres.
Que qué van a pensar si lo ven por la calle.
Pues
que has bajado a hacer la compra, so tonto del bote, pienso para mí.
Pero
no le digo nada, porque ya tengo bastante con estos calores que me
suben y me bajan sin venir a cuento. Vamos, como si cada vez que yo
le comprara sus arreos de afeitar me hubieran dicho a mí algo.
Mi
barba tiene tres pelos. Qué narices.
Ya
me tiene frita con ese modo tiquismiquis de nombrarlo todo.
‘La
cosa’
‘Los
chismes esos que te pones’
‘Tu
sauna particular...’
Con
lo fácil que es nombrar a las cosas por su nombre.
Sí.
Tengo la regla. Como todas las mujeres. Y me duele. Como a todas. Y
me pongo de mala leche. Y a veces lloro. Y me da por asaltar el frigo
y comer sin tino.
Alguien
dijo que las mujeres éramos unas histéricas, que era propio de
nuestro sexo.
Débil.
Encima.
Ese
‘alguien’ no sufría calambres y dolores hasta la punta de los
dedos de los pies cada mes, no tuvo que subirse a unos tacones ni
pintarse como una puerta para parecer presentable y femenina.
Ya
me gustaría haber visto a ese ‘alguien’ en semejantes
situaciones. Entonces las ideas sobre ‘la cosa’ y la debilidad de
nuestro sexo serían otras bien distintas.
En
fin, no sé que es peor. Si los dolores o esta hinchazón que tengo
que no quepo en mí. Y no de gozo, precisamente.
También
es mala suerte que te coincida tener ‘la
cosa’
con el inicio del verano y con la boda de una de tus mejores amigas.
Cuando nos invitó nos alegramos todas muchísimo, claro.
Él
es un buen chaval. Bueno, todos lo son. Hasta que los mandas al súper
a por compresas o tampones...
En
la despedida de soltera nos lo íbamos a pasar genial. Estábamos muy
animadas excepto ella, que se sentía hinchada, inquieta y como
tristona.
Serían
las dudas pre-boda, la mudanza, o el viaje en avión,... pensamos
todas.
Pero
no. Era el dichoso SPM que atacaba por sorpresa. Y se nos puso a
llorar en la piscina del hotelito rural en el que nos habíamos
instalado.
Que
qué voy a hacer si me viene la regla probándome el vestido y lo
mancho... Que no voy a caber en él y voy a parecer Moby Dick... Que
si patatín, que si patatán...
Total,
que acabamos todas llorando en una esquina de la piscina y
atiborrándonos a helado de chocolate.
Un
sitio de cuento, un lujo, desaprovechado.
Y
aquí estoy, acordándome del maldito helado de chocolate que nos
zampamos, intentando que la cremallera de este precioso vestido, -que
seguramente no me volveré a poner en la vida-, llegue hasta su
sitio.
Y
esto no será lo peor. A ver cómo me subo yo en esos taconazos que
la chica de la tienda me ha traído y que ‘son ideales y combinan
perfectamente con el vestido’.
Pero
no sé yo si todos ellos combinarán conmigo...
Y,
mientras, él, tan tranquilo. Con su traje de siempre y su corbata
nueva. El dependiente de los grandes almacenes le sacó tres. A pito
pito y la primera que se le pegó a la mano. Y listo. Trajeado y
encantado.
¡Dios!
¡Cómo me aprietan estos zapatos! Si miro abajo hasta me mareo. De
la iglesia al hospital por esguince múltiple, seguro.
Lo
que daría yo por poder elegir una corbata y salir pitando.
¿Eso
que ha crujido por detrás es la cremallera?
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