Nuestra primera vez - Marian Muñoz


                                               


¡Qué nervios tenía aquella noche!, tras la cena no paraba de dar vueltas en la habitación, por fin me habían dado permiso, comenzaba a sentir lo que era hacerse mayor, y que mejor comienzo que saliendo en la víspera de San Juan.
Habíamos quedado en la plazoleta debajo de casa, Manoly, Mercedes, Tere y yo, las cuatro inseparables. Las once y media nos pareció buena hora, porque la danza prima se bailaba a las doce en la plaza del Ayuntamiento, y estábamos a dos pasos de ella.
Pero los nervios podían más que nosotras, iba a ser nuestra primera vez, la primera en salir de noche y la primera en hacer algo tan típico en Avilés como participar en la danza prima. Estuvimos toda la semana ensayando los pasos, que la hermana mayor de Tere nos había enseñado. No era nada difícil, tan sólo coger el tranquillo y meterte en el corro de los que saben.
A las diez y media llamó Mercedes, pidiéndome quedar media hora antes para dar un paseo y ver el ambiente que había, a mi me tocaba avisar a Tere y ésta a su vez a Manoly, la impaciencia nos superaba.
Mi madre me había dejado un bolso pequeño de bandolera para que metiera en él un pañuelo, algo de dinero, y las llaves de casa, además de llevarme la chaqueta, que a pesar del calor que hacía aquel día en la calle, por si refrescaba.
Puntuales como nunca, sobre todo Manoly que lo del reloj siempre lo ha llevado mal, estábamos allí reunidas con ganas de fiesta y ver la vida nocturna de nuestra Villa.
Caminamos entre risas y charlas hacia la plaza del Ayuntamiento, pero nos llevamos un buen chasco, ya que estaba poco menos que vacía. Seguramente todos estaban en casa preparándose para salir. Sea como fuere, no nos amilanamos, hicimos nuestro uno de los bancos de piedra que hay delante del consistorio, Tere sacó un enorme paquete de pipas que compartió con nosotras, y allí esperamos a que dieran las doce. Hora bruja en que los avilesinos cantan a San Juan.
Nos dio tiempo de sobra para hablar de los exámenes que íbamos a tener, de los chicos que nos gustaban y de lo mandonas que eran nuestras madres. La espera no se hizo larga, y en cuanto el reloj del Ayuntamiento comenzó a dar las campanadas del tercer cuarto, la gente empezó a fluir desde las cincos calles que dan a la plaza, algunos se quedaban bajo los soportales, pero otros revoloteaban alrededor de la fuente como si buscaran algo.
Y lo buscaban, al grupo dirigido por Yupo que se sabían de memoria las canciones, y gracias a su experiencia conocían el ritmo y vaivenes que la danza necesitaba.
¡Vamos! Dijo Tere, ¡Metámonos en ese corro! Y así fue, nadie nos negó su dedo, el meñique, y con una sonrisa nos acogieron y enseñaron como seguir los pasos y mover los brazos todos a la par.
Lo de cantar iba a ser otra cosa, pero el estribillo era fácil y de tanto repetirlo lo gritábamos bien alto. La emoción que sentíamos en aquellos instantes, los giros que daba el corro y la coordinación existente entre todos, nos inundaba y elevaba nuestro espíritu. Sí ya sé que es ridículo. Pero como se suele decir, hay que vivirlo porque es algo muy grande. El vibrar al unísono entre tanta gente, algunos conocidos y otros no. El sentimiento de pertenencia a un lugar y estar integrado en él mediante aquel baile, fue algo increíble, y lo sigue siendo, pues a lo largo del tiempo he tenido muchas oportunidades de participar y se han repetido los mismos sentimientos.
En aquella época no se hacía hoguera, tal vez por miedo a desencadenar un incendio, pero acudir a la danza prima, sobre todo la de San Juan, inaugurando las salidas nocturnas estivales, era un aliciente para intentar aprobar todos los exámenes, no dejar nada para recuperar, y poder salir alegremente a la calle, donde sino toda la ciudad, al menos media estaba por allí.


                                      Noche de San Juan querida,
                                        Dormirasla con cuidado.




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