Soñé con una noche de San Juan - Esperanza Tirado


                                              

Soñé con una noche de San Juan perfecta para los dos. Un cielo azul marino, estrellado y limpio de nubes. La Luna, blanca y mágica, sonriéndonos desde arriba. Una temperatura ideal. Una leve brisa con olor a salitre a la orilla del mar. Música, alegría, amor, fiesta...
Planeé todos los detalles. Hasta la ropa que esa noche llevaría: camiseta y pantalones de algodón blanco, a conjunto con su vestido ibicenco de tirantes. Yo. Que siempre voy con vaqueros azules clásicos y playeros. Excepto en las bodas, que tengo que llevar corbata y traje. El horror.
Lo imaginé todo como si tuviera el storyboard de una película en mi cabeza.
Cada detalle. Cada gesto. Cada palabra mía. Cada palabra y cada sonrisa suya.
Lo más complicado fue encargar un anillo. ¿Cómo medir su dedo sin que ella se diera cuenta? ¿Le gustaría el oro? ¿O era más de plata antigua? Tal vez fuera alérgica a todo eso.
Finalmente descarté el anillo y opté por un juego de pulseras metalizadas que hacían un ruidito curioso. Harían el mismo efecto que el anillo. O eso esperaba.
Busqué información sobre rituales mágicos para la Noche de San Juan: copas de champán con algo dorado dentro; deseos escritos en papel, quemados después en una hoguera; pétalos de rosas esparcidos por la habitación; velas de colores para atraer salud, dinero y amor; linternas de luz elevándose a las alturas...
No me convencía ninguno. O por demasiado tradicional o por demasiado peliculero.
Se me ocurrió hacer una alfombra de ascuas ardientes. Pasaría por encima y ella me esperaría al final. Y entonces yo le pondría las pulseras y le declararía mi amor. Pero... ¿Y si calculaba mal los pasos y acababa con quemaduras de primero, segundo, tercero o enésimo grado en los pies?
Descartada la alfombra ardiente.
Nos imaginé paseando por una solitaria playa, y después en una velada con cena romántica y música de violines. Pero, viviendo a más de cien kilómetros de la costa, era un viaje algo complicado. Además, las habitaciones para ese fin de semana costaban un riñón y parte del otro. Tampoco conocía a ningún violinista.
Otro plan tachado.
Siguiendo con lo de viajar y cambiar de ambiente, pensé en una escapada rural. Ella había mencionado un hotelito muy cuco en el que pasaron la despedida de soltera de su amiga Ana.
Miré por internet. Las fotos de la piscina me gustaron. Los precios por dos noches ya no tanto.
Las ideas se me iban agotando y estuve a punto de tirar la toalla.
Intuía que ella esperaba algún gesto romántico por mi parte. No me lo decía, pero se le veía en la cara y en sus nada románticos gestos. ¿O sería que aún le dolían los pies por haberse puesto aquellos zancos en la boda de su amiga? Como no decía nada y resoplaba cada vez que yo le preguntaba si estaba bien... Esos bufidos siempre me echaban para atrás. Pero debía compensar ciertos malos ratos que ella alegaba yo le había hecho pasar. Aún no me quedaba muy claro el qué, ni el cuándo, ni el dónde. Ni nada de nada. Pero unas vacaciones en un sitio bonito nunca venían mal. Y a veces arreglaban cosas que ni siquiera sabías que necesitaban un arreglo.
Al final, tampoco conseguí reservar en aquel hotelito. Parecía que todas las parejas se habían puesto de acuerdo para pasar fuera esa noche.
Lo de organizar fines de semana románticos no iba conmigo.
Pero se acercaba la noche en cuestión y sólo tenía unas pulseras brillantes en una cajita con un lazo enorme. Ni hotel, ni playa, ni campo, ni cena. Nada.
¿Y si compraba un racimo de uvas como en Nochevieja y pedíamos un deseo por cada uva? ¿O mejor, gominolas en lugar de uvas? En situaciones desesperadas había que recurrir a medidas desesperadas.
El día 23 por la mañana, -en realidad era casi mediodía-, cuando entré a la cocina a desayunar me encontré una nota pegada en el frigo:

No hagas planes para esta noche.
Me voy de finde con las chicas.
Segunda despedida de solteras.
Te dejo unas cervezas y unas pizzas.
Y ya te preparas lo que quieras.
¿Hay partido, no?
¡¡ España !! ¡¡ Oe Oe Oe !!
Hasta la vuelta.
Besos XXX


Mi película romántica se había convertido en una tragicomedia, filmada por un aficionado con tembleque.
Recordé las pulseras. A lo mejor ni siquiera le cabían. ¿Había tirado el tiquet de compra? ¿Me devolverían el dinero?
Abrí el frigo y me saqué una cerveza.
A tu salud, chaval.
Feliz verano.






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