Comparaciones, por Clara Conde.
Los
orgasmos de la señora del piso de arriba alcanzaban unos decibelios
increíbles. Pero no sólo el momento del clímax. Todo el proceso,
que además solía ser largo, era perfectamente audible desde
cualquier rincón del edificio.
A
oscuras, en nuestro dormitorio, yo podía sentir sobre mí el frío
de la mirada acusadora de mi mujer, que solía hacer comentarios del
tipo de “tú no duras tanto” o “tú no me haces gritar así”.
Una
tarde coincidí en el bar de la esquina con Ramón, vecino de rellano
desde hacía más de diez años, y los nuevos terminaron por salir en
la conversación. Después de muchos rodeos, cuando los dos
conseguimos dejar de lado la vergüenza, nos dimos cuenta de que
compartíamos el mismo problema.
Así
que decidimos escribir una nota anónima al señor del piso de
arriba.
“Estimado
vecino: Además de darle la bienvenida a nuestro edificio, nos
gustaría pedirle un favor, en relación con los encuentros sexuales
que mantiene con su señora. Le solicitamos que disminuyan en su
frecuencia, y si no es posible, al menos en su duración. Póngase en
nuestro lugar, por favor, sólo somos hombres corrientes que se lo
pedimos por el bien de la convivencia entre los matrimonios de la
comunidad”.
Continuación del relato anterior, por Cristina Muñiz
Romualdo
leyó la nota anónima de sus vecinos y sonrió. Todo iba según
esperaban él y su mujer. Pronto cambiarían de nuevo de casa, algo
que les agradaba a los dos, pues al hecho de tener pocos muebles se
unía su gusto por la decoración minimalista, por lo que el traslado
no les ocasionaba grandes trastornos. La vida así era mucho más
intensa, siempre sujeta a cambios de callles y barrios, y ya que sus
ingresos no les permitían viajar, el cambio de casa, de vivir nuevas
experiencias con nuevos vecinos, les hacía sentir la sensación de
estar empezando siempre de nuevo.
La
idea había sido de su mujer, cuando al día siguiente de ver una
película erótica con el sonido un poco alto, la vecina de arriba la
miró con desprecio, mientras su marido lo hacía con lascivia. Todas
las viviendas tienen las paredes delgadas y todo se oye. Eso nos
puede beneficiar, le dijo, explicándole su plan. Y desde entonces,
alli dónde iban, los vecinos no tardaban en ser conscientes de que
algo fallaba en su vida de pareja. Las mujeres comenzaban a dudar de
las dotes amatorias de sus maridos, y ellos se sentian culpables e
impotentes, así que pasado un tiempo, no mucho, ellos, los maridos,
acababan enviándole mensajes anónimos o hablando con él
directamente, muertos de vergüeza y con palabras balbuceantes.
Llegados a este punto, Romualdo dejaba las cosas claras desde el
principio. No podía disminuir la frecuencia de sus encuentros
sexuales, pues quería mucho a su mujer y ella a él y a los dos les
apetecía amarse. En cuanto a la duración, tampoco podía satisfacer
su demanda, pues a los dos les gustaba echar tiempo por el bien de
matrimonio, pues los prolegómenos son muy importantes. Ahora bien,
si no estaban contentos con ellos y les ocasionaban mucho trastorno,
estaba dispuesto a tratar con su mujer un cambio de casa, algo que
claro está, ocasiona gastos. En ese punto los vecinos quedaban
callados, como si no entendieran, pero Romualdo con su claridad
habitual les hablaba abiertamente: Estaba dispuesto a marchar del
edificio a cambio de una cantidad de dinero correspondiente a los
gastos a los que debería enfrentarse más otra cantidad en concepto
de indemnización por los trastornos del traslado. Pasados unos pocos
días, y después de que los vecinos afectados se hubieran puesto de
acuerdo, Romualdo recibía una oferta que casi siempre era mucho más
alta que sus expectativas.
Recibida
la cantidad, Romualdo y su mujer buscaban una nueva vivienda en un
barrio diferente. Al marchar, Romualdo dejaba una nota en el tablón
de anuncios.
Estimados
hombres corrientes anónimos: Mi mujer y yo nos mudamos de casa y de
barrio. Ahora ya podrán dormir tranquilos. Pero si no es así, les
dejo el número de teléfono de mi consulta de sexología, donde les
atenderé gustosamente. Disculpen las molestias.
El
negocio de Romualdo, siempre en el mismo sitio, siempre alejado de su
casa, estaba comenzando a resurgir tras haber quedado hundido por la
crisis. La idea de su mujer había resuelto sus problemas. Y solo
habian sido necesarias unas cuantas películas eróticas puestas en
voz alta en la habitación matrimonial mientras ellos dormían a
pierna suelta en la esquina opuesta de la casa.
Me
resultó chocante que el nuevo vecino nos pidiera dinero a cambio de
dejar la vivienda. Ramón y yo no pretendíamos tanto, solo que se
cortaran un poco, que no anunciaran su amor con gritos y gemidos que
traspasaban las paredes. Cuando nos hizo la propuesta yo la rechacé
sintiéndome indignado. Más, al llegar a casa y ver la cara de mi
mujer como pidiéndome explicaciones pensé que lo mejor era pagar.
Menudo pájaro nos había salido el nuevo vecino. Lo hablé con Ramón
y también con Juan y Aquilino, otros dos perjudicados, y cada uno
puso su parte en el sobre. Después fue cuando vimos el anuncio.
Ninguno dijo nada. Lo leímos en silencio, sin hacer comentarios.
Creí que el asunto se había solucionado, pero me temo que tanto
Ramón, como Juan y Aquilino, han caído en las redes de Romualdo y
han pasado por la consulta, pues no es difícil comprobar que la
convivencia entre sus matrimonios ha mejorado notablemente. Así que
no sé si el remedio ha sido peor que la enfermedad, porque llevo un
tiempo que tengo que dormir con tapones, aunque lo que peor llevo son
las miradas acusadoras de mi mujer. Así que, en contra de mis
principios, estoy pensando en acudir yo también a la consulta de
Romualdo. Según se dice por el barrio es un auténtico crack.
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