Un buen susto - Isabel Marina

                                

Sólo éramos unos críos cuando entramos en la casona deshabitada. Habitaciones y habitaciones con papel de seda en las paredes hecho jirones, revistas antiguas y de repente, al fondo, un caballo de madera. Se trataba de una habitación infantil. Nos volvimos locos al verlo, pero ya éramos demasiado mayores para subirnos a él. Eso sí, lo hicimos balancearse una y otra vez. A Carlos se le ocurrió que nos lo podíamos llevar a casa y entre dos empezamos a transportarlo por los pasillos del caserón.
Cuando estábamos a punto de salir, de una de las habitaciones salió un vozarrón que nos decía:
- ¿Adónde creéis que vais con eso?
Nos echamos a temblar. Nos habían dicho que la casa estaba abandonada.
La voz volvió a gritarnos:
-¡Nadie se lleva el caballo de mi nieto!
Entonces empezamos a chillar y salimos corriendo, convencidos de que era un fantasma. El susto fue tremendo. Ya de mayores nos dijeron que la casa tenía un guarda que se divertía haciendo temblar a los incautos, fingiéndose un fantasma, mientras bebía sidra sin parar.








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