Sólo éramos unos críos
cuando entramos en la casona deshabitada. Habitaciones y habitaciones
con papel de seda en las paredes hecho jirones, revistas antiguas y
de repente, al fondo, un caballo de madera. Se trataba de una
habitación infantil. Nos volvimos locos al verlo, pero ya éramos
demasiado mayores para subirnos a él. Eso sí, lo hicimos
balancearse una y otra vez. A Carlos se le ocurrió que nos lo
podíamos llevar a casa y entre dos empezamos a transportarlo por los
pasillos del caserón.
Cuando estábamos a punto de
salir, de una de las habitaciones salió un vozarrón que nos decía:
- ¿Adónde creéis que vais
con eso?
Nos echamos a temblar. Nos
habían dicho que la casa estaba abandonada.
La voz volvió a gritarnos:
-¡Nadie se lleva el caballo
de mi nieto!
Entonces empezamos a chillar y
salimos corriendo, convencidos de que era un fantasma. El susto fue
tremendo. Ya de mayores nos dijeron que la casa tenía un guarda que
se divertía haciendo temblar a los incautos, fingiéndose un
fantasma, mientras bebía sidra sin parar.
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