Vidas encontradas (capítulo 16) - Relato encadenado




 Esta novela consta de 17 capítulos a los que se añadirán varios finales.
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CAPÍTULO 16




Beatriz se encontraba mal, desorientada, triste, demasiadas emociones en un solo día. Cuando le dieron la noticia de la muerte de su perro apenas pudo reaccionar. Marilín había sido su fiel compañera en muchos momentos difíciles de su vida y la quería como si de un ser humano se tratara, pero en aquellos instantes no tenía fuerzas ni para llorar.
Regresó con Rebeca, que continuaba sentada en la sala de espera fría e impersonal esperando no sabía muy bien qué. No podía hacer nada por Raúl y se encontraba terriblemente cansada, le hubiera gustado meterse en una cama y despertar cuando todo hubiese pasado.
Rebeca aquí no podemos hacer nada –le dijo Beatriz-- ¿Qué te parece si te acerco a casa y de paso yo me voy también?
Rebeca accedió y se dejó conducir como una autómata hasta el aparcamiento. Mientras caminaban recordó a Richi y lo que había visto en aquella pensión de mierda, recordó también que había echado pestes contra Bea pensando que tenía un lío con su marido. De pronto todo el cansancio se esfumó y su cuerpo se sintió con energías renovadas. Tenía que aclarar y averiguar qué era lo que estaba ocurriendo.
Cuando ya estaban acomodadas en el coche preguntó:
–Bea, ¿conoces la pensión Cantábrico?
Bea la miró con una expresión extraña en sus ojos, como si le hubiera preguntado por un extraterrestre o algo así.
–¿Y tú? ¿Por qué la conoces tú? Es un antro de mala muerte utilizado por mi hermana para hundirme en la mierda ¿Has estado allí alguna vez?
–No.... bueno dentro no pero fuera sí... es que... Bea por favor, explícame qué está ocurriendo allí. Dime que no tienes un lío con mi marido.
¿Un lío con tu marido yo? Pero cómo puedes decir semejante tontería. Yo nunca te haría eso y tú lo sabes.
Beatriz relató a Rebeca a grandes rasgos toda la trama que su hermana había urdido contra ella motivada a saber por qué. Y, repitiendo las palabras que le había dicho en el hospital, le informó de que Raul estaba compinchado con Lola y que, probablemente, se ocupaba de la parte informática de todo aquel galimatías absurdo.
Rebeca echó la cabeza hacia atrás y se recostó en el asiento intentando pensar con claridad. Su cabeza volvía a estar embotada, como si hubiera bebido litros de alcohol.
–Hace unos días vino a verme Richi –dijo.
El corazón de Beatriz se aceleró ligeramente al escuchar aquella frase. Sabía que tarde o temprano tenía que enfrentarse a su novio, o ex novio, o lo que fuera, e intuía que el momento estaba cerca.
–¿Qué quería? - preguntó finalmente.
–Fuimos a la pensión –continuó diciendo Rebeca pasando por el alto la pregunta de su amiga–, y te vimos entrar y a Raúl también. Yo sabía que mi marido se estaba viendo con otra en esa pensión y cuando te vi, pensé que la otra eras tú. Richi también lo piensa. ¿No te ha llamado?
Beatriz detuvo el coche delante de la casa de Rebeca antes de responder.
–No me ha llamado, pero seguro que acabará haciéndolo. No pienses más en ello. Hoy ha sido un día muy largo, descansa. Mañana nos vemos en el hospital.
Rebeca salió del coche y se metió en su portal como una autómata, mientras Beatriz circulaba de nuevo rumbo a su hogar, que distaba apenas unos metros. Metió el coche en el garaje y tomó el ascensor. Cuando salió del mismo y encendió la luz del rellano se llevó un susto de muerte. Allí, sentado en las escaleras, medio dormido, estaba Richi. Le sacudió el hombro y él se despertó.
–¿Se puede saber qué haces dormido en las escaleras? –preguntó Beatriz.
–He llegado de Roma hace unos días, tenía que verte –respondió arrastrando las palabras, todavía soñoliento– Creo que debemos hablar.
–No sé si será el momento oportuno, pero anda, pasa. Prepararé unos cafés y mientras te pondré al corriente de todo lo ocurrido. Y que sepas de antemano que yo no tengo ningún lío con Raúl.
Se dirigieron a la cocina y mientras ella preparaba el café y algo sólido que lo acompañara, fue contando a Richi todo lo ocurrido en las últimas semanas, incluido el terrible accidente que había tenido lugar esa misma tarde.
–Me siento horriblemente mal. No sé por qué Lola ha tenido que venir a joderlo todo. Con la vida tranquila y pacífica que yo tenía. Y hoy al verla tendida en la cama, medio muerta.... te juro que por un instante pensé en acabar con ella con mis propias manos, apretar la almohada contra su cara y terminar de una vez por todas con este infierno. Pero en el fondo es mi hermana y... no sé... supongo que siento algo por ella. Después de tantos años sin vernos, de haber finalizado nuestras rencillas, de llevar cada una su vida... de pronto aparece y lo hace con fuerza, arrasa con todo y encima ayudada por otras dos personas que, en todo caso, deberían sentir indiferencia por mí y no el odio que parecen sentir, suficiente para destruirme.
–Bueno... ahora si Gutiérrez ha muerto ya tienes un enemigo menos y a lo mejor tu hermana se arrepiente de lo que ha hecho y...
–¿Arrepentirse? ¿Y cómo me voy a fiar yo de su arrepentimiento Richi? ¿Cómo voy a saber si es sincero o no es más que una treta para ganarse mi confianza y después darme una puñalada por la espalda? Estoy cansada de tanta lucha sin motivo, terriblemente cansada.
Richi posó la taza de café sobre la mesa y se acercó a Beatriz, que estaba apoyada sobre la encimera, frente a él. La abrazó por la cintura con cautela y ella se dejó abrazar. Incluso fue más allá apoyando su cabeza sobre el hombro de él, mientras pensaba que la presencia de Richi le estaba devolviendo la seguridad perdida, que se sentía contenta de que estuviera de nuevo a su lado. Bea se propuso olvidar todo lo ocurrido últimamente entre ellos y recuperar su relación de antaño.
–Me alegro de que estés conmigo de nuevo –le dijo mirándolo a lo ojos.
Richi la besó en los labios y ella correspondió al beso. Por primera vez en mucho tiempo sintió que se despertaban sus sentidos, aunque no estaba segura de que fuera el momento adecuado. Pero aún así se dejó arrastrar por sus instintos y por el propio Richi, que la llevó a la cama y le hizo el amor despacio y tiernamente, deleitándose en cada rincón de su piel, como sabía que a ella le gustaba. Cuando terminaron permanecieron allí acostados, uno al lado del otro sin hablar. De repente Richi se acordó de Marilín y preguntó dónde estaba. Bea entonces se echó a llorar amargamente, como si la pregunta de su novio la hubiese hecho ser consciente de la realidad, de que su perrita se había muerto y no volvería a verla más.
Cuando el llanto cesó, ayudado por las palabras amables de su novio, Beatriz intentó dormirse, mas cuando casi lo estaba consiguiendo sintió que su novio le sacudía el hombro y la despertaba.
–Bea, Bea, despierta, tengo que decirte algo.
Ella se dio la vuelta murmurando si no podían esperar a mañana y él insistió. No, no podía esperar a mañana, había recordado algo y tenía que decírselo, a lo mejor tenía la clave que explicaba todo aquel montaje de Lola.
Beatriz se sentó en la cama y despejó el sueño, mirando a Richi con curiosidad extrema.
–Habla, pues.
Hace unos meses... puede que fuera el día de su cumpleaños, cenando en casa de tu tía Eulogia. En un momento dado la escuché hablar por teléfono. Yo estaba echando un cigarro en el porche y ella no sabía que yo estaba allí. No sé con quién hablaba, al principio supuse que era alguien que la felicitaba, pero poco a poco la conversación fue girando hacia algo más serio, como más... técnico. Me dio la impresión de que hablaba con algún... abogado tal vez. En algún momento pronunció la palabra fideicomiso junto con tu nombre y se despidió llamando a la persona por su nombre, un nombre extraño, que no consigo recordar.
–¿Sería tal vez Juvenal?
–¡Exactamente! ¡Juvenal! ¿Lo conoces?
–Es el abogado de la familia, un buen hombre, debe ser ya muy mayor. Un fideicomiso... ¿qué coño es eso?
Richi cogió su móvil y tecleo la palabra fideicomiso en un buscador de la red. Inmediatamente le salió la definición: “Disposición por la cual un testador deja su herencia o parte de ella encomendada a una persona para que, en un caso y tiempo determinados, la transmita a otra o la invierta en el modo que se le indica”
Beatriz se quedó un rato pensando. No entendía nada. La herencia de sus padres había sido repartida entre su hermana y ella cuando ambos murieron. Estaba segura de no quedaba nada por repartir de los bienes que aquellos habían poseído. Y no tenía ni idea de nadie, aparte de ellos, que pudieran dejarle algo en herencia. Además, en caso de que toda la trata urdida por Lola tuviera algo que ver con ello, ¿por qué su hermana sabía de la existencia de esa herencia y ella no?
–Mañana mismo hablaré con mi tía –dijo finalmente--. Ahora es mejor que intentemos dormir un poco.
A la mañana siguiente se levantó temprano y después de darse una ducha rápida y tomarse un café salió hacia el hospital, dejando a Richi todavía dormido. Sin embargo a mitad de camino decidió que mejor sería ir a ver primero a su tía Eulogia. Quería saber, necesitaba saber, qué demonios era aquello del fideicomiso y si en realidad a ella y a su hermana les afectaba en algo. Cuando llegó su tía la recibió con entusiasmo, como siempre, y la invitó a desayunar, cosa que ella rehusó con la excusa de que ya lo había hecho. Antes de ir al grano de dio la noticia del accidente de Lola sin ocultarle el estado de la mujer.
–Está bastante grave, pero los médicos dicen que saldrá de esta.
–Iré contigo al hospital –dijo Eulogia con un deje de alarma en la voz.
–Como quieras, pero antes quiero preguntarte algo. No sé si es el momento, probablemente no, pero ya sabes que Lola me está haciendo la vida imposible y a estas alturas de la película, ya con nuestras vidas encauzadas, no encuentro el motivo para ello, y alguno tiene que haber. ¿Tú sabes algo?
–No, Beatriz, yo no sé nada y no sé por qué me preguntas eso. Las dos sois mis sobrinas y os aprecio a las dos y no entiendo el motivo de estas rencillas estúpidas que solo van a conseguir destruiros.
–Pues yo sí creo que sabes algo. Háblame de Juvenal y de un fideicomiso.
– No sé de qué me estás hablando –respondió Eulogia con evidentes signos de nerviosismo.
–Claro que lo sabes –insistió Beatriz– Richi te escuchó un día hablar por teléfono. No me ocultes nada tía. La cosa es muy seria y tengo derecho a saber si mi vida está en peligro y por qué.
Eulogia se dio por vencida y se dejó caer en una de las sillas de la cocina como un fardo. Y acabó confesando.
–Mira, Beatriz, yo no sé si tu hermana Lola sabe algo de eso. Si es así, yo no se lo he dicho, y Juvenal desde luego que tampoco, pero el caso es que sí, hay un fideicomiso a vuestro favor cuyo encargado de administrarlo es Juvenal.
–¿Y de dónde viene esa herencia?
–De nuestro tío Gervasio, hermano de tu abuelo. Tú no te acuerdas de él, eras muy pequeña cuando vino por última vez, pero desde que emigró a la Argentina venía todos los veranos y te tenía un cariño enorme, decía que eras una niña guapa y espabilada y que llegarías muy lejos en la vida. Tú también lo querías mucho, Lola sin embargo era un poco más reticente a recibir sus mimos. Era un señor mayor y aunque muy amable y cariñoso su aspecto no era precisamente atractivo. Era gordo y sudaba mucho, y tu hermana le tenía... no voy a decir asco, tal vez algo de miedo incluso. Gervasio era un hombre un poco excéntrico. Tenía mucho dinero, en Argentina hizo fortuna y nunca se casó ni tuvo hijos, la única familia que tenía éramos nosotros. Unas semanas antes de su muerte, cuando ya sabía que le quedaba poco tiempo de vida, se puso en contacto conmigo y me dijo que pasara por el despacho de Juvenal, que le había encargado algo importante y que deseaba que yo estuviera al corriente de ello. Así hice y lo que me dijo el abogado fue lo siguiente. Gervasio os dejó toda su fortuna a ti y a Lola pero se la entregó a Juvenal para que la administrara durante unos años. Le ordenó invertir en bolsa y llevar a cabo otros negocios que yo no entiendo con el fin de que su ya de por sí cuantiosa fortuna aumentara. Le ordenó que en el caso de que efectivamente fuera así, os hiciera entrega de la herencia el día de vuestro cuarenta cumpleaños, pero el reparto que decidió no es equitativo. La herencia original, el dinero original se repartirá por mitad, pero las ganancias generadas por dicho dinero son para ti. En el hipotético caso de que una de las dos falleciera antes de cumplir los cuarenta, la fortuna pasaría íntegramente a la otra. Y te aseguro que es mucho, muchísimo dinero, mucho más del que conseguirías trabajando toda tu vida. No sé por qué la última voluntad del Gervasio fue que mantuviéramos todo en secreto y que incluso en el momento del reparto, Lola jamás supiera que tú te llevabas las ganancias de la herencia, supongo que para evitar los celos. Eso es todo.
Beatriz se quedó pensativa durante unos segundos. Efectivamente, si Lola sabía toda la historia sus maquinaciones tenían un sentido. Siempre había deseado quitarle de en medio y ahora tenía un motivo más, y muy poderoso, por cierto. El sonido del móvil la sacó de sus ensoñaciones.
–Diga –contestó.
–¿Beatriz Salgado?
–Sí, soy yo. ¿Quién es?
– La llamamos del hospital. A su hermana le ha dado un colapso respiratorio y se ha puesto muy grave. En estos momentos tememos por su vida.







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