En un mundo raro - Gloria Losada



Puede que el título de este relato os suene a una vieja canción.... o tal vez debiera decir a una canción que todavía no existe, no sé, la verdad es que aunque ya me he acostumbrado a esto, todavía no tengo nada claro lo que ocurrió. Al principio me sentí muy confundido, pero conforme el tiempo fue pasando me pareció que no era tan malo y ahora por nada del mundo quiero regresar al lugar de donde vine. No entendéis nada ¿verdad? No me extraña, pero voy a tratar de explicarlo, aunque no sea cosa fácil.
El siete de julio de dos mil siete, el avión en el que viajaba de Londres a Tahití se estrelló en el medio del Océano Pacífico. No recuerdo casi nada de aquel momento. Yo creo que antes del impacto ya estaba muerto. En cuanto aquello comenzó a caer en picado y todos empezaron a llorar y a gritar, debió de darme infarto porque no recuerdo nada más. Sé que durante unos segundos fui consciente de que mi propia muerte se acercaba, la vi como inevitable y tuve miedo, pero todo terminó en seguida... o eso me pareció a mí, pero me equivoqué, porque de pronto me desperté sobre la arena de una playa, bajo un sol de justicia y como sonido de fondo las olas del mar y el canto de pájaros desconocidos. Me incorporé un poco y miré alrededor, no se veía un alma. Me dolía terriblemente la cabeza y estaba desorientado. Poco a poco volvieron a mi cabeza los recuerdos, el avión, el accidente... pero en aquel lugar paradisíaco y extraño no había ningún resto de la tragedia.
Me senté en la arena y pude ver que fondeado en el mar había un galeón antiguo, con las velas dispuestas para zarpar. En lo alto del mástil principal ondeaba una bandera pirata. Ni que decir tiene que aluciné por colores. Me parecía como si estuviera metido en una película, aunque a aquellas alturas todavía pensaba que la situación era explicable.
De pronto de detrás de unos matorrales apareció una caterva de...¡piratas! Sí, hombres disfrazados de piratas, capitaneados por uno con parche en el ojo y pata de palo, que vociferaba como un poseso indicándoles a los otros que tuvieran cuidado con los cofres, que tenían que llegar al barco sin mojarse o de lo contrario estarían perdidos. Supuse que estaban filmando una película, pero me equivoqué, puesto que en cuanto el capitán fijó sus ojos en mí dijo:
-¡Por todos los diablos! ¡Un prisionero! Seguro que es el enemigo. Cogedlo y llevadlo al barco.
De nada sirvieron mis protestas. En menos de lo que canta un gallo me vi dentro del galeón, que olía a ron, a orines y a sudor. Todos me miraban con cara de idiotas. Me observaban como si fuera un ser de otro planeta.
-¿Se puede saber de dónde sales? – me preguntó de pronto el capitán – Te han enviado ellos ¿verdad? Sabían que nosotros íbamos a robar el cargamento y querían tomarnos la delantera, pues no lo han conseguido. Los hemos robado todos.
No sabía de qué me estaba hablando e ignoraba qué responder. Dio igual, no me dejó decir nada. Se dirigió a uno de los cofres que habían traído desde la playa, lo abrió y para mi sorpresa sacó de su interior la caja de un teléfono móvil.
-Última generación. No lo van a lanzar ellos. Mañana estarán en el Corte Inglés a primera hora y los beneficios serán nuestros.
-¿Qué película estamos rodando? – pregunté totalmente alucinado, convencido de que aquella absurda situación no podía ser real.
Todos se echaron a reír con ganas.
-¿Película? ¿Pero de dónde sales muchacho? Hace mucho que no se ruedan películas. Las películas se las monta cada uno en su cabeza, se meten en un grabador subcutáneo, y luego si quieres las vendes al por mayor. Los grabadores subcutáneos ya los lanzamos nosotros en su día. Quinientos mil pesos de plata costaban, ahora deben de andar por los treinta mil. ¿Todavía no tienes uno? Claro como eres de la competencia...
-No, no, yo no soy de ninguna competencia. Mi avión se estrelló y yo...
-Acabáramos – dijo el más bajito de todos, que tenía cara de muy mala leche, con la barba sin afeitar de cuatro o cinco días y el ceño siempre fruncido – Otro que ha tenido una regresión. Ultimamente....
-Mucho agradecería que me explicaran lo que está pasando aquí – supliqué.
El capitán de los piratas se acercó cojeando a la borda del barco, encendió un cigarrillo Winston y se sentó encima de un sacó de arpillera.
-La verdad es que no estamos muy seguros – dijo comenzando su relato – Supongo que la imagen que tienes de los piratas nada tiene que ver con lo que estás viviendo ahora, pero en esencia seguimos siendo los mismos y dedicándonos a lo de siempre, a asaltar barcos. Pero el caso es que de unos años para aquí la gente comenzó a sufrir regresiones. Debido a un experimento que se llevará a cabo en el año 3578, el tiempo se mezcló y lo mismo puedes vivir en el futuro, que en el pasado, que en un presente que no sabes si es presente si lo que es. Fue así que los adelantos de la ciencia y de la tecnología han dejado de tener fronteras temporales. Conocemos todo lo que te puedas imaginar y mucho más.
-¿Conocéis internet? – pregunté asombrado.
De nuevo se echaron a reír, incluido el loro, mientras el más viejo de todos, que resultó ser el mismísimo Francis Drake, servía unos vasos de ron Negrita y me ofrecía uno, que acepté encantado.
-Internet.... – dijo el capitán, con nostalgia – Lo conocimos en su día, fue una buena herramienta, nos permitía conocer dónde se situaban los barcos de mercancías que debíamos atacar, pero en el año 2042 una tormenta solar acabó con la red. A punto estuvo de hundir el mundo. Un mes sin electricidad ¿te imaginas? Fue tremendo. Afortunadamente las autoridades, consiguieron dominar la situación. Creo recordar que la presidenta de los Estados Unidos era una tal Jennifer López...
-¿Y de España? – pregunté con curiosidad.
-De España era Paquirrín, que después de frasacar con dj se dedicó a la política, fundó un partido y no le fue del todo mal. El caso es que unos muchachos superdotados, que tuvieron de salir de España porque allí les despreciaron el proyecto por imposible, desarrollaron en Isla Mauricio una red de comunicación mental mucho más eficaz que internet, algo parecido a lo de las películas, te implantan un chip en el cerebro y a tomar por culo. Bueno entonces tu no eres de los otros ¿no?
-No, no, yo solo quiero volver a mi época.
Más risas.
-Pues más vale que lo olvides. Lo peor de todo esto es que los viajes por el tiempo no se pueden controlar, a lo mejor mañana apareces en tu casa; a lo mejor en el año tres mil y pico, vete tú a saber.
-¡Vete tú a saber! ¡Vete tú a saber! - chilló el loro.
Bueno, por lo menos no me consideraban un prisionero y no me iban a linchar. Al parecer no me quedaba otra que acostumbrarme a aquella vida, y eso fue lo que hice. Por cierto ¿sabéis que tenía de especial los teléfonos que había robado para el Corte Inglés? Pues que se conectaban a la Chef Plus y te hacían la comida sin ingredientes ni nada, solo con pensarlo. Lo dicho, un mundo raro.





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