¡Vivan los aguaceros! - Marian Muñoz

                                       



El reloj dio la hora puntualmente, entonces se dio cuenta que llegaba tarde, fuera estaba cayendo una lluvia torrencial y tras un rápido vistazo al paragüero, recordó que había dejado el paraguas grande en la barbería, odiaba el pequeño porque para un apuro valía pero con la que estaba cayendo en ese momento se calaría hasta el tuétano de los huesos.
A pesar de lo apurado del momento, tardó en decidirse si salir y mojarse o esperar a que escampara, y aunque la palabra dada en llegar a cierta hora, le parecía más una obligación que un orgullo, cedió al miedo profundo de pillar un resfriado y descolgó el auricular del teléfono.
  • Buenas tardes don Anselmo,
siento no poder llegar a tiempo,
más debido a un contratiempo me he retrasado algo,
ya ve como esta Mayo,
arrojando agua a calderazos.
  • ¡Quite hombre, no es usted sólo!
Unos cuantos compadres tampoco han llegado,
según comentan los presentes
el puente esta anegado
y no hay quien pase ni a pie ni andando.
  • Menos mal que lo toma con humor, don Anselmo,
en cuanto pare la lluvia, de verdad que me acerco,
pero miedo me dan estas aguas,
que primero mojan y luego calan.
  • Bien, pues nos veremos más tarde,
no tenga prisa en venir,
prefiero recibirle seco,
sino mi mujer se quejará de estar mojándole el suelo.
Una hora más tarde el aguacero cesó, y don Anselmo pudo recibir en casa a sus amigos del casino, celebraban reunión para decidir a quién poner al frente del mismo, pronto habría elecciones y entre ellos se turnaban para dirigir tan ilustre institución.
Parecía que este año nadie mostraba interés, pues más que un honor era un marrón, al estar programada la llegada del Gobernador para las fiestas de la ciudad, y todos conocían de sobra el humor que se gastaba tan insigne autoridad.
He aquí que nuestro amigo estornudó sin recato, y todos los allí presentes con el dedo le gritaron, ¡tú serás el presidente! Tan nervioso se puso que comenzó a moquear, y pensó el buen hombre, me acabo de constipar.
No pudo jurar el cargo por estar con fiebres, muy malo, aunque él encantado estaba pues se evitó el marrón y la carga denostada de aguantar el mal humor del Gobernador, que a todos asustaba.
Mira tú por dónde, pensaba él, más vale un aguacero a tiempo que disculparse cien años.
Feliz y contento disfrutó de las fiestas patronales, entró y salió cuanto quiso, y a nada le puso pegas, todo estaba magnífico menos el discurso del Gobernador, que menudo tostón de señor.









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