El
reloj dio la hora puntualmente, entonces se dio cuenta que llegaba
tarde, fuera estaba cayendo una lluvia torrencial y tras un rápido
vistazo al paragüero, recordó que había dejado el paraguas grande
en la barbería, odiaba el pequeño porque para un apuro valía pero
con la que estaba cayendo en ese momento se calaría hasta el tuétano
de los huesos.
A
pesar de lo apurado del momento, tardó en decidirse si salir y
mojarse o esperar a que escampara, y aunque la palabra dada en llegar
a cierta hora, le parecía más una obligación que un orgullo, cedió
al miedo profundo de pillar un resfriado y descolgó el auricular del
teléfono.
-
Buenas tardes don Anselmo,
siento
no poder llegar a tiempo,
más
debido a un contratiempo me he retrasado algo,
ya
ve como esta Mayo,
arrojando
agua a calderazos.
-
¡Quite hombre, no es usted sólo!
Unos
cuantos compadres tampoco han llegado,
según
comentan los presentes
el
puente esta anegado
y no
hay quien pase ni a pie ni andando.
-
Menos mal que lo toma con humor, don Anselmo,
en
cuanto pare la lluvia, de verdad que me acerco,
pero
miedo me dan estas aguas,
que
primero mojan y luego calan.
-
Bien, pues nos veremos más tarde,
no
tenga prisa en venir,
prefiero
recibirle seco,
sino
mi mujer se quejará de estar mojándole el suelo.
Una
hora más tarde el aguacero cesó, y don Anselmo pudo recibir en casa
a sus amigos del casino, celebraban reunión para decidir a quién
poner al frente del mismo, pronto habría elecciones y entre ellos se
turnaban para dirigir tan ilustre institución.
Parecía
que este año nadie mostraba interés, pues más que un honor era un
marrón, al estar programada la llegada del Gobernador para las
fiestas de la ciudad, y todos conocían de sobra el humor que se
gastaba tan insigne autoridad.
He
aquí que nuestro amigo estornudó sin recato, y todos los allí
presentes con el dedo le gritaron, ¡tú serás el presidente! Tan
nervioso se puso que comenzó a moquear, y pensó el buen hombre, me
acabo de constipar.
No
pudo jurar el cargo por estar con fiebres, muy malo, aunque él
encantado estaba pues se evitó el marrón y la carga denostada de
aguantar el mal humor del Gobernador, que a todos asustaba.
Mira
tú por dónde, pensaba él, más vale un aguacero a tiempo que
disculparse cien años.
Feliz
y contento disfrutó de las fiestas patronales, entró y salió
cuanto quiso, y a nada le puso pegas, todo estaba magnífico menos el
discurso del Gobernador, que menudo tostón de señor.
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