Ande yo caliente, ríase la gente - Esperanza Tirado

                                      

Los cochecitos son de niños... Te ha salido un poquito marimacho... ¿Por qué no le compras muñecas...? Esta niña es rara... Como te descuides se te hace jugadora de fútbol... O algo peor... Verás cómo no se te case...
Lleva escuchando cosas como esas desde que tiene uso de razón. Pero con el tiempo se han convertido en zumbidos que entran y salen, como los mosquitos en verano. Y desde que tiene memoria se recuerda jugando con cochecitos en miniatura. Le encantaba ordenarlos por tamaños y colores, crear pistas con tiza para hacer carreras, amontonarlos, pelearse en el recreo por el modelo más nuevo como si fueran cromos,... soñando que de mayor sería piloto, o pilota, de carreras.
Los coches son su vida, pese a quien pese. Y no por ello se ve menos mujer por llevar un volante entre las manos. Se sacó el carnet a los dieciocho recién cumplidos, asombrando tanto a los instructores de la academia como al examinador, que la felicitaron y le dieron la L casi por compromiso.
A la universidad iba en autobús, aún no podía permitirse tener coche propio. Se sentaba delante para observar las maniobras y la pericia al volante de los conductores. Y mientras sacaba sus asignaturas soñaba con conducir uno de aquellos cacharros enormes. Si la hubieran bautizado con el nombre de Mercedes está segura de que no le entusiasmaría tanto el mundo del automóvil.
A pesar de que muchos aún ven extraño que conduzca, no ha escuchado hacia su persona que nadie le suelte la frasecita que más ridícula le puede sonar: “Mujer tenías que ser”. Y le encantaría, porque respondería de la mejor forma que sabe: conduciendo y dando una clase magistral de trompos, derrapes y frenadas.
De sus amigos es la única chica a la que la Fórmula 1 le fascina. A muy pocos les suena el nombre de María Teresa de Filipis. Pero para ella esa mujer es un modelo a seguir y un mito de la conducción deportiva. A unos cuantos más les sonaba María de Villota. A su madre le dio un ataque de ansiedad cuando escuchó en las noticias “el fallecimiento de una joven y prometedora piloto española”. Le hizo prometer que dejaría de conducir y, sobre todo, que se quitaría la idea de intentar conducir en circuitos a grandes velocidades. Ella hizo la promesa con la boca pequeña por no disgustarla más.
Pero su pasión conductora no hacía más que crecer. Y durante una visita al circuito del Jarama conoció a un entusiasta de la conducción que, como ella, había sido seleccionado por una revista del motor para dar unas vueltas de prueba. Apenas si iban a conducir durante una hora, turnándose en el volante. Pero ambos se sentían como si fueran a participar en las 24 horas de Le Mans. Congeniaron antes, durante y después de su participación. Y él, propietario de varios coches antiguos la animó a participar y a acompañarle en exposiciones y demostraciones automovilísticas por todo el país.
Quiso dar un paso más lejos realizando las pruebas para sacarse el CAP, que la capacitaría como conductora de autobús. Nunca sabes dónde te llevará la vida, y el transporte escolar era una buena opción laboral.
Metidos en el mundo infantil, sondearon el mercado y se dieron cuenta de que había un gran vacío en información sobre seguridad vial para niños. Montaron una academia con un mini-circuito en unos terrenos a las afueras de la ciudad, donde daban clases teóricas y prácticas tanto a escolares como a sus padres.
Su madre supo entonces que había perdido la batalla definitivamente. Su vida eran los coches y eso no iba a cambiar nunca.
Y, unidos por su pasión por el mundo del motor sobre cuatro ruedas, dejaron a todos sus conocidos y familiares con la boca aún más abierta el día de su boda; al llegar cada uno conduciendo su propio coche y ataviados con el mono y el casco reglamentario.







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