Una mujer en el año 33 D.C. - Pilar Murillo

                                         


La habían cogido y arrastrado hasta las puertas de la ciudad, la cubrieron con una tela en el suelo y fue rodeada de varios hombres provistos con piedras en sus manos.
Las caras de los los hombres reflejaban mucha rabia e incluso odio. Algunos de ellos habían yacido al lado de aquella mujer hermosa.
Ella mientras estaba tendida en el suelo sabiendo las intenciones de aquellos señores, sufrió un leve desmayo, como una pequeña desconexión del cerebro cuando cree que va a morir.
En un minuto vio pasar toda su vida.
Desde bien chiquita se la educó en la religión judía, así pues su recuerdo pasó desde verse niña, dejando paso a sus hermanos en la casa. Se vio así misma más crecida, la primera vez que sus padres le presentan al que fue su marido.
Se ve pasar de ser esclava de su padre a serlo de su marido. No salía de casa. Su trabajo consistía en levantarse antes de amanecer y hacer un pan. Moler trigo, buscar agua.
Con su marido y sus hijos se trasladó a otra ciudad, lejos de su familia para construir ella su propia familia.
Una tarde nefasta alguien le trae a casa el cadáver de su esposo, muerto por un accidente en el trabajo.
Lo lavó concienzudamente, lo unjió y tres días más tarde lo enterraron.
En esa especie de película que pasa por su mente, se ve sola, en tierra de extraños, con un niño pequeño y otro en camino. Recuerda lo duro que fueron aquellos meses, sin un hombre que le trajese el alimento a la casa.
Sus recuerdos la trasladan al primer momento que se convierte en impura. Cuando una partida de forasteros pasan por la ciudad y ella corre desde la puerta de la casa a recoger a su hijo mayor que jugaba alegremente en medio del camino. Uno de los forasteros se detuvo a su lado, levantado el velo de su cara. Ella miró de reojo para las casas vecinas y no vio a nadie que observase el detalle de que aquel hombre extranjero la siguiese hasta la casa. Se vió así misma como se dejó usar por aquel hombre pero no gritó.
Vio al forastero tirarle unos cuantos denarios al suelo, colocarse las ropas e irse de su casa después de disfrutarla, no sin antes antes vigilar que nadie lo viese.
Recuerda que pensó en aquellos momentos que después de ese hombre vendrían más. Y así ocurrió. Durante tres años pudo mantener a sus hijos gracias a las visitas nocturnas de esos hombres. Alguno de ellos hoy portan una piedra en la mano y nadie podría saber por qué, tal vez sentirse culpable ante Dios por cometer adulterio los llevó a denunciarla en la Sinagoga.
La ejecución de la mujer impura está a punto de suceder pero contra todo pronostico se deja oir una voz bonita y varonil con una frase tajante:

¡¡Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra!!”. De pronto ella escucha como caen las piedras de las manos al suelo y seguidamente es incorporada por ese hombre tan especial. Que con tan solo aquella frase había conseguido que a ella le perdonasen la vida, una mujer que ejercía hasta ese momento el oficio más antiguo del mundo.




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