La
habían cogido y arrastrado hasta las puertas de la ciudad, la
cubrieron con una tela en el suelo y fue rodeada de varios hombres
provistos con piedras en sus manos.
Las
caras de los los hombres reflejaban mucha rabia e incluso odio.
Algunos de ellos habían yacido al lado de aquella mujer hermosa.
Ella
mientras estaba tendida en el suelo sabiendo las intenciones de
aquellos señores, sufrió un leve desmayo, como una pequeña
desconexión del cerebro cuando cree que va a morir.
En
un minuto vio pasar toda su vida.
Desde
bien chiquita se la educó en la religión judía, así pues su
recuerdo pasó desde verse niña, dejando paso a sus hermanos en la
casa. Se vio así misma más crecida, la primera vez que sus padres
le presentan al que fue su marido.
Se
ve pasar de ser esclava de su padre a serlo de su marido. No salía
de casa. Su trabajo consistía en levantarse antes de amanecer y
hacer un pan. Moler trigo, buscar agua.
Con
su marido y sus hijos se trasladó a otra ciudad, lejos de su familia
para construir ella su propia familia.
Una
tarde nefasta alguien le trae a casa el cadáver de su esposo, muerto
por un accidente en el trabajo.
Lo
lavó concienzudamente, lo unjió y tres días más tarde lo
enterraron.
En
esa especie de película que pasa por su mente, se ve sola, en tierra
de extraños, con un niño pequeño y otro en camino. Recuerda lo
duro que fueron aquellos meses, sin un hombre que le trajese el
alimento a la casa.
Sus
recuerdos la trasladan al primer momento que se convierte en impura.
Cuando una partida de forasteros pasan por la ciudad y ella corre
desde la puerta de la casa a recoger a su hijo mayor que jugaba
alegremente en medio del camino. Uno de los forasteros se detuvo a su
lado, levantado el velo de su cara. Ella miró de reojo para las
casas vecinas y no vio a nadie que observase el detalle de que aquel
hombre extranjero la siguiese hasta la casa. Se vió así misma como
se dejó usar por aquel hombre pero no gritó.
Vio
al forastero tirarle unos cuantos denarios al suelo, colocarse las
ropas e irse de su casa después de disfrutarla, no sin antes antes
vigilar que nadie lo viese.
Recuerda
que pensó en aquellos momentos que después de ese hombre vendrían
más. Y así ocurrió. Durante tres años pudo mantener a sus hijos
gracias a las visitas nocturnas de esos hombres. Alguno de ellos hoy
portan una piedra en la mano y nadie podría saber por qué, tal vez
sentirse culpable ante Dios por cometer adulterio los llevó a
denunciarla en la Sinagoga.
La
ejecución de la mujer impura está a punto de suceder pero contra
todo pronostico se deja oir una voz bonita y varonil con una frase
tajante:
“¡¡Quién
esté libre de pecado que tire la primera piedra!!”. De pronto ella
escucha como caen las piedras de las manos al suelo y seguidamente es
incorporada por ese hombre tan especial. Que con tan solo aquella
frase había conseguido que a ella le perdonasen la vida, una mujer
que ejercía hasta ese momento el oficio más antiguo del mundo.
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